Christopher Lee: algo más que Drácula o Saruman

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Christopher Lee
Christopher Lee, en una imagen del 15 de abril de 2004 en Lucerna (Suiza). / Sigi Tischler (Efe)

Da rabia asumir que Christopher Lee era mortal, y perdonen el topicazo. Y más si pensamos en el panorama que nos deja: vampiros convertidos en niñatos pálidos y depresivos (Robert Pattinson en Crepúsculo) o cachas con menos expresividad que Mister Potato (Luke Evans en Dracula Untold). El género de terror, al que tan noblemente representó Lee, está también por los suelos. Solo hay que ir al cine. Su Drácula fue el mejor, muy superior a los de Frank Langella, Gary Oldman o Béla Lugosi, entre otras decenas de condes que el cine ha dado.

Aunque las películas de la mítica productora Hammer, donde empezó a destacar, están viejecitas (quizás El perro de Baskerville, con Peter Cushing como Sherlock Holmes, sea la mejor), en su época supusieron una revolución gracias a su revisión de clásicos del terror y sus grandes personajes. Fueron filmes baratos pero honestos, con su particular Star System, sus rodajes rápidos y metrajes ideales para las dobles sesiones, con su justa pizca de erotismo, sus efectos de aquí te pillo y aquí te mato, sus voluntariosos decorados de cartón piedra...

Lee es uno de los seis miembros del sexteto que hizo posible el éxito y la fama mundial de la Hammer. El resto lo forman los directores Terence Fisher, Val Guest, James Carreras y Freddie Francis y actores como Cushing. Lee conoció a este último, personaje fundamental en sus larga y prolija carrera de más de 250 películas, en 1948. En ese año Lee estaba haciendo de figurante (un soldado altísimo portando una lanza) en la versión de Hamlet de Laurence Olivier.

La vocación de Lee como actor es extraña. Desde luego no se metió a actor por hambre. El más aristocrático de los condes Drácula tenía un aspecto muy noble porque en realidad perteneció a la nobleza. Nació en el seno de una familia de pasta. Su padre fue teniente coronel de la Guardia Real británica y su mamá nada menos que la condesa Estelle Mari Carandini di Sarzano. Los dos se divorciaron y el resto de su infancia la pasó en Suiza. Luego su mamá, que apuntaba alto, se casó con el banquero Harcourt Ingle Rose, tío del creador de James Bond, el novelista Ian Fleming (Lee interpretó a Francisco Scaramanga El hombre de la pistola de oro). Y no queda ahí la historia de su linaje: en 2001 fue nombrado caballero del Imperio Británico y también fue comendador de la Venerable Orden de San Juan.

Fueron los de Lee 93 años muy vividos. En la Segunda Guerra Mundial llegó a servir en el ejército participando en operaciones secretas. Paradojas de la vida, cuando en 1962 se presentó al casting de El día más largo (sobre el desembarco de Normandía) lo rechazaron por “no encajar en el papel de militar”. Unos fieras. No ocurrió lo mismo cuando lo eligieron para Rasputín: el monje loco. Durante su pija infancia, Lee llegó a conocer al príncipe Félix Yusúpov, exiliado en Inglaterra y uno de los aristócratas que asesinaron a Rasputín.

Lee, que conocía y practicaba la buena vida (era fumador de habanos y gran aficionado al golf) participó, durante cinco décadas, en centenares de películas, la mayoría de ellas flojas, pero algunas fabulosas. Acabó de Drácula hasta los colmillos (como los espectadores, por otra parte), pero fue más que eso: también el monstruo de Frankestein, La Momia, Fu Manchú y Sherlock Holmes (y su hermano Mycroft, en La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder). Además, participó en películas con las que no solemos relacionarlo como El hidalgo de los mares, El temible burlón, Moulin Rouge o Aeropuerto 77.

Tras ser homenajeado por famosos realizadores de los ochenta (hijos del Baby Boom) como Steven Spielberg (en su destrastrosa 1941) o Joe Dante (en su innecesaria Gremlins 2) y salir en el programa de humor Saturday Night Live junto a gente de la talla de John Belushi, Dan Aykroyd o Bill Murray, el cierre de la carrera de Lee llegó gracias a la admiración que Tim Burton sentía por él, que lo contrató para una de sus mejores películas: Sleepy Hollow. También gracias a la llamada de George Lucas y Peter Jackson, que lo ficharían para sus olvidables trilogías. Hoy a muchos jóvenes les suena más la cara de Lee como Saruman en El Señor de los Anillos que como el famoso conde vampiro. Qué cosa más triste.

Sus últimos años fueron estupendos, mostrando una energía y un sentido del humor envidiables en cada entrevista que le hacían. Tocaba la guitarra, cantaba, escribía (por ejemplo su autobiografía, titulada Alto, oscuro y espantoso)... Y a pesar de estar recién operado y obligado a andar despacito, no paraba. No solo rodando, sino promocionando cada una de sus películas. Atiborrado de analgésicos, según su propia confesión.

A pesar de su larga carrera, nunca ganó un Oscar y el personaje con el que quería despedirse, y jamás logró interpretar, era Don Quijote. Tenía la percha para el personaje, no me digan.

Si tengo que elegir una de las muchísimas películas de Christopher Lee, me quedo con The Wiker Man (El Hombre de Mimbre), una de las películas más desasosegantes que he visto en mi vida (por supuesto de la gloriosa década de los setenta) y que Lee hizo muy por debajo de su caché. La rodó por lo mucho que le gustó su estupendo guión, de Anthony Shaffer.

Lee ha sabido estrujar (o chupar, si quieren volver a perdonarme otro topicazo) su vida al máximo y nos deja siendo un icono del cine. Y no solo del fantástico, del cine a secas. Hasta siempre.

1 Comment
  1. Valeria Santander says

    Compañeros qué tal, buen contenido, mejor calidad Excelente.

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