De la bola de cristal al ejemplar único

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Queridos amigos, el autor de este blog, una vez que el juez José Castro ha sentado a la infanta Cristina en el banquillo, tal como mi bola de cristal predijo (leer Gambito aparente de infanta) hace ya más de un mes, se va a tomar unas merecidas vacaciones hasta mediados de enero. Voy a hacer un largo viaje para conocer otros pueblos y culturas que siempre viene muy bien para ser más tolerante y para apreciar lo bueno de lo que tenemos en casa (y también para despreciar lo malo, corrupción, paro, etc).

Para que no me echen demasiado de menos (ya sé que algunos preferirán que no vuelva), aquí les dejo un relato corto que  les aleje un poco de la ñoñería empalagosa de estos días. Espero que lo disfruten:

Foto_relato

Un ejemplar único

Álvaro y Currusca habían llegado al límite. Hacía tiempo que el amor, si es que en algún momento lo hubo, había desaparecido. Los últimos cuatro años se habían ignorado, cada uno hacía la vida por su cuenta, procuraban comer fuera diariamente y los fines de semana, especialmente la tarde de los domingos, en la que indefectiblemente coincidían en el salón de casa, eran mortificantes.

No había terceras personas ni por uno ni por otro lado. Álvaro tenía un amigo divorciado con el que solía ir a correr y a tomar cañas, mientras Currusca frecuentaba un grupo de amigas viudas, divorciadas y solteras, con las que iba al teatro, a conciertos en el Auditorio y, todos los miércoles, día del espectador, al cine.

Ella había dado el paso. Su amiga María Victoria, una verdadera bruja en opinión de Álvaro, le había comentado: “Ya no te hace ni compañía”, y Currusca había asentido.

Cuando Álvaro llegó esa noche, Currusca le abordó en el hall y le dijo:

—Tenemos que hablar.

—Cuando quieras —respondió Álvaro.

—Ahora —replicó Currusca.

—¿Sin cenar? ­—inquirió el marido.

­—No tengo hambre —alegó la mujer.

—Vale. Déjame que me ponga un montadito y estoy a tu disposición —concluyó él.

Tras los primeros bocados y un sorbo de cerveza, Álvaro retomó la conversación:

—Tú dirás.

—Verás, quiero el divorcio. Creo que nuestra historia juntos se ha agotado y prolongar esto sería una agonía —soltó de golpe Currusca—. Creía que no me iba a atrever, pero ya lo he dicho.

­Álvaro se quedó muy serio. No se le había pasado por la imaginación. Era verdad que su relación con Currusca era cada vez más distante, pero a él le servía. Hacían el amor una vez al mes como mucho, la casa estaba ordenada y aunque ella no era muy buena cocinera —y esa era una de las razones por las que procuraba comer fuera—, nunca le faltaba una camisa limpia. Se había acostumbrado a la rutina y no necesitaba cambiarla.

—¿Estás segura? —balbuceó él—. Quizá ya no haya amor, pero yo te sigo teniendo cariño.

—No digas bobadas Álvaro —rebatió Currusca—. ¿Hace cuánto tiempo que no me das un beso, que no me rozas un pecho, que no me elogias un vestido o unos zapatos, que no me acompañas cuando leo? El afecto que podía haber cuando nos casamos ha desaparecido. Siempre buscas alguna excusa y te vas a la cama. ¿Cuándo fue la última vez que hicimos algo juntos?

—Da la impresión de que lo tienes muy meditado —señaló él con tono molesto—. ¿Ni siquiera quieres que nos demos un tiempo para pensar?

—Me temo que no serviría de nada —respondió Currusca—. La situación está podrida y creo que ni tú ni yo estamos en condiciones de recuperar la ilusión por el otro.

—Veo que lo que yo opine del tema es perfectamente prescindible —apuntó Álvaro, dolido.

—No es eso, es que creo que no tiene sentido prolongar esta situación. Y lo mejor para los dos es un divorcio de mutuo acuerdo. Como ya no hay pasión, te ofrezco y espero una separación civilizada —indicó Currusca.

—Pues así será, yo soy una persona razonable —respondió Álvaro, que ya estaba pensando que tendría que mudarse a otro apartamento por la zona, que tendría que contratar a una señora por horas para que le hiciera la limpieza y la colada y mirar una plaza de aparcamiento.

—He pensado que te puedes quedar con el coche, que no lo necesito para nada y, además, está a tu nombre. Yo me quedaré la Thermomix y el ajuar, muchas de las sábanas eran de mi madre, aunque te puedes llevar un par de juegos de las nuevas para que no tengas que comprar —dijo animada Currusca al saber que Álvaro no iba a poner pegas al reparto.

—¿Vas a seguir aquí? —preguntó el hombre.

—Si no tienes inconveniente me quedaré en el apartamento, el alquiler es carillo, pero creo que puedo afrontarlo sola y me ahorro una mudanza —contestó Currusca.

—Vale, ya me buscaré yo algo. ¿El dinero de las cuentas, por mitad? —inquirió Álvaro.

—Sí, no me preocupa, lo que digas. Sé que serás justo —concedió Currusca.

—Pues, ¿qué queda? ¿Los CD’s? Imagino que te quedarás los de ópera y música clásica y me dejarás los de jazz y rock —sugirió Álvaro.

—Sí, aunque hay uno de Miles Davis que me gustaría conservar si no te importa —precisó Currusca.

—Adjudicado —concedió Álvaro—, como si te los quisieras quedar todos. No discutiría.

—La verdad es que yo tampoco pelearía si tú los desearas. ¿Y los libros? —preguntó Currusca.

—También te los puedes quedar todos, excepto uno, que es la única cosa que realmente deseo de este reparto de saldos de recuerdos y miserias —anunció Álvaro con cierta amargura.

—¿No me digas? —se sorprendió Currusca—. Y ¿cuál es?

Peor habría a 304Peor habría sido tener que trabajar. Es verdad que el autor nos lo dedicó a los dos, pero yo soy el protagonista de la primera anécdota, el libro está descatalogado y no tiene gran valor económico. Es la única vez que alguien en un relato me ha hecho sentirme como un héroe. Además, el libro era para mí y si figuras en la dedicatoria es por cortesía, porque estuvimos juntos en la presentación y el tipo es un caballero.

—Lo siento, yo también lo quiero —replicó Currusca.

—¿Tú?¿Por qué?¿Por fastidiarme? —preguntó irritado Álvaro.

—De ninguna manera. Tiene un gran valor sentimental para mí —respondió Currusca al tiempo que cogía el ejemplar de la estantería de la sala y lo abría por la página de la dedicatoria.

—¿Sí?¿No me digas? —se lanzó Álvaro entre la ironía y el enfado.

—“Para el intrépido Álvaro cuya valentía y arrojo discurren con libertad en las primeras páginas de este libro” —leyó Currusca, que tras una breve inflexión, prosiguió: “Y para Currusca, mujer de poderoso e inquietante atractivo que ilumina con su sonrisa todos los lugares por donde pasa”. ¿De verdad crees que esa es una dedicatoria de cortesía?, ¿algo así como “con mis mejores deseos” o “con afecto”?

—Ya, ahora va a resultar que lo que no era más que una galantería de esas que el tipo escribe a toneladas se va a convertir en una declaración de amor no correspondido, de pasión desesperada por una tía casada que acudió de acompañante a la presentación de su libro —comentó con sarcasmo Álvaro.

—Ahora ya da igual —dijo Currusca—, pero para que lo sepas, no fue solo la presentación y es el único hombre que me ha hecho sentirme como una auténtica mujer, atractiva, sensual, divertida, deseable. Quizá no puedas comprenderlo.

—¿Me vas a decir ahora que tuviste un rollo con él? —casi escupió Álvaro con un cabreo creciente.

—Él era del último curso de mi facultad cuando yo llegué a primero —relató Currusca en voz baja—. Hubo un inicio de algo que quedó incompleto..

— Y que retomasteis tras la presentación —interrumpió Álvaro, definitivamente enfadado por el engaño—. Me sorprendió lo radiante que estabas aquellos días.

—Fue un flash, unos días maravillosos, que entonces corté yo por no hacerte daño.

Currusca

Currusca fantaseaba con la remota posibilidad de retomar aquella historia. No se hacía ilusiones pero como rezaba el título de una película, “Nunca digas nunca jamás”, y para eso, por si acaso, necesitaba el libro.

—¡Qué generosidad tan falsa! —arremetió Álvaro—. Mira, me da igual, dame el libro y ahórrame los detalles morbosos que a saber si son ciertos.

—Ja, ja, ja, ahora va a resultar que te importa —ironizó la mujer.

—No, no me importa nada —contestó el marido, que con su actitud desmentía sus palabras—, pero quiero ese libro. Te puedes quedar con todo lo demás.

—Lo mismo digo yo.

Un año después, tras haberlo intentado con abogados y mediadores, el juez de familia certificaba el divorcio. En todo había mutuo acuerdo salvo por el libro. El magistrado optó por la solución imposible.

“Declaro la propiedad compartida del ejemplar, pero con la particularidad de que los días impares, Álvaro será el dueño de las páginas pares, y Currusca, de las impares. Los días pares, la propiedad será a la inversa.

“La guarda y custodia también será compartida y se fija un régimen de visitas, que se iniciará por sorteo, según el cual ambos cónyuges disfrutarán del libro alternando los fines de semana y los días de labor. La entrega del ejemplar se hará en el punto de encuentro, bajo supervisión profesional. Habrá un reparto equitativo para la tenencia del libro durante las vacaciones de verano, Semana Santa y Navidad. La mujer elegirá los años pares y el marido los impares. Cualquier incumplimiento podrá sancionarse con la pérdida de días de vacaciones y si fuera grave podría aparejar la retirada de la guarda y custodia y hasta de la propiedad”.

La resolución constituía toda una condena. El juez les obligaba a seguir juntos, a verse todas las semanas. Ninguno pensaba ceder.

Queridos lectores: hasta el año que viene.

2 Comments
  1. SILVESTRE says

    Gracias por este divertido relato. Disfrute de sus vacaciones, y yo sí espero su regreso. Saque brillo a su bola de cristal. Feliz 2015

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