“Mi hijo podría haber perpetrado los ataques de Bruselas”

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Alberto Pradilla *

Veronique Loute en Bruselas. / Alberto Pradilla
Veronique Loute, en Bruselas. / Alberto Pradilla

BRUSELAS.– «Mi hijo podía haber perpetrado los ataques de Bruselas. No me escondo. Podría haber sido él». Veronique Loute, de 66 años, reconoce que, durante 30 segundos, cuando se conoció la noticia sobre las explosiones en el aeropuerto de Zaventem y en el metro de Maelbeek que mataron a 32 personas el 22 de marzo, pensó que su hijo Sammy podría ser el responsable. El temor le asaltó durante 30 segundos. Luego le dio «el beneficio de la duda». Pero le queda la angustia de saber que su chaval, convertido al Islam cuando tenía 14 años, dejó Bélgica en 2012 para combatir en Siria. Se enroló en la brigada yihadista Al Muhajirin, que terminó formando parte de Jahbat Al Nusra, la filial de Al Qaeda en el país árabe. 

Sammy es uno de los aproximadamente 500 belgas que se han enrolado en diversos grupos armados en Siria o Irak. El recuento oficial dice que 117 han regresado. Al menos uno, Najim Laachraoui, tomó parte en los atentados de Bruselas, reventándose en el aeropuerto de la capital europea y matando a 14 personas. Loute lleva sin hablar con su hijo Sammy desde agosto del pasado año. Hasta entonces, como consuelo, conversaba con él a través de Skype. Pero un día le dijo que era demasiado peligroso. Que sentía que los drones les estaban sobrevolando. No ha vuelto a saber nada de él, de su mujer, con la que se casó en Siria, ni de sus nietos, a los que no conoce. Para matar el dolor y evitar que otras familias pasen por el mismo calvario, fundó en 2013 la asociación «Les pères concernés» (los padres preocupados), que agrupa a familiares de belgas que luchan en Siria. Ella es la única católica. «Intentamos prevenir a través de nuestro testimonio», explica.

Desde el ataque contra Charlie Hebdo, en enero de 2015, la mirada de las diversas agencias de seguridad giró hacia Bruselas. No en vano, Bélgica es el país con una mayor proporción de combatientes en los conflictos árabes. Sin embargo, de entre los 19 distritos que conforman la capital, Molenbeek es el más señalado. Según datos de la burgomaestre, Françoise Schepmans, una treintena proceden de este barrio de amplia mayoría musulmana y elevada tasa de desempleo. El más conocido de ellos es Salah Abdeslam, quien participó en los preparativos del atentado de París del 13 de noviembre pero no hizo explotar su cinturón-bomba. Al final fue detenido en su barrio natal, a 500 metros del domicilio de sus padres, pocos días antes de que sus compañeros golpeasen Bruselas. En la fachada de la vivienda todavía quedan marcas de las balas.

«No pretendo disculpar a mi hijo. Pero yo no le envié a Siria. Alguien lo hizo. Estos jóvenes necesitan logística», argumenta Loute. Ella trató de querellarse contra un reclutador. Pero el juez determinó que su vástago era mayor de edad y responsable de sus actos. Las autoridades belgas no dejan de hacerse la misma pregunta: ¿Qué hace que jóvenes nacidos en Europa terminen luchando en países árabes o inmolándose en las calles de sus propias ciudades?

Imagen del Mercado Molenbeek, en la capital belga. / A. P.
Imagen del Mercado Molenbeek, en la capital belga. / A. P.

No se pueden obviar la marginación y la exclusión como caldo de cultivo. «He nacido aquí, fui al colegio aquí, trabajo aquí. ¿Cuándo voy a ser considerado belga?», reflexiona Zakariah, un vendedor de dulces que tiene su puesto en Etangs Noirs, en el centro de Molenbeek. A pesar de que el distrito apenas está situado a 15 minutos a pie de La Bourse y 20 de la Grande Place, existe un abismo entre el centro turístico y la barriada de 100.000 habitantes donde el paro alcanza el 40%. Ahí, muchos jóvenes tienen la sensación de no ser bienvenidos en su propio país. Son hijos y nietos de los marroquíes que, a partir de los años 50, llegaron para convertirse en mano de obra barata. Les llaman «inmigrantes de segunda o tercera generación», lo que evidencia que no terminan de ser tratados como belgas. Pese a ello, Molenbeek no es un «ghetto». Ni siquiera llega a la categoría de «banlieu». Aunque sus calles son el reflejo de una integración incompleta.

Quizás como reacción, la religión está en auge. Sólo en el barrio hay 20 mezquitas oficiales y otras tantas ilegales. Aunque, teniendo en cuenta que el mayor templo de Bruselas, el que se ubica junto a la sede de la Comisión Europea, es financiado directamente por Arabia Saudí, tampoco es que haya que buscar en garajes para encontrar el rastro del rigorismo. «El problema no está sólo en las mezquitas. Es imprescindible que se impliquen las familias y las escuelas», asegura Ibrahim, un imán que acompañaba a Asad Majeeb, una de las máximas instituciones musulmanas de Bélgica, en un acto de recuerdo a las víctimas celebrado el 2 de abril en la capital europea.

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Plaza de la Bolsa en Bruselas. / A. P.

Es evidente que hubo problemas de descoordinación antes de la tragedia. Algo que se entiende en un país completamente dividido entre valones y flamencos y que, entre 2010 y 2011, fue capaz de permanecer 541 días sin gobierno. No todo se puede explicar por las dificultades internas del Estado. Ahora, a los problemas de exclusión de una parte de sus habitantes se le suman el auge de la islamofobia y la psicosis que se extiende entre sus vecinos. «La gente no se sienta a mi lado en el metro. Y eso que soy trabajador de la sociedad de transporte público, que yo también tengo miedo», se queja Mohamed Elboughlidi, vecino de Molenbeek. También, y esto es un hecho, la presencia de enlaces del yihadismo que cambian su modus operandi. Si antes se acercaban al exterior de las mezquitas, ahora aprovechan las redes sociales. O al menos eso dice la Policía, que sigue dando palos de ciego y arrestando a sospechosos. El viernes cayó Mohamed Abrini, el supuesto «hombre del sombrero» que acompañó a los suicidas del aeropuerto.

Una de las consecuencias visibles es la imposición de un régimen securócrata que no ha encontrado oposición. En determinadas estaciones de metro o en las terminales lleva desplegado el Ejército desde hace meses. No sirvió para evitar los ataques. Hace semanas, en barrios como Molenbeek o Schaerbeek se organizaron protestas contra la presión policial. Ante la falsa disyuntiva entre «seguridad» y «libertad» hay consenso. Mientras, los problemas sociales siguen sin respuesta.

(*) Alberto Pradilla es periodista.

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