Hun Sen se resiste a abandonar el poder

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Hun Sen recibe a la entonces secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, en Phonm Penh en 2012. (Wikipedia)
Hun Sen con la entonces secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, en Phonm Penh, en 2012. / Wikipedia

Hun Sen no es sólo uno de los supervivientes políticos más longevos de la Historia: tras 30 años en el cargo de primer ministro –por las urnas o por la fuerza-, el primer ministro camboyano se muestra además orgulloso de una gestión cargada de sombras. “Han ocurrido cosas buenas y malas, pero uno debe mirar atrás, antes de que Hun Sen se convirtiera en primer ministro, cuando la guerra civil estaba aquí en nuestro país. Si no hubiera habido un Hun Sen... Si Hun Sen no hubiese acudido a la guarida del tigre, ¿habría sido cazado?”.

El dignatario (no monarca) más longevo de Asia se refería así esta semana, durante la inauguración de un macro puente sobre el Mekong, a su papel en la Historia camboyana, del que sigue viviendo pese a las acusaciones contra el líder del Partido Popular de Camboya que le hacen responsable de violencia política y represión generalizada para mantenerse en el poder, así como de alimentar una gigantesca red de corrupción que devora la riqueza natural del país surasiático a cambio de sostenerle en el cargo.

"Hun Sen es uno de los políticos asiáticos más listos que he visto”, valoraba Sebastian Strangio, ex director del Phonm Penh Post y autor de La Camboya de Hun Sen, en declaraciones a AP. “Durante tres décadas ha logrado sacar del juego a oponentes políticos y críticos internacionales, usando la ayuda occidental contra una China en ascenso. Su larga carrera ha quedado marcada por una increíble flexibilidad ideológica”.

Es una manera de definir los múltiples cambios de registro que ha sufrido un dirigente capaz de adaptarse a cualquier circunstancia cuando se cumplen tres décadas desde su llegada a la jefatura del Gobierno de Camboya, el 14 de enero de 1985. Nacido en el seno de una humilde familia de Peam Koh Snar en agosto de 1952, a finales de los años 60 abandonó los estudios para enrolarse en la oposición comunista al Gobierno del príncipe Norodom Sihanouk. No tardó en ascender en las filas de los Jemeres Rojos –combatiendo con los temibles paramilitares de Pol Pot perdió un ojo a causa de una esquirla de metralla en 1975, cerca de la capital- pero no ha permitido que su turbio pasado ensucie su nombre: nunca admitió haber participado en las matanzas del régimen de terror que acabó con 1,7 millones de personas. De hecho, aseguró haberse sentido “traumatizado” por las masacres: en 1977 desertó, siendo comandante de regimiento, a Vietnam, con cuyo Ejército regresaría dos años después, durante la invasión vietnamita que le facilitó el acceso al poder.

Con el Gobierno títere impuesto por Hanoi fue ministro de Exteriores, desde donde pese a las dificultades –como un embargo internacional al Ejecutivo del que formaba parte, en un momento en que Estados Unidos se alió con China para apoyar al régimen de los Jemeres Rojos contra Vietnam, a su vez apoyada por la URSS- lograría ascender a la máxima jefatura en 1985. Con la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría, que derivó en acuerdos de paz para Camboya, Hun Sen quedó consagrado como el pacificador de un país donde no ha tolerado que la oposición le haga sombra, ni tampoco ha consentido las críticas internacionales.

Strangio recordaba estos días en el Phonm Penh Post, en un artículo titulado La dinastía de un solo hombre, la teatralidad y la capacidad de manipulación de un dirigente caracterizado por su arrogancia. Sirva como ejemplo el encuentro que mantuvo, en 1997, con el representante especial de la ONU para los Derechos Humanos, Thommas Hammarberg, quien acababa de publicar un durísimo informe sobre una matanza de opositores que, a juicio del sueco, requería una “seria investigación criminal”. Hun Sen le presentó a 20 hombres alegando que sus nombres aparecían en la lista de asesinados elaborada por la ONU. “A mí me parece que están bastante vivos”, dijo sarcástico.

Sin embargo, ninguno de ellos figuraba entre los cadáveres identificados: fue la estratagema del dirigente para rebatir las críticas internacionales que volvería a usar un año después durante la visita de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, la irlandesa Mary Robinson, cuando volvió a presentar a cuatro supuestas víctimas de su represión en perfecto estado de salud. “Rechazamos colaborar con quienes nos distorsiona”, dijo acaparando titulares. Una vez más, era un montaje: los cuatro muertos andantes de Hun Sen no habían sido citados en la investigación internacional: dos de ellos figuraban como desaparecidos, un tercero era el hermano de dos de las víctimas. “No sólo hizo el truco otra vez, sino que involucró a familiares de los asesinados para que minaran el informe”, afirmó Hammarberg, citado por Strangio. “Ese era su estilo”.

En su primer discurso de 2015, durante la inauguración del citado puente, Hun Sen recurrió a sus viejas tácticas asegurando que cualquiera que se oponga a su persona es “un aliado del régimen de Pol Pot”. Su indignación radicaba en un demoledor informe publicado estos días por Human Rights Watch donde se detalla la “violencia, represión y corrupción que han caracterizado sus sucesivos gobiernos desde 1985”. Como explicaba el director de la ONG local Adhoc, Thun Saray, “los derechos humanos y el espacio político sigue dependiendo del estado de humor” de Hun Sen. Un observador extranjero que lleva residiendo 12 años en el país, buen conocedor de la escena política, define a su Gobierno como “un cartel de mafias incapaces de ponerse de acuerdo salvo que les una el interés económico”. Hun Sen se muestra extrañado ante toda crítica. “No lo entiendo. Los estándares internacionales sólo existen en el deporte”, ha llegado a afirmar.

Su durabilidad política resulta inquietante, si bien parte de la sociedad camboyana le valora positivamente como el hombre que acabó con la guerra, gestó la transición a la democracia y ha asegurado la estabilidad durante tres décadas. “Es el hombre idóneo en el momento justo”, asegura Phay Piphan, portavoz del Consejo de Ministros. También es el único dirigente que ha conocido buena parte de Camboya, dado que el 65,3% de la población tiene menos de 30 años, lo cual explica el apoyo que sigue teniendo su partido político.

Sin embargo, sectores de la sociedad civil comienzan a movilizarse para impedir que la dinastía de un solo hombre, como la define Strangio, se perpetúe: están promoviendo una petición parlamentaria para pedir que se limite la actuación de cada primer ministro a dos mandatos. “Estar más tiempo crea nepotismo, corrupción y un régimen absolutista”, explica el analista Kem Ley. “Si no podemos restringir el mandato del primer ministro, tendremos que pedir a la gente que no le vote”. Algo que el populista Hun Sen, que se escandaliza ante las peticiones para que dimita de su cargo tras 30 años al frente de Camboya, no puede comprender. “Si fuera un mal líder, ¿me habría dado el Gobierno japonés dinero para construir este puente?”, se preguntaba frente al Mekong.

 

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