«Los oficiales tailandeses nos vendieron a la mafia por 10.000 bath»

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Ekram Mohammud, refugiado rohingya que sobrevivió al infierno del secuestro de los traficantes de seres humanos. (Mónica G. Prieto)
Ekram Mohammud, refugiado rohingya que sobrevivió al infierno del secuestro de los traficantes de seres humanos, afirma que fue vendido en el centro de inmigrantes por los funcionarios que lo administraban. / M. G. P.

SATUN/SONGKHLA (TAILANDIA).- Abu Qalam, miembro de la comunidad rohingya asentado desde hace tres décadas y media en Satun, lleva años denunciando el negocio que rodea al tráfico de rohingya y bangladesíes en Tailandia y en la vecina Malasia. "En los campos han muerto muchísimas, miles de personas", dice en un café de la localidad de Satun.

Sin embargo, en estos años casi nunca se supo de ningún hallazgo de este tipo de instalaciones de la muerte. Eso pese a que, en apenas 10 días, tras una orden del general y jefe de la Junta militar tailandesa Prayut Chan-o-cha después de estallar el escándalo, fueron desarticuladas decenas de instalaciones para rehenes: según los militares, 23 sólo en Songkhla. Una eficacia impresionante para un país que hasta ahora había quitado hierro al problema de la trata humana, la misma repentina diligencia que sorprende ahora en Malasia.

Fosas halladas en el campamento de traficantes de Padang Besar. (M.G.P.)
Fosas halladas en el campamento de traficantes de Padang Besar, en Tailandia. / M. G. P.

Ayer, las autoridades malasias difundieron el hallazgo, a mediados de mayo, de varias instalaciones en su territorio. Se encuentran en el área fronteriza de Padang Besar, Wang Kelian y Klian Intar; y en las proximidades de uno de los campos habría sido hallada una fosa con un centenar de cadáveres. En total, se habla de 30 fosas comunes en el lado malasio de la frontera, a sumar a las halladas del lado tailandés. La frontera entre ambos países lleva siendo abonada con vidas humanas desde hace años. "Parece que los campos llevan activos desde hace cinco años. Estoy impresionado", decía el ministro de Interior malasio, Ahmad Zahid.

Instalaciones como esta mantenían cautivos a hasta un millar de personas en Padang Besar. (M.G.P.)
Instalaciones como ésta mantenían cautivos a hasta un millar de personas en Padang Besar. / M. G. P.

Abu Qalam se revuelve en su silla."Nadie ha intentado parar nunca el tráfico, porque mueve cifras millonarias. Eche cuentas: 70.000 bath (unos 2.000 euros) por persona", explica. "Si hubiesen querido desmantelar los campos, las autoridades lo habrían hecho hace tiempo. No lo hicieron porque la mafia son ellos". Eso es algo en lo que coinciden, de forma secreta, casi todos los consultados en Tailandia, pero son pocos los que lo admitirían con nombres y apellidos por temor a represalias. Se han dictado 65 órdenes de detención, muchas de ellas contra altos cargos municipales, y decenas de agentes u oficiales han sido apartados de sus funciones. Como ya contamos en cuartopoder.es, tras divulgarse la implicación de un teniente general en las mafias de tráfico humano, la Junta Militar en el poder quitó hierro a la noticia, pese a la gravedad de la acusación. "Desde Ranong hasta Padang Besar [en la frontera con Malasia, distrito de Songkhla], hay numerosos controles policiales y militares, pero los traficantes siempre consiguen pasar a los inmigrantes por ellos. ¿Nadie se preguntaba por qué?", decía una fuente de la Seguridad al diario Bangkok Post. La Policía terminó desmintiendo la implicación de ningún general en un escueto comunicado.

Jaula del campo de tráfico de Padang Besar, vista desde otra jaula. (M.G.P.)
Jaula del campo de tráfico de Padang Besar, vista desde otra jaula. / M. G. P.

En este punto, testimonios como el del joven Ekram Mohammud pueden aclarar muchas cosas. Este rohingya de 19 años huyó el pasado verano de Sittwe, capital del Estado birmano de Rakhine (Arakán) -donde se concentra la mayoría de campos de refugiados, considerados por algunos como campos de concentración de la comunidad rohingya-, después de que "los budistas incendiaran mi aldea. Tomé un barco junto a otros refugiados de mi pueblo y de aldeas próximas. Eramos 107 en total". Mujeres, niños, bebés y ancianos hacinados en una embarcación con escasas previsiones". Cuenta además el joven rohingya que el arroz se acabó al sexto día y que, durante la semana restante, no tuvieron nada que llevarse a la boca.

Ekram Mohammud. (M.G.P.)
Imagen del joven rohingya Ekram Mohammud. / M. G. P.

Ekram pagó al capitán del barco con la más preciada de las posesiones de su familia: un anillo de oro. Otros pagan entre 100 y 1000 dólares para realizar la travesía. En ocasiones, las mafias les invitan a viajar gratis, con la oferta de cobrarles más tarde el servicio, una vez que encuentren trabajo en el destino, conscientes de que el negocio llegará una vez en los campos. Así es como llenan barcos como el de Ekram, que tras 12 días navegando, atracó en la provincia tailandesa de Phang Nga. Su embarcación tuvo la mala suerte de ser inmediatamente detenida por la Policía local. "Nos arrestaron a todos. Pasamos tres días en el centro de detención de Phang Nga y luego nos trasladaron a otro similar en Ranong. Una semana después, los oficiales nos vendieron a las mafias. Fue bastante oficial. La policía cobró 10.000 bath por cada uno de nosotros", una suma que equivale a unos 285 euros.

Zapatos infantiles, abandonados en el interior de una de las jaulas del campo de Padang Besar. (M.G.P.)
Zapatos infantiles, abandonados en el interior de una de las jaulas del campo de Padang Besar. / M. G. P.

A Ekram no le hemos encontrado en un centro de detención de inmigrantes o en un refugio oficial. En las enormes instalaciones de Rattapung, en la provincia de Songkhla, grandes toldos con la leyenda "Paremos el tráfico humano" y una palma abierta en señal de stop adornan los muros externos. En su interior, languidecen más de un centenar y medio de rohingyas, hallados por las fuerzas de Seguridad en los campos abandonados por los traficantes en plena jungla, en las últimas redadas. Pero la presencia de periodistas activa todas las alarmas: se les impide el paso y se les advierte de que no pueden acceder al recinto. Todas las peticiones para dialogar con los responsables del centro son rechazadas.

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Una de las chozas de los traficantes en el campo de Padang Besar. / M. G. P.

La experiencia de Ekram en uno de esos centros -la misma que han denunciado muchos otros supervivientes a lo largo de los años, como bien explicó este premiado reportaje sobre el tráfico humano en Tailandia realizado por Reuters- podría explicar la firme negativa de las autoridades. El suyo no es el único caso de refugiados que 'desaparecen' del centro -de hecho, suele ser una noticia frecuente en los medios de comunicación local, explicada por los responsables de los centros como 'huidas' de los 'inmigrantes ilegales'-, pero sí resulta excepcional el volumen de personas que, según Ekram, se habrían visto afectadas. "Nos vendieron a todos, 2.500 personas en total. Nos decían que nos llevaban a Malasia, como queríamos, y nos metieron por la noche en camiones. Nos llevaron a puerto y nos separaron en pequeños barcos para reunirnos a todos en un gran barco, y llevarnos de nuevo a tierra". Su destino último fue uno de los campos del área de Padang Besar, donde llegó tras "caminar un día a través de la montaña".

Soldados tailandeses custodian el campamento hallado en la frontera. (M.G.P.)
Soldados tailandeses custodian el campamento hallado en la frontera. / M. G. P.

Su testimonio coincide con otros recabados por la investigación de Reuters, así como con los recogidos por la periodista local Chutima Sidasathian, quien desde el diario online Phuketwan se ha especializado en informar sobre el tráfico humano en su país. Esta reportera, perseguida por las autoridades, relata que la venta de inmigrantes es común en los centros de detención: se realiza por las noches y es la forma habitual de dejar espacio a nuevos inquilinos y obtener ingresos extraordinarios para los oficiales. La investigación de Reuters, realizada en 2013, especificaba que fue a principios de octubre cuando, con los centros de acogida de inmigrantes a rebosar (más de 2.000 en 14 centros) se decide darles una salida. En noviembre, la cifra había caído a 600 según las ONG's. Según el Departamento de Inmigración tailandés, citado en el informe, a principios de diciembre sólo quedaban 154 inmigrantes en sus instalaciones. Tailandia, que no ha firmado la convención internacional sobre refugiados, considera a los rohingya que huyen de la persecución birmana inmigrantes ilegales. "Al principio todo parecía oficial", explicaba Ismail, un granjero víctima de las mafias entrevistado por Reuters. "Nos tomaron fotografías, nos tomaron las huellas digitales y, una vez en los barcos, cuando llevábamos 20 minutos en el mar, nos dijeron que nos habían vendido".

Montañas de Kah Koew, en las proximidades de Padang Besar. (M.G.P.)
Montañas de Khao Kheow, en las proximidades de Padang Besar. / M. G. P.

Ekram también fue informado por la mafia que le llevaba en barco a puerto tailandés antes de obligarle a caminar a por caminos intrínsecos. La jungla dio paso al horror. "En aquel campo estábamos presos unas 500 personas, bengalíes y rohingya. Pasé allí dos meses, encerrado, sentado todo el tiempo con las rodillas pegadas al pecho, porque no había espacio para estirarnos. Estábamos hacinados... Si alguien trataba de incorporarse, los guardias le golpeaban", relata en la remota mezquita, situada en lo más profundo de la provincia de Songkhla, donde ha encontrado refugio provisional entre los aldeanos mientras se dirime su petición de asilo en Estados Unidos, actualmente en proceso. Mientras Ekram habla, se remanga el pantalón, dejando ver cicatrices en sendas piernas. "Esto me lo hicieron el día que pedí asearme", musita antes de proceder a recordar los nombres de sus captores. "Nainá, el señor T, Husham, Mailei... Ayub era el violador, violaba a las chicas que no podían pagar. Todos eran tailandeses". El joven corta de raíz cuando un religioso tailandés se aproxima con expresión severa. "Eran 15 hombres en total, y cinco de ellos iban armados", zanja el joven.

Un zapato de tacón, en la vivienda de uno de los vigilantes. (M.G.P.)
Un zapato de tacón, en la vivienda de uno de los vigilantes. / M. G. P.

Las cifras de cautivos son de vértigo: según el diario bengalí The Daily Star, unos 250.000 bangladesíes habrían pasado por estas instalaciones cautivos por las mafias. Imposible saber el número aproximado de rohingyas que, como Ekram, han seguido esa suerte, dado que esta comunidad es perseguida y negada por el Gobierno birmano. Esa es, precisamente, la razón de su huida. "Nos tenían sentados día y noche. No había más que un puñado de arroz para comer al día. Nos hacían llamar a Malasia, a nuestros parientes y contactos allá, para pedirles dinero: 6.000 ringgit (unos 2.000 dólares) pero no teníamos cómo pagarlos", prosigue Ekram. Dos meses después, cuenta el joven, le enviaron a otro campamento. "Allí murieron 12 personas como consecuencia de los golpes. Algunos en el acto, otros de debilidad y hambre... Dos meses después, 17 fuimos abandonados por los guardianes porque no podíamos caminar hasta el siguiente campo". Ekram se había convertido en una carga, en un bulto imposible de transportar. La proximidad de la muerte le salvó, paradójicamente, la vida: debilitados y abandonados, cuando les fallaban las fuerzas incluso para descender la montaña en busca de auxilio, los 17 fueron hallados por lugareños que les rescataron y les condujeron al hospital. La mayoría ha sido acogida en EE.UU.

Instalación de los guardianes con vista a todo el campo. (M.G.P.)
Instalación de los guardianes con vista a todo el campo. / M. G. P.

Ekram no recuerda ni quiere recordar dónde se esconden los campos de la muerte en los que agonizó, situados apenas a media hora, calcula, de donde hoy reside de forma temporal. Las montañas de Kaoh Kaew albergan "al menos 50 campos a ambos lados de la frontera", puntualiza Abu Qalam desde Satun. Se trata de un negocio regional transfronterizo a tres bandas: parte de la mafia capta a sus víctimas en Birmania, o las secuestra en Bangladesh, para llevarlas, mar adentro, hasta un pesquero o un carguero modificado para esconder carga humana que terminará atracando en un puerto tailandés, donde se activa la parte tailandesa de la mafia. Una vez que pasan la frontera, tras pagar el rescate, serán los traficantes malasios quienes les guíen por las montañas hasta sitio seguro. Un complejo proceso donde es necesario esquivar o sobornar a los oficiales a cargo de las fronteras, motivo que explica que la mayor parte del tráfico pasara por Padang Besar, donde las autoridades estaban implicadas.

Un soldado se abre paso por la jungla para llegar al campo de Padang Besar. (M.G.P.)
Un soldado se abre paso por la jungla para llegar al campo de Padang Besar. / M. G. P.

"Según mis cálculos, entre 500 y 800 refugiados siguen cautivos en la zona de Songkhla", estima Abu Qalam. Él mismo llegó a Tailandia como "esclavo; era víctima del trabajo forzado. Nos forzaban a pasar la frontera cargando con bultos, y si desfallecíamos, nos golpeaban". Abu Qalam tenía entonces 18 años y se considera un superviviente de las mafias humanas. "El grupo de trabajadores lo componíamos 25 hombres: sólo 10 sobrevivimos". Un día, decidió escapar a sus captores para comenzar una nueva vida en Tailandia, pero no sería una vida fácil. Los rohingya, perseguidos políticos, no son considerados refugiados sino inmigrantes ilegales, y suelen ser tratados como delincuentes o como objeto de contrabando ante la más impresionante tolerancia social. Hasta el punto de que el 'pez gordo' de las mafias, exhibido por Bangkok como el verdadero cabecilla local del tráfico humano, es un afamado empresario, dueño de una cadena de hoteles y expresidente de la Organización de la Administración de Satun, uno de los políticos más conocidos de la región sureña. Durante años captó votos en la provincia de Satun; hoy, ninguno de sus antiguos compañeros de partido admitiría conocerle.

Tráfico humano en el siglo XXI (I) / En el campo de los secuestrados fantasma.
Tráfico humano en el siglo XXI (y III) / 'Ataúdes flotantes' para los rohingya.
2 Comments
  1. celine says

    ¿Qué ejército universal, qué fuerza de razón y compasión harían falta para combatir estas prácticas? Si no lo hay, tendremos que hacerlo entre todos.

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