Auschwitz y la película que quizás nunca lleguemos a ver

1
El_hijo_de_Saul_Auschwitz
Fotograma de 'El hijo de Saúl', última película  sobre el holocausto. / Sony Pictures

El acontecimiento crítico de lo que va de año es El hijo de Saúl, calificada ya como obra maestra y casi seguro Oscar a la mejor película extranjera tras su paso triunfal por Cannes (Gran Premio del Jurado y Premio FIPRESCI) y los Globos de Oro. El film se desarrolla en Auschwitz, un punto y a parte en la historia del hombre. Para muchos, como Adorno, un punto y final. Fue él quien dijo que “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Se acaba de cumplir el 71 aniversario de su liberación.

Y aunque se ha tratado de forma muy taimada, Auschwitz no es nada sin el cine, sin las horripilantes imágenes que empezaron a llegar tras la derrota de los nazis. Uno de los films más importantes en este terreno es Memoria de los Campos (1945), basada en el espantoso material rodado por soldados cuando llegaron a los campos de Auschwitz, Bergen-Belsen y Dachau. El film fue un encargo del Cuartel General Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada y en el que llegó a participar Alfred Hitchcok. Cuentan que el genio estuvo días con una depresión profundísima tras ver las imágenes en la sala de montaje.

Grandes directores de Hollywood como John Ford, John Huston o William Wilder participaron en la guerra, pero Billy Wilder, judío que había perdido a toda su familia en los hornos, fue de los pocos que lo hicieron en la liberación de los campos. Cuando llegó al terreno, quedó devastado y se propuso rodar un documental durísimo contra los alemanes. Siempre recordó un plano: el de un hombre esquelético y desahuciado que miró a su cámara con una fijeza espeluznante para, segundos después, caer muerto ante ella.   

Billy Wilder, por cierto, fue uno de los directores barajados para rodar La lista de Schindler, film que jamás veremos y que, a buen seguro, hubiese sido mucho más brutal y despiadado que el de Steven Spielberg. Wilder llegó a escribir un primer borrador del guión y quería que La lista de Schindler fuese su última película. Lástima, era un experto en trepas de moral muy cuestionable, como Schindler.

Hollywood comienza a atreverse con el horror de los campos con suma cautela. Una de las primeras películas que lo hace es El baile de los malditos (1958), de Edward Dmytryk. En ella podemos ver a un estupendo Marlon Brando como el teniente alemán Christian Diestl, que descubre, conmovido, lo que sus superiores han perpetrado en uno de los campos. Un año más tarde, se estrenaría la bien narrada pero demasiado hollywoodiense El diario de Ana Frank.

En 1961 llega una de las películas medulares sobre el Holocausto: Vencedores o vendidos, de Stanley Kramer. Aunque se toma sus licencias históricas, como dar más importancia de la que tenía al juez norteamericano, es un film fabulosamente escrito, rodado e interpretado. Y con un reparto histórico: Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Maximilian Schell, Marlene Dietrich, Judy Garland y Montgomery Clift. En el film, y gracias a una proyección dentro del juzgado, el público de todo el mundo pudo ver las cámaras, los hornos y hasta lámparas hechas con piel humana. ¡Y qué diálogos! Lancaster (acusado y juez nazi): “Juez Haywood, la razón por la que le pedí que viniese... Aquella pobre gente... Aquellos millones de personas. Jamás supuse que se iba a llegar a eso. ¡Debe creerme! ¡Debe usted creerme!”. Tracy: “Señor Janning, se llegó a eso la primera vez que usted condenó a un hombre sabiendo que era inocente”.

Dos años después, Sidney Lumet estrenó El prestamista, basada en la novela de Edward Lewis Wallante y que nos habla de un prestamista judío en Nueva York que hace lo que puede para superar su paso por los campos, que vemos mediante flashbacks. Wallante logró excelentes críticas con su novela, pero murió joven. La versión de Lumet es brillante y su protagonista, Rod Steiger, fue nominado al Oscar.

cartel_decision_sophie
Cartel de la película 'La decisión de Sophie'. / Wikipedia

El uso de los flashbacks también es característico en La decisión de Sophie (1982), de Alan J Pakula y con fotografía del maestro Néstor Almendros. La película tampoco se desarrolla íntegramente en los campos y son los flasbacks los que nos hablan de esa espantosa decisión de Sophie (que no revelaremos por si algún lector no la ha visto todavía), interpretada por Meryl Streep, que ganó el Oscar. Misma suerte debió correr su compañero Kevin Kline, pero ni siquiera llegó a ser nominado.

No fue la primera vez que Meryl Streep hacía de judía que sufre el extermino. En 1978 la miniserie Holocausto, de la NBC, causó un gran revuelo. En ella se representaron fielmente imágenes de los gaseados en las cámaras. Cuando la serie se emitió en Alemania (la RFA), grupos neonazis dinamitaron dos repetidores de televisión. En la serie, un personaje secundario parece hablar en nombre de un pueblo tan culpable como el alemán: “He visto y no he hecho nada en contra de lo que vi”.

Y llegamos a 1985 con una película que es el mejor trabajo cinematográfica sobre el Holocausto: la monumental Shoah, de Claude Lanzmann. De nueve horas de duración, se estrenó sin pena ni gloria tras once largos años de trabajo de su director. En España estuvo sólo dos días en un cine comercial. En Madrid y sin traducción en castellano. Ha sido emitido sólo en dos ocasiones por La 2 y de madrugada, con bajas audiencias.  

Shoah se basa en una serie de entrevistas con víctimas y verdugos del Holocausto en los campos de exterminio. Lo más llamativo de Shoah es que hay una frase repetida en boca de muchos de los supervivientes y testigos: “Se acostumbra uno”. Uno se adaptaba a estar ordeñando sus vacas mientras, al otro lado de la alambrada, se escuchaban gritos de horror y muerte, mientras olía a carne quemada, mientras veía las pilas con ceniza. Se habituaba uno a conducir un tren cargado de judíos, muchos de los cuales no salían vivos de los vagones, bebés incluidos.

Shoah, además, es lo suficientemente valiente como para exponer que los alemanes no fueron los únicos cómplices del exterminio, impensable sin los bestiales ucranianos o los miserables civiles polacos, que se reían de los judíos cuando los veían pasar en los trenes de la muerte. Los campesinos les hacían el gesto del degollado (imagen usada en La lista de Schindler) cuando los judíos les preguntaban dónde estaban, desde las ventanillas de los vagones para ganado.

Lo más grandioso del trabajo de Lanzmann es que evita las imágenes de archivo, de cadáveres amontonados, del horror, y apuesta por una desnudez estética. Todo lo que vemos es a supervivientes recordando lo que pasó y bucólicos campos de la Europa del Este, esos hermosos y verdes parajes donde se erigió un complejo industrial de exterminio jamás visto en la historia humana.

lista_schindler_cartel
Cartel de la película 'La lista de Schindler'. / Wikipedia

Fue precisamente Lanzmann uno de los cineastas más críticos con la que es hoy la película más popular sobre el Holocausto (aunque en ella Auschwitz esté tratado de refilón y de forma bastante tramposa): La lista de Schindler (1993). Lo explica muy bien Lanzmann: “A Spielberg le tengo mucho respeto como director, es un magnífico cineasta. Pero creo que, aunque pueda parecer extraño decirlo, no reflexionó suficientemente sobre el cine ni sobre la Shoah. Se limitó a reflejar un caso particular. Tampoco apruebo algunas escenas como la de la ducha de las mujeres en la que acaba saliendo agua, no gas. Para la mayoría de los judíos fue al contrario, salió gas por donde esperaban que saliera agua. Spielberg no tenía derecho a hacerlo, es un truco cinematográfico que induce a error. Además, en la película da a entender que hay una relación necesaria entre la Shoah y la creación del Estado de Israel. A mi juicio, fue un factor más, pero no se puede ofrecer una explicación tan lineal”.

Otros que le dieron buena leña a la película son los directores Stanley Kubrick y Terry Gilliam, que en 2014 citó al primero: “Tal y como dijo Kubrick, el problema de La lista de Schindler es que Steven hizo una película sobre el éxito, pero el Holocausto solo se puede tratar desde el fracaso”.

La gran duda hoy, y reconociendo lo valores formales de la cinta de Spielberg (la banda sonora de John Williams y la fotografía de Janusz Kaminski son sencillamente fabulosas) es qué hubiese rodado Roman Polanski, al que también se le ofreció hacer La lista de Schindler. Razonó su rechazo explicando que de niño había sufrido el Holocausto en Polonia y su madre acabó quemada en Autschwich. Afortunadamente para el cine, en 2002 estrenó la excelente y superior El pianista, con el que logró un muy merecido Oscar al mejor director.

Otra gran duda: ¿Cómo hubiese sido la visión de Stanley Kubrick sobre el Holocausto? Desgraciadamente, su proyecto Aryan Papers nunca vio la luz.

En 1997 se estrenó Bent, que trata de la represión a los homosexuales, y tres años después La zona gris, con Harvey Keitel. Pero son films olvidables. Como lo son, y mucho peor que eso, La vida es bella (también del 97) y El niño del pijama de rayas (2006), dos aproximaciones al horror de una deshonestidad y falta de criterio insultantes. La primera es una payasada infame y la segunda un cuentecillo simplón y tan inverosímil como el pésimo best seller en el que está basada. Del mismo año es El último tren a Auschwitz, bien intencionada pero nada novedosa.

En 2002 se estrenó Amén, en el que Costa-Gavras acusó nada menos que al Vaticano de su vergonzoso silencio ante el exterminio judío y a pesar de las evidencias. 

2008 fue el año la estupenda El lector, por la que Kate Winslet ganó el Oscar.

En 2014 pudimos ver La conspiración del silencio, ambientada en 1958, cuando un joven fiscal descubre pruebas para apresar a miles de antiguos soldados de las SS. La pregunta que uno se hace al ver esta correcta película es cómo fue posible que el pueblo alemán tapase lo perpetrado por sus autoridades. Hasta 1966 los alemanes no celebraron el llamado Juicio de Auschwitz. Un cuarto de siglo después del horror.

Lamentablemente, la recién estrenada El hijo de Saúl, primer largometraje del húngaro László Nemes, ha resultado ser una de las decepciones del año. Muchos teníamos esperanzas puestas en esta película, pero no se entiende su tan alabada realización. La historia se desarrolla en Auschwitz, pero nunca vemos su horror salvo mediante planos nada impactantes o fuera de campo, desenfocados. Una opción poco valiente y muy conservadora. El uso de la cámara, toda la película pegada al actor, resulta tan excesivo como exhibicionista.

Inspirada en algunos momentos clave de la historia del campo (como uno de sus motines o las fotos que se realizaron clandestinamente a una incineración de cadáveres), El hijo de Saúl tiene un guion flojo y una argucia argumental poco creíble tratándose de Auschwitz.  

El caso es que estamos ante otro intento fallido. Quizás tengamos que seguir esperando a la película que todavía no se ha hecho dentro de Auschwitz. Puede, eso sí, que el espantoso horror que se vivió allí sea imposible de rodar con veracidad porque resultaría imposible de soportar para cualquier espectador. Nos queda seguir esperando.  

 Avalon (YouTube)
1 Comment
  1. Marvin Antonio Balmaceda says

    Bueno, en mi opinión, es error decir que películas geniales como La Vida es bella, El hijo de Saul, Ultimo tren a Auschtwitz sean malas, solo porque no cuentan todos los horrores del Holocausto, en ese lugar. Pienso que cada una de ellas trata de narrar la historia de alguien y además, como bien se dijo, una película así sería muy dificil de soportar.
    De por sí a muchos no les gusta ver el «cuentecillo» El niño con la pijama de rayas, solo por el final, imaginense una pelicula que incluya escenas de torturas, muertes masivas por gas, quemados vivos, etc. Sería practicamente una cinte de horror.
    Me gustaria mucho sí que algún cineasta se atreva a hacerlo, talvez Mel Gibson.

Leave A Reply