Soraya Rodríguez, portavoz del PSOE “para sufrir”

Por asentimiento y sin una palabra en  contra, confiaron  los parlamentarios socialistas  la función de portavoz a Soraya Rodríguez, una mujer que pese a ser tocaya y natural de la misma tierra, Valladolid, de la vicepresidenta del Gobierno, se diferencia de ésta en edad, maquillaje y peluquería. La Soraya de Rubalcaba es mayor en edad  y conocimiento que la de Rajoy. Ambas estudiaron Derecho en la Universidad de Valladolid, pero ni se conocieron  ni trataron. “Date cuenta de que cuando una está en sexto y otra en párvulos, no hay ninguna relación, sino un abismo”, dice Rodríguez sin quitar mérito a su enfática adversaria con cara de caramelo y cabellos de peluquería. Por supuesto que entre las dos no jugaron a baloncesto. Sería un abuso.

Cuando, salvados los paralelismos tocantes a lo tocayo y lo terrestre, pegunta el cronista a la Rodríguez por qué acepta la designación de Rubalcaba para una función tan procelosa y delicada, contesta que está “acostumbrada a sufrir”. Se curtió como secretaria de cooperación internacional, negociando liberaciones de rehenes en manos de terroristas de Al Qaeda, vio de cerca la desgracia, el sufrimiento humano, la miseria. Es una mujer correosa que ha sobrevivido a mucha mala leche. Y además, o tal vez por eso, es agradable y cercana de trato.

En su primera rueda de prensa, esta mujer, un acierto del dirigente socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, apareció con el torso inclinado hacia los periodistas, en posición más cercana a la gente que al cargo, y tras argumentar lo argumentable contra una reforma laboral que constituye una canallada contra los trabajadores, no dudó en decir a los informadores que claro que irá, como ciudadana, a la manifestación que han convocado el domingo los sindicatos.

Discernió bien Soraya Rodríguez entre la reforma zapaterista de 2010, tras un largo periodo de diálogo infructuoso entre  patronal y sindicatos, y el decreto de Rajoy que viene a laminar la negociación. el diálogo y la llamada paz social, pues de golpe y plumazo anula el ya precario equilibrio entre capital y trabajo y confiere todas las atribuciones a los empresarios para prescindir de los obreros que no les gusten, ya sea bajándoles el sueldo, según sus inescrutables cuentas, ya despidiéndoles sin más indemnización veinte días por año.

Y la norma para el sector privado vale asimismo para el público. Si no cabe apelar a la “reducción de ingresos por ventas”, el decreto de Rajoy invoca la “reducción presupuestaria continuada o sobrevenida” en la financiación de los servicios públicos. Significa esto que los interinos con puesto fijo, ya sean médicos, maestros o asistentes sociales, pueden ser despedidos de la noche a la mañana. Basta que el pleno municipal, la asamblea autonómica o el Congreso de los Diputados con mayoría absolta del PP apruebe los recortes para que sus señorías se conviertan en malvados despedidores. Mas nadie se equivoque, pues en rechazar y protestar desde el escaño y en la calle verán ustedes a esta Soraya de sangre caliente a la que, como dijo Durandarte a don Quijote en la cueva de Montesinos, vale desear “suerte y barajar”.