La más descabellada producción de Corea del Norte

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Cartel promocional del libro de Paul Fischer en el que se narra el secuestro de Choi Eun-hee. / Flatiron books

Un angustioso nudo le retorció las entrañas cuando se percató de que algo iba mal. A la gran actriz surcoreana Choi Eun-hee no le faltaba instinto para reconocer problemas, pero, cuando comprendió la situación, ya era demasiado tarde. Había sido arrastrada a aquella playa por una inocente mujer y su jovial hija, de 12 años, con excusas concatenadas a las que no había sabido confrontar. Pero cuando una embarcación a motor se acercó a las mujeres y dos de sus tripulantes la introdujeron a la fuerza en su interior, ya era demasiado tarde para ella. “Señora Choi, ahora vamos al abrigo de Kim Il-sung”, dijo uno de ellos. “¿Qué? ¿Qué has dicho?”. “Vamos al seno del Gran Líder, camarada Kim Il-sung". La primera reacción de la actriz fue la más humana. Gritando, se incorporó, suscitando el temor de que se arrojase al mar para nadar de regreso a la costa. Fue inmovilizada y obligada a sentarse antes de desmayarse. Entraba y salía del mundo consciente y, en el trayecto, alguien le inyectó algo. Cuando despertó, estaba a bordo de un carguero, en el camarote de un capitán, presidido por el retrato oficial del dictador norcoreano Kim Il-sung.

El secuestro, narrado en el libro de reciente aparición Una producción de Kim Jong-il, se produjo en Hong Kong, en Repulse Bay, en 1978, y supera con creces el mejor guión concebible en Hollywood. Sin embargo, quien lo concibió fue el hijo del entonces dictador norcoreano y responsable del Departamento de Agitación y Propaganda del régimen, un fanático de la industria cinematográfica frustrado por el hecho de que los cineastas norcoreanos, aislados por el sistema y obligados a ver sólo el material que él mismo autorizaba, no eran capaces de llevar a la gran pantalla las grandes películas que él esperaba que representasen a su país en todo el mundo. Su colección de 20.000 copias en 35 mm alimentaba su imaginación –sus diplomáticos en el extranjero tenían el encargo de conseguir copias de todos los estrenos, en especial de todo lo relacionado con Rambo, Elisabeth Taylor y James Bond– pero le faltaban mentes brillantes que lograsen que una producción norcoreana rompiese taquillas.

El hijo del Líder Eterno soñaba en technicolor y su cinematográfica mente no tardó en encontrar una salida: secuestrar al mejor director de cine surcoreano, Shin Sang-ok, y a la estrella más conocida del país, esposa del primero, Choi Eun-hee, el equivalente asiático de la pareja formada por Orson Welles y Rita Hayworth, para obligarles a filmar las grandes producciones que dejarían a Corea del Norte a la altura que merecía, según los delirios de los Kim.

Corea del Norte lleva desde los años 70 recurriendo a los secuestros más variopintos con la intención de mejorar el capital intelectual de la aislada nación. Recientemente, Pyongyang admitía haber capturado a 11 ciudadanos japoneses entre los años 70 y 80 del siglo pasado para que trabajasen como asesores culturales: algunos murieron en cautividad, otros se suicidaron. Si bien el Gobierno japonés ha documentando 17 casos de secuestro de nacionales, existen muchas desapariciones no desaparecidas y atribuidas a los agentes norcoreanos. En el caso de Corea del Sur, las cifras son dramáticas: desde el armisticio coreano de 1953, unas 3.800 personas fueron secuestradas de las cuales casi 500 permanecen en el Norte.

Cartel promocional de la película Pulgasari.
Cartel promocional de 'Pulgasari'. / www.csfd.cz

Pero ningún caso es tan significativo como el de la pareja de cineastas compuesta por Shin Sang-ok y Choi Eun-hee, desglosada en estos días por el libro de Paul Fisher aunque ya relatada anteriormente por la pareja desde su sonada fuga. Choi, engañada en 1978 para viajar a Hong Kong con falsas promesas de trabajo, fue la primera víctima; Shin fue en su búsqueda, preocupado por la suerte de su ya exesposa, para terminar en la misma situación después de que agentes norcoreanos le pusieran una capucha impregnada en cloroformo.

Los secuestros en sí tuvieron tantos tintes cinematográficos –cenas de lujo en famosos restaurantes, encuentros en casas aisladas, agentes de pelo largo y chaquetas de cuero– como los ocho años que fueron obligados a vivir en Corea del Norte entre amenazas, temporadas de aislamiento, mucho trabajo y fiestas donde alternaban con Kim Jong-il en persona. En el caso de Shin, tras constatar su destino, intentó escapar, lo que le costó cuatro años en la Prisión 6 de Pyongyang, donde sobrevivía comiendo hierba, sal, arroz y doctrina política. “Tragaba bilis todo el tiempo”, escribiría el cineasta en sus memorias, años después de escapar junto a su esposa. “Experimenté los límites del ser humano”.

Su condena se acabó de forma tan imprevista como empezó cuando fue conducido a una recepción ofrecida por el propio Kim Jong-Il. Allí se encontró con Choi, a la que daba por muerta. El hijo del Líder Eterno les explicó qué hacían allí. “Los cineastas norcoreanos sólo hacen un trabajo superficial. No tienen ideas”, lamentó Kim. Una velada oferta para un aclamado director de cine cuyos estudios, Shin Films, habían producido los principales éxitos asiáticos y se encontraba, en el momento del secuestro, en horas bajas: el régimen surcoreano había ordenado el cierre de la compañía. El entonces responsable de la Propaganda norcoreana atribuyó a un error los cuatro años de prisión de Shin, así como a una cargada agenda la demora en recibirles (el primer encuentro se produjo en 1983, casi cinco años después del secuestro). Choi y Shin no tenían ninguna posibilidad de responder. Sólo podían asentir y confiar en seguir vivos.

En sus memorias, Shin contaba cómo se refugió en el cine para afrontar ocho años de secuestro. Todas sus ideas e iniciativas tenían que ser aprobadas por Kim Jong-il y contextualizarse en el proyecto de reforzar la imagen de Corea del Norte. Toda su producción estaba ahora destinada a la propaganda diseñada por Kim, comenzando por educar a la población de una nación que antes de 1945 no existía como tal. Kim pretendía convencer mediante el cine de que Corea del Norte era incluso más legítima que la del Sur, marioneta del colonialismo yankee. Pero también pretendía rehabilitar la imagen de la dictadura mediante el cine, batiendo en las taquillas a las producciones de sus vecinos del sur y japoneses. De ahí que Shin recibiese el encargo de gestionar los estudios estatales de cine y comenzar a rodar: siete películas fueron realizadas, entre ellas Pulgasari, una suerte de Godzilla procomunista convertida en película de culto en ciertos circuitos. La pareja terminó obteniendo premios internacionales para satisfacción de Kim Jong-il.

A medida que se ganaba la confianza del hijo del dictador, la pareja –obligada a casarse de nuevo por el régimen norcoreano- fue adquiriendo progresivamente derechos poco comunes: el más codiciado era el de viajar al extranjero con un doble motivo (promocionar las películas y demostrar al mundo que los rumores sobre su secuestro eran infundados y que, en realidad, se habían convertido a la causa y trabajaban voluntariamente para Pyongyang). En la mayoría de ocasiones no podían viajar de forma simultánea –de forma que un rehén quedaba siempre en territorio norcoreano– pero, tras el éxito de Pulgasari, la pareja asiática de moda fue invitada al Festival de Viena. Kim, orgulloso de la obra maestra, aceptó dado que en los desplazamientos, sus movimientos eran siempre seguidos de cerca por agentes norcoreanos.

La pareja aprovechó un momento de confusión para deslizarse en un taxi que les condujo a la Embajada norteamericana, donde pidieron asilo. El secuestro más cinematográfico de la Historia terminó con la pareja bajo protección de la CIA, con Kim Jong-Il poniendo precio a sus cabezas y con sus nombres siendo eliminados de la filmografía que habían realizado. Sus nombres no serían mencionados jamás en Corea del Norte, por órdenes del hijo del Líder Eterno, que pocos años después asumiría el régimen tras la muerte de su padre.

Trailer Pulgasari (YouTube)

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