Un periodista contra la 'golfemia' judicial

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José Yoldi, el pasado jueves, durante la presentación de su libro, acompañado por Carlos de Vega (a su derecha), Luz Sánchez Mellado y Jesús Ribasés. / CP
Actualización del 19-9-14 con foto de la presentación del libro

Uno al que siempre confundo con otro de cuyo nombre no logro acordarme, pero que no era Marshall McLuhan ni ningún reputado teórico del determinismo tecnológico, dijo una vez que el periodista se parecía a un pescador que salía por la mañana a echar el anzuelo. Hay días con suerte y días sin ella, pero José Yoldi García (Donostia, 1954) afirma que se le daba bien y solía reportar bastantes noticias a la agencia Europa Press, en la que comenzó a ejercer en 1977 lo que Gabriel García Márquez llamó “el mejor oficio del mundo”. Tan es así que muchos periódicos se alimentaron un mes de agosto de las jugosas lonchas de un gran siluro, el sumario del golpe del 23-F, que Txetxo pescó en exclusiva. Otro triunfo periodístico de los que hacen época, las “semanas caribeñas” del presidente del Tribunal Supremo y del Consejo del Poder Judicial, Carlos Dívar (leer capítulo íntegro) le valió en 2012 el premio Víctor de la Serna de la Asociación de la Prensa de Madrid al mejor periodista del año.

Viene lo anterior a cuento de que Yoldi presenta el jueves, día 18, en el Café Comercial de Madrid el libro que ha titulado con la irónica frase tan repetida en el oficio: Peor habría sido tener que trabajar (Libros.com). Se trata de una lección de periodismo en quince episodios tan amenos como instructivos. Ningún aprendiz de periodista debería dejar de leerlos si quiera sea para saber a lo que se enfrenta. La prosa fluida y directa hace fácil la lectura, como si el autor quisiera inculcar su propio aprendizaje después de confesar que lo único que aprendió fue a leer libros en la facultad de periodismo de Navarra.

El periodismo de verdad lo aprendió en la agencia, redactando y sacando noticias. Cuenta que le destinaron a hacer tribunales no porque lo hubiera pedido ni porque vieran alguna predisposición o condición especial en él, sino porque había un puesto vacante y necesitaban tener a alguien. Ahí comenzó su especialización, y con más de mil juicios a terroristas de todas las bandas y organizaciones, narcotraficantes, criminales, violadores y otros enemigos sociales ya se pueden imaginar lo que no ha podido contar de lo mucho que ha contado. Este libro es un testimonio con momentos apasionantes del oficio de informar sobre la Administración de Justicia.

La primera pieza de peso que pescó Yoldi fue aquel sumario del 23-F. Pesaba lo suyo: 40 tomos de 500 páginas cada uno. El juez instructor José María García Escudero –antiguo subordinado de Manuel Fraga y teórico del golpismo con los Borbones-- se había esmerado en cuantos detalles pudieran favorecer a los imputados. Cuenta Yoldi que solo había cuatro copias para las partes. Él llegó a un acuerdo con su fuente: le dejaría fotocopiar el sumario a cambio de que le hiciera dos copias para él. Un día, cuando iba en su Vespino, con los folios y las copias en una cestita que llevaba delante, derrapó y se pegó un trastazo. Los papeles volaron y quedaron esparcidos por la calzada. Él, magullado, los recogió como pudo. En la esquina había un crío como de diez años que, para ayudar, le dijo: “¡Vaya torta te has dado!” Él, que intentaba ordenar las resmas le dijo: “Calla, chaval, que yo todos los días me pego una de estas”. Y el angelito, que se las traía, le replicó: “Pues podías decirme a que hora vas a pasar mañana, que no me la quiero perder”.

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Portada del libro. / CP

En 1983 Yoldi empezó a trabajar para El País, donde ha permanecido 29 años y donde las exclusivas tenían mayor impacto. La famosa excarcelación del capo de la Camorra napolitana Antonio Bardellino, reclamado en Italia por asesinato y otros delitos, fue una sus primicias e investigaciones más sonadas. Su trabajo periodístico dejó al descubierto la corrupción del juez Ricardo Varón Cobos y de su compañero de farra, el magistrado del Supremo Jaime Rodríguez Hermida, especialista en exonerar a narcotraficantes. El primero, por indicación del segundo, dejó en libertad al jefe mafioso, que pagó 15 millones de pesetas por su libertad. Yoldi recogió el testimonio de la novia de un lugarteniente de Bardellino, a quien visitó en la cárcel, y puesto que aquella mujer, Encarnación Reaño, aseguraba que 200.000 pesetas fueron para pagar a un fiscal, así lo puso. El fiscal del caso era Luis Poyatos, un ultraderechista adinerado que incumplió su obligación de informar sobre la excarcelación decretada por Varón Cobos aprovechando la suplencia del titular de vigilancia penitenciaria. Poyatos negó haber recibido dinero y alegó que le falsificaron la firma. Su alegato --siempre firmaba con rotulador y la excarcelación estaba a bolígrafo-- se dio por válido y quedó libre de sospecha. Pero además consiguió que el fiscal general del Estado, a la sazón Burón Barba, se querellara contra Yoldi. La querella fue archivada. Pero como aquel episodio algo pudo influir en que no ascendiera a fiscal jefe de la Audiencia Nacional, aquel Poyatos escupía en el suelo cada vez que se cruzaba con el periodista.

Yoldi narra ese y otros episodios de la tarea de corresponsal judicial con amenidad, sencillez y un enfoque crítico no exento de ironía. Basta con accionar el “timbre de gloria” que para el Tribunal Supremo supuso la condena y expulsión de Baltasar Garzón de la carrera judicial por su investigación del caso Gurtel de corrupción del PP para descubrir cuán independiente era y es la cúpula judicial. Basta con recordar que las mismas observaciones telefónicas que ordenó Garzón fueron prolongadas por el juez Pedreira sin reproche alguno, para significar la existencia y acreditada aplicación de dos varas de medir por parte de la más alta instancia judicial del Reino de España. Y, en fin, con leer los epítetos que le dedicaron cuando el Supremo instó y aplicó la chapuza de la "doctrina Parot", el lector se puede hacer una idea de lo que Yoldi conoció, vivió y soportó directa y personalmente. “No me digas quiénes son, puedo olerlos desde aquí”, podría decir de determinados prebostes de la Judicatura. Pero es elegante, correcto y educado y nunca diría eso.

El relato de Yoldi ayuda además a discernir entre la honradez informativa y el servilismo, entre la búsqueda de la verdad probada y el retorcimiento  “conspiranoico” al servicio de la causa del PP que él y otros periodistas de tribunales soportaron durante todo el proceso y el juicio a los terroristas de yihad islámica y sus cómplices en la masacre del 14 de marzo de 2004 en los trenes de cercanías de Madrid. Al contar sus experiencias, Yoldi revela la golfemia, parcialidad, opacidad y la falta de independencia de la cúpula judicial –a Garzón lo echaron cuando ya no les hacía falta porque ETA se estaba desmantelando, dice--. Y sobre todo ayuda a valorar la templanza y la capacidad de aguante que ha de tener el periodista para soportar las amenazas, presiones, los insultos y el temor a que atenten contra tu familia. Ha pasado por todo eso sin arrugarse. De sus vivencias y experiencias queda claro que la justicia no es igual para todos ni todos somos iguales ante el aparato judicial.

El libro se cierra con su último hito periodístico, el referido a los fines de semana de cuatro días (“caribeños”) que se regalaba el magistrado Dívar a sí mismo, con coche oficial y escolta, en hoteles de lujo, con cargo al erario público y en plena crudeza de la crisis económica. El escándalo de la verdad no mueve al mundo, pero la información que aportó sirvió en este caso para desenmascarar a aquel señor tan piadoso e importante y resultó determinante para que después de crecerse, arrojase la toalla. Todo lo cual indica que cuando el periodismo cumple su función social, mengua el nepotismo y decrecen los abusos del poder.

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