Adelina Kondratieva, luchadora de la libertad

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Adelina Kondratieva, en el Ateneo Republicano de Valladolid a finales de los 90. / Foto cedida por AGE

La madrugada del viernes, 14 de diciembre, se murió en su humilde casa de Moscú Adelina Kondratieva, una de las grandes luchadoras por la libertad en la Guerra Civil española que, junto con su hermana Paulina, actuó de intérprete de los pilotos rusos. Adelina tenía 95 años y era presidenta de la Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE). La incansable Dolores Cabra, promotora y secretaria general de AGE, me envió por email la triste noticia junto con unas fotografías y una extensa reseña de la apasionante e incansable lucha de esta brigadista internacional.

La última vez que tuve la suerte de hablar con Adelina fue hace tres años, durante un viaje que hizo a Madrid. Comimos en Cupela, en la calle de Marqués de Cubas, cerca de Cibeles y del Congreso de los Diputados –ella sólo tomó una sopa y Dolores, Raimundo Castro y un servidor, el bacalao de rigor-- y hablamos largo y tendido sobre las purgas del canalla José Stalin, del que se decía que era el único que perdonaba la vida a sus enemigos pero mataba a sus amigos. El padre de Adelina fue una de las muchas víctimas del cruel personaje.

Adelina se sentía feliz porque acababa de obtener la nacionalidad española, según lo previsto en la ley de Memoria Histórica de 2007, y tenía interés en conocer y saludar a la ministra de Defensa, Carme Chacón, quien la recibió en su despacho y, según la referencia que me facilitó Germán Rodríguez, quedó admirada de la fortaleza y dulzura de una mujer que a su avanzada edad deseaba el reconocimiento del grado de militar del Ejército republicano español. No pudo ser.

Un año antes habíamos celebrado otro encuentro, también en Madrid, y también cerca del Congreso, con los amigos de AGE, en el que pude observar la emoción en los ojos de Adelina al besar y abrazar amorosamente a José María Bravo Fernández-Hermosa, piloto republicano y jefe de escuadrilla de los Polikárpov I-16, los famosos Mosca, que desde su llegada al puerto de Cartagena, el 25 de octubre de 1936, mantuvieron a raya a los cazas y bombarderos italianos y alemanes que hasta entonces habían descargado a placer sus bombas sobre Madrid.

Bravo sobrevivió a la contienda y después de perder los últimos aviones en Girona, donde protegieron a las columnas de exiliados hacia Port-Bou, sufrió los rigores de los campos de concentración en los arenales de la costa francesa hasta que con otros aviadores logró salir hacia Rusia, donde combatió contra los nazis en el Caspio y protegió con su escuadrilla los pozos de petróleo de Ucrania, además de escoltar al camarada Stalin a la Conferencia de Teherán con los aliados Winston Churchill y Franklin D Roosevelt.

No se cuanto tiempo permanecieron agarrados de la mano Adelina y Bravo al despedirse, pero fue bastante, como si presintieran que ya no se volverían a ver. Bravo falleció en 2009 y Adelina regresó a Moscú. Recuerdo que entonces me regaló Gira, un documental sobre su lucha y la de su hermana Paulina que fue proyectado en el Ateneo Republicano de Vallekas y en otros centros de toda España.

Recuerdos de la guerra

El título, como el del tango, explica su origen: nació en Buenos Aires en 1917. Sus padres eran rusos que habían escapado en 1910 de la represión zarista. Su padre,  Benjamín Abramson, había sido condenado a muerte. En Argentina permanecieron hasta 1932 en que se trasladan a Rusia para participar, con gran ilusión, en la construcción del Estado socialista. Ella, con 14 años, y su hermana, un poco mayor, se integraron con dificultad en la escuela. Cuando Adelina pidió el ingreso en la Unión de Juventudes Comunistas, se le denegó por considerarla “hija de un trotskista con el agravante de haber nacido en Buenos Aires”. Le costó dos solicitudes más, a la tercera la admitieron.

Adelina y su padre Benjamín salieron con identidades falsas hacia España en enero de 1937, donde ya se encontraba su hermana Paulina, para participar en la lucha contra el fascismo. Consiguieron llegar a Barcelona y Valencia. Adelina, con 19 años y sus conocimientos de ruso y castellano, fue destinada, como traductora, al Estado Mayor de la Fuerza Aérea de la República, con sede en Albacete, ciudad que también acogía a las Brigadas Internacionales. En el aeródromo de Los Llanos obtuvo la graduación de teniente. Trabajó, entre otros, con el asesor Smushkevich --conocido en España como el general Douglas--; recordaba la gran ayuda de su padre y las enseñanzas de Núñez Maza.

Su hermana Paulina trabajaba con el asesor soviético Xanti Mansurov, con quien se casó después. Xanti tuvo diferentes misiones en España. Fue consejero de las unidades militares en la defensa de Madrid, asesor del Cuerpo de Madrid-Cataluña y también de la 35 división, organizador en el XIV Cuerpo de Guerrilleros, y colaborador en la preparación de oficiales.

Uno de los trabajos de Adelina y sus compañeros era pasar toda la noche atentos a la información de la centralita que daba los partes de los aeródromos. La mayor parte de la vida en Albacete, la desarrollaba con aviadores rusos y españoles. Su memoria retenía sus nombres. En su tiempo libre iba a la ciudad en la moto de un mecánico ruso, Gregori Sokolov; disfrutaba recorriendo las calles, la plaza del Ayuntamiento…“Una señora me hizo un par de jerséis que eran la envidia de mis camaradas y de gran utilidad en este clima tan frió”.

Adelina Kondratieva, en Albacete, a principios de 1937, durante la Guerra Civil. / Foto cedida por AGE

Uno de los episodios fijos en la memoria de Adelina –cuenta Dolores Cabra--  fue el bombardeo de la capital el 20 de febrero de 1937: “Ese bombardeo fue algo macabro. Durante casi toda la noche, el cielo de Albacete permaneció resplandeciente por las explosiones de las bombas y el ruido era estremecedor. Las acciones se repetían tras un breve intervalo de tiempo y una tenía la impresión que aquella era una noche interminable. Al día siguiente fuimos a la ciudad y los estragos del bombardeo dejaron heridas las calles y plazas, especialmente las pérdidas fueron más intensas entre el Altozano y la estación de ferrocarril”.

En 1938 regresó a Moscú donde ingresó en la Universidad Obrera para adultos. Se doctoró en Ciencias Histórica, especializándose en movimiento sindical latinoamericano. En 1941 estudió italiano en la Facultad Militar de Idiomas Extranjeros para servir durante la invasión nazi como intérprete de los prisioneros italianos en el frente ruso. Chocó con sus superiores por el mal trato que se les daba. Fue teniente superior del Ejército Soviético entre 1941-1949 y participó activamente en toda la campaña militar durante la ocupación alemana de la URSS.

Al finalizar la guerra se reincorporó al Instituto Militar de Idiomas. Se casó con el también militar Alexander Kondratiev y tuvo una hija, Elena. En 1951 detuvieron a su padre, con 63 años, acusado de trotskista, y le tocó participar en su detención por orden de un superior. Del padre no consiguieron ninguna confesión. Todas las acusaciones fueron refutadas. Gracias a ello consiguió lo que llamaban “una condena leve”: cinco años de gulag (campo de trabajo), con el destierro subsiguiente, sin poder vivir en ninguna ciudad importante. Fue liberado tras la muerte de Stalin.

Tras muchas vicisitudes por “ser hija de un detenido y además extranjera”, continuó su vida como jefa de la cátedra de español en el Instituto de Pedagogía. En los años 90 comenzó a realizar viajes periódicos a España. “Entonces –cuenta Dolores-- conocimos a las dos hermanas en Madrid y las animamos a publicar en la editorial Compañía Literaria que dirigía Juan Barceló su libro de memorias Mosaico Roto. Desde aquella época contactó con numerosos círculos de exiliados, expresos, guerrilleros antifranquistas, antiguos militares de la República, etc. y fue la inspiradora y principal impulsora del Homenaje a las Brigadas Internacionales del año 1996”.

Quería ser española

Después, en marzo de 1997, impulsó la creación de la Asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE) y la digitalización de los archivos y la documentación dispersa por todo el mundo y especialmente por Rusia relativa a la Guerra Civil. “Viajamos juntas –añade Dolores-- por numerosos países, Gran Bretaña, Italia, Canadá, USA, México, Suiza, Luxemburgo, y, sobre todo, por la inmensa Rusia, solicitando a los exiliados y a los brigadistas que colaboraran en la labor de la recuperación de la memoria histórica de España”. Mantenía una relación constante en el Centro Español en Moscú con los que fueron niños, con los círculos de hispanistas rusos, especialmente con Natalia Malinovskaya, y con los supervivientes brigadistas de todo el mundo, y participó e impulsó las diferentes actividades de memoria histórica, tanto en Rusia como en España y otros países.

La última vez que estuve con ella en Moscú –recuerda Dolores--, fue con motivo del 75 aniversario de la evacuación de los niños de la guerra. En el Centro Español de Moscú asistimos a los actos y en el gran salón tuvo una de sus últimas intervenciones públicas, en apoyo solidario a la lucha por el mantenimiento del Centro, en peligro de desahucio por la falta de apoyo del gobierno de España. Juntas mantuvimos una larga batalla para conseguir que España le concediera la pensión que por ley le correspondía como teniente de aviación de la República, pero tropezamos sistemáticamente con murallas infranqueables y diques de contención que amparan las absurdas y temibles  burocracias y la mala intención de altos estamentos políticos. No  lo conseguimos y Adelina, en este último viaje a Moscú, me volvió a repetir su deseo de vivir el resto de sus días en España. Yo siempre le decía que España, en estos tiempos, es una madrastra para sus hijos más nobles, pero que seguiríamos intentándolo. Ahora Adelina ya no está, pero ahí queda registrado todo su combate por la libertad, por la justicia y por los derechos humanos”.

2 Comments
  1. Arletha says

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