‘The Break-up of Spain’

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Artur Mas, el pasado miércoles, día 3, en la conferencia de prensa que ofreció en el Palau de la Generalitat. / A. Estévez (Efe)

Artur Mas conoce muy bien el terreno que pisa. Investido como presidente de Cataluña en el peor momento posible -diciembre de 2010-, le ha tocado bregar con la amenaza real de insolvencia de la Generalitat y con la impopularidad subsiguiente a su uso de la motosierra para reducir el gasto público, pero a diferencia de Rajoy sigue con la raya del pantalón convenientemente planchada y sin un atisbo de estrés postraumático en las pupilas. Dicen que el mejor amigo del hombre no es el perro sino el chivo expiatorio. Reitero que Artur Mas sabe muy bien cómo despejar su terreno porque acaba de dar un puntapié en el trasero a su chivo particular, con la simpatía que despierta entre muchos de los afectados por sus recortes el hecho de compartir el mismo desprecio hacia el animalillo. El honorable es un mago. Pero hay que reconocer que su forma de barajar las cartas es un truco muy sencillo para la parte del auditorio menos entregada a sus indudables encantos. La posición del presidente Rajoy, por el contrario, no concede tanta posibilidad de efectismo. Eso de la herencia recibida y otros juegos de manos y si es necesario de villanos no conmueve mucho a la parroquia. Quizás su problema sea vivir en Madrid. Madrid es una ciudad de ateos aunque esté repleta de fantasmas. Pero en los chivos expiatorios y en los diablos ya ni siquiera creen las monjas comendadoras o las amigas pías de la alcaldesa que disfruta el cargo como si fuera un derecho ganancial.

Me parece que el señor Mas ha analizado con calma las consecuencias de su movimiento telúrico. Su jaque a España contiene (en teoría) unos visos razonables de verosimilitud (¿por qué va a ser Cataluña menos posible que Malta en el seno de la Unión Europea?) y además supone un golpe en la mandíbula a sus rivales políticos en la esfera local, especialmente efectivo en el caso del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC).  O sea, que Más se dispone a matar dos pájaros de un solo tiro. Cobrar la segunda pieza puede resultarle muy fácil porque últimamente la izquierda cojea a nada que se la asuste y anda ostensiblemente patosa. Lo de la independencia ya es harina de otro costal, es un trofeo de caza mayor que, como veremos enseguida, puede teóricamente perseguirse con éxito consultando algunos libros de montería. En la vida real, sin embargo, las partidas de caza no son como las pintan los libros,  a veces amargan a los aficionados que salen a las batidas y casi siempre decepcionan a los amigos que les esperan al calor del hogar. En el futuro lejano Artur Mas será recordado por sus resultados, por el buen o mal fin de su audacia, pero nadie podrá negarle la disciplina intelectual con la que está acometiendo su empeño.

Alex Salmond, en una imagen de archivo. / Efe

En esa labor concienzuda no cabe descartar que haya encontrado la inspiración suficiente en Alex Salmond, el Ministro Principal de Escocia y jefe del Partido Nacional Escocés. En las últimas elecciones legislativas, celebradas el 5 de mayo de 2011, el triunfo de Salmond fue abrumador y relegó al Partido Laborista –tradicionalmente mayoritario en Escocia- al ángulo más oscuro del Parlamento. La siguiente empresa de los nacionalistas escoceses es alcanzar la independencia de su país y la separación del Reino Unido en el referéndum que probablemente se celebrará durante el otoño de 2014. A priori, Salmond sólo cuenta con el voto favorable de un tercio de sus compatriotas, pero todo el mundo coincide en que una posible derrota no le impediría seguir señoreando a pleno rendimiento la política escocesa. Como las vísperas catalanas de independencia nacional son más halagüeñas para el presidente de la Generalitat y el próximo 25 de noviembre el bloque independentista catalán va a dejar de ser un legítimo clamor callejero para conformar casi con toda seguridad una mayoría muy cualificada en el Parlament, resultan plausibles las aspiraciones políticas de Mas de encarnar personalmente la representación del volkgeist catalán. ¿Es Mas el nuevo profeta del independentismo catalán a la escocesa o se quedará en un simple aprendiz de brujo, en una atracción exótica para el turismo político al estilo del monstruo del lago Ness? Lo veremos.

Lo que ya no se acomoda tanto al guión previsible es la respuesta de las formaciones progresistas al órdago de Mas. Parece que a la izquierda catalana, y también a la española en general, les han pasado inadvertidas las facturas que, en relación con sus expectativas de supervivencia, les puede costar la copia del proceso escocés hacia una vida nacional independiente. Creo que el president se ha tirado a una piscina sin agua, pero sin agua para los que corren el riesgo de estrellarse gracias al salto con tirabuzón de Mas (en su busca de la gloria olímpica) que igualmente es un triple salto mortal para sus convidados de piedra: para España, para Cataluña, y sobre todo para el instinto más elemental de la justicia y la igualdad de los ciudadanos con abstracción de su domicilio (que es el patrimonio político de cualquier organización de izquierdas).

En la cuestión nacionalista no existe mucho espacio para el romanticismo tradicional. El camino que puede llevar a Cataluña a la meta de su independencia hunde sus raíces en el pasado remoto (si se quiere, desde la incorporación de la Corona de Aragón a la casa de los Trastámara castellanos), pero su trazado actual es radicalmente moderno y sus cimientos empezaron a fraguar hace poco más de treinta años. Como su hermano mayor –el pacífico separatismo escocés del Reino Unido-, la aspiración del nacionalismo catalán a la independencia de su territorio (a tener, según el eufemismo de Mas, estructuras de Estado) es un viejo anhelo traducido a un lenguaje político contemporáneo, una versión actualizada y viable de la idea nacional que, pese a lo que  algunos creen, encaja bien en el fenómeno económico de la globalización. Estamos ya muy lejos de las nacionalidades y de las minorías étnicas y culturales que, tras el derrumbe de los imperios centrales y orientales de Europa después de la Gran Guerra, lograron su Estado particular. También de los procesos de descolonización en Asia y África posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Además, Cataluña no responde a ninguno de esos dos ejemplos históricos.

Como muy bien ha dicho Artur Mas refiriéndose a sí mismo, no es un loco trasnochado (en teoría). Su proyecto, difícil sin duda, es funcionalmente posible aunque nos cueste verlo desde esta perspectiva por las dificultades que entraña para el catalanismo su enfrentamiento, ahora ya sin rodeos, con una entidad estatal –España- consolidada hace más de quinientos años. Es como si el maquinista de la General dirigiera alegremente su viejo cacharro contra el AVE Madrid-Sevilla. Pero Artur Mas no es Buster Keaton. El barcelonés con cara de buen chico sabe perfectamente que su combate no es el de David contra Goliat, sino la lucha de una debilidad contra otra debilidad. En este juego, sea cual sea su resultado final, tenemos seguramente Mas para rato. Otra cosa es el futuro político de Cataluña, es decir, de Cataluña en relación con su “circunstancia”, de las probabilidades reales que un producto de laboratorio bien concebido tiene para resistir y superar el test de la experiencia concreta.

Cubierta del libro de Tom Nairn

Tom Nairn, un marxista escocés de la Nueva Izquierda, vio una oportunidad para el socialismo en un hipotético desmembramiento de Gran Bretaña. En 1977 publicó The Break-up of Britain, donde expresa algunas sugerencias de interés sobre el futuro del nacionalismo, la crisis de la izquierda y las consecuencias de la entonces incipiente globalización sobre ambos. En un contexto social –los años 70 del siglo XX- definido por la decadencia del Estado-nación (impulsor del capitalismo a lo largo del siglo XIX) tras la aparición de una economía mundial y globalizada, Nairn contemplaba una repentina e inesperada posibilidad de desarrollo para el socialismo británico si defendía la bandera del nacionalismo escocés. De su debate con el también historiador marxista Eric Hobsbawm, fallecido esta misma semana, creo que se pueden extraer varios argumentos útiles para comprender algo de lo que, treinta y cinco años después, está sucediendo en nuestro país. Leyendo al maestro Hobsbawm quizás seremos capaces de rastrear algunas claves del envite a la discordia que acaba de lanzar el separatismo catalán, aparentemente mayoritario ahora al otro lado del Ebro y vehiculado por un Gobierno autonómico conservador, el de CiU, que, representando los intereses de la burguesía catalanista, ha conseguido aglutinar a su alrededor –desplegando el país de su abanico multicolor- las emociones políticas y las aspiraciones económicas de sectores mucho más amplios de Cataluña, arrastrando incluso a grupos populares y organizaciones de la izquierda catalana.

Desbordadas las fronteras estatales por las entradas y salidas de capital, y cada vez con menos importancia las antiguas necesidades de un territorio extenso y una población numerosa, Cataluña puede disponer de la misma posición estratégica en los flujos del comercio mundial, la tecnología de la información y las finanzas globales que, pongamos por caso, Singapur. Si la soberanía estatal tiene hoy una relación de estrecha dependencia de los grandes inversores y de las empresas multinacionales –como el affaire Adelson acaba de demostrar en nuestro propio país- y ha mermado sobremanera la capacidad de los viejos Estados para imponer sus condiciones a los agentes económicos y para asegurar el cumplimiento de sus leyes tributarias y laborales dentro de su territorio, esa soberanía ficticia tampoco les resulta ya útil a las regiones más dinámicas de los viejos Estados. Dichas regiones, si lograran superar las dificultades iniciales y momentáneas ocasionadas por su hipotético desmembramiento, estarían en condiciones de asumir el antiguo papel estatal siempre que fueran capaces de desarrollar una especialización económica que les otorgue una ventaja comparativa dentro de la división trasnacional de la producción y distribución de bienes y servicios. Si lo que le queda al Estado es un resto de la soberanía, un residuo que sin embargo todavía le vale para constituirse en agente negociador en los mercados, ¿por qué razón no pueden movilizar a su favor ese residuo de soberanía los entes desgajados del viejo poder estatal? Es posible que Artur Mas no quiera suplantar y trasladar a su territorio el aparato institucional del Estado español a la escala de su nuevo país, sino dotarle de la funcionalidad necesaria en una economía global fragmentada por la fuerza de los nuevos actores y protagonistas de la realidad mundial: las grandes empresas multinacionales, los fondos de inversión trasnacionales o las sociedades de capital-riesgo. Si, como dicen algunos, los mercados han arruinado a España, ¿de qué le sirve España a Cataluña? Mejor solos que mal acompañados, y además nos ahorramos nuestra contribución a la solidaridad interterritorial. Estas reflexiones sonarían a mi juicio con armonía si pertenecieran a un nacionalista conservador como Artur Mas. ¿Pero no romperían las fibras del sentimiento moral y de la razón de ser intelectual de todos los individuos que apuestan por la igualdad de los ciudadanos y mucho menos por los pueblos singulares de cada territorio, incluido el suyo?

Por eso no se entiende del todo la postura de la izquierda catalana, la defensa neta de la independencia de Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) y menos todavía la ambigüedad calculada del PSC. La posible ruptura de la unidad del mercado español impediría la colaboración entre las empresas catalanas y las que no lo son, pero también la conjugación de los intereses comunes de las clases populares españolas. Esto último le trae al pairo a Mas, naturalmente, pero debería inquietar a la izquierda catalana. Mas juega a otra cosa, no siente mucha empatía hacia sus vecinos no catalanes y sabe que el riesgo de quiebra también acecha “dentro”. En el ámbito doméstico el argumento que ha puesto en marcha el secesionismo vale igualmente para todas las subdivisiones políticas y sociales que se quieran. ¿Desearán seguir siendo catalanas las poblaciones del Valle de Arán? ¿O todas las localidades del área metropolitana de Barcelona? ¿Querrá competir en una futura liga de fútbol autóctona el Real Club Deportivo Español o preferirá hacerlo donde juegue el Real Betis Balompié? La izquierda, sin embargo, debería formularse otros interrogantes y tener otras preocupaciones.

Nairn considera con razón que el separatismo escocés ha arraigado con mucha más fuerza a partir de la crisis del capitalismo británico. El independentismo es “una fuga de las etapas finales de un naufragio” e igualmente una consecuencia directa del fracaso del Partido Laborista británico como organización vertebradora de los intereses populares alojados en el Reino Unido. La globalización es la sepulturera del antiguo capitalismo instalado en el marco del hoy deprimido Estado-nación. Pero, como observa Hobsbawm, pensar que el fracaso de este último será un factor de progreso es simplemente una cuestión de fe. Si ese fracaso lo gestiona un pequeño burgués como Artur Mas, un tipo que cree que los problemas fiscales y económicos de Cataluña desaparecerán como por ensalmo después de su abandono de España y de la fundación al sureste de los Pirineos de una mezcla de Silicon Valley y parque turístico bañados por las olas del Mediterráneo, la fe de los que lo sigan ya no será un esfuerzo de hacerla compatible con la razón sino la fe del carbonero que cree que el futuro Tesoro de Cataluña guardará en sus cofres el molde de las añoradas pessetes de plata, una divisa fuerte y de libre circulación. Hobsbawm contradice a Nairn y da un aviso para navegantes en un libro titulado Política para una izquierda racional. ¿Existe todavía una izquierda de ese tipo en nuestro país?

La revolución catalana no va a ser una revolución de terciopelo. Para empezar, y como no es previsible que España sea la Suecia de 1905 (que concedió la libertad a Noruega), mucho me temo que la iniciativa de Artur Mas tenga su contrapunto reactivo en un aumento generalizado del nacionalismo español. De los españoles que no leen a Hobsbawm sino a Donoso Cortés. Una consecuencia sin duda “magnífica” para detener el declive económico español y también el de Cataluña, porque en el agotamiento relativo de su estructura industrial se encuentran sin duda algunas de las causas propulsoras del movimiento hacia la independencia que han emprendido Mas y todo el conglomerado que le aclama como su portavoz nacional. Sinceramente, creo que ni el PSOE ni el PSC son enteramente conscientes de la función de máquina trituradora que puede desempeñar CiU en relación con los restos de socialismo que aún perduran en territorio español. A un plazo más largo, otra víctima propiciatoria del caudillaje de Mas y de su encarnación del volkgeist catalán serían los poscomunistas y ecologistas de ICV.

La aventura de Mas, naturalmente, es de inciertos resultados finales. Pero esta incertidumbre no impide la selección actual de los posibles ganadores y perdedores. En la segunda lista estarían, a mi juicio:

1.- La economía catalana si lo que se ahorra en la redistribución a otras áreas de España de los ingresos fiscales producidos en su territorio no excede de otras variables imposibles de precisar. Tales serían los costes de sus estructuras de Estado que hoy no sufraga pese a que benefician su actividad económica: la diplomacia, unas fuerzas armadas propias (por mínimas que sean) o la creación de una agencia fiscal mucho más desarrollada que la que ahora necesita. Otro input muy perjudicial sería la existencia de una nueva frontera con el resto del territorio español (con mucho el principal cliente de los productos catalanes), sobre todo si la exacerbación del nacionalismo español (con su gran peso demográfico respecto a la relativamente pequeña población de Cataluña) deriva en una política de boicot generalizado al consumo de bienes y servicios procedentes “del otro lado”. Y, por encima de todo, el enclave  de Cataluña, que no está inscrito en un ámbito espacial desorganizado, sino en la mayor región económica del planeta, aunque ahora esté en horas bajas: la Unión Europea. No le sería fácil a la futura Cataluña relacionarse con un club comercial que exige la regla de la unanimidad para la admisión de nuevos socios. Es probable que “los amigos” internos de los catalanes durante el último medio milenio no les pongan las cosas sencillas en Europa a los que les acusan, a manera de despedida de su unión amistosa, de ser unos ladrones que los han expoliado.

2.- Las clases populares del resto de España, que ya no contarán con la solidaridad financiera de los catalanes, incluidos los grupos de similar estructura socioeconómica. Será difícil para los postcomunistas y ecologistas de ICV, por ejemplo, justificar a los miembros de su clase social abandonados a su suerte en Extremadura o Andalucía las últimas etapas del camino recorrido por la izquierda catalana hacia la independencia; ¿cuál será su relato de una historia compartida durante más de medio siglo? ¿que todo fue un compás de espera y un simulacro hasta el triunfo irresistible de la idea nacional?

3.- Toda la izquierda estatal (especialmente el PSOE si su programa para el conjunto del territorio nacional sale dañado por su relación con el PSC, un partido este último al que la decisión de Mas le ha pillado con el pie cambiado y con muchas dudas sobre su identidad política). En el conjunto del Estado el órdago separatista sólo puede beneficiar, de manera reactiva, al Partido Popular, a UPyD y a las formaciones regionalistas de los territorios limítrofes con Cataluña.

Sobre los anteriores e hipotéticos escombros descuella la sombra alargada de Artur Mas. Él, y no Cataluña, será el ganador indiscutible de su apuesta soberanista.  Y ni siquiera él mismo sabe por cuánto tiempo. Todo lo que está sucediendo parece sacado del más famoso de los escritos de George Orwell sobre los celtíberos, pero a la inversa. Es un homenaje de Cataluña a un hombre llamado Artur Mas.

7 Comments
  1. Jonatan says

    Tras la inmersión educativa que ha actuado como lavadero de cerebros infantiles, la cosecha de votos irracionales -o sea, nacionalistas- está servida. Cabalito a lo de las escuelas vascas, donde miles de infantes fueron inoculados a lo bestia, sin casi posibilidad de crítica o disidencia. Que al terrícola le van los totalitarismos.

  2. Dante says

    Magnifico artículo (como siempre) gracias por la claridad y documentación.

  3. Eliezer says

    Molt ben nen!!

  4. iMendi says

    Hombre, Jonatan, para «adoctrinamientos» no creo que desde la España profunda mesetaria puedan dar lecciones a nadie. ¡Sin olvidar la variante española del «adoctrinamiento intimidatorio» que se ha derrochado en toda la Brunete mediática nacional, versión «nosotros los demócratas» del más clásico ruido de sables.

    Vamos, que estáis como para dar lecciones a los demás e impartir doctrina.

  5. Lynda says

    Yo estaba aplastado cuando mi amante de tres años, se fue para estar con otra mujer. Lloré y lloré todos los días, hasta que se puso tan mal que me acerqué a la Internet en busca de ayuda. Perdí tanto tiempo y esfuerzo tratando de obtener su espalda hasta que me golpeó en la cosa real. Y es que, hechizo final. Tú eras diferente de todo el resto – usted es el diamante en bruto. Gracias desde el fondo de mi alma! Estoy muy feliz ahora. Espero que Dios bendice a usted tanto como usted tiene ayúdame a conseguir mi amor de vuelta, lo visitara en (Alimanduspiritualtemple@yahoo.com) que puede ser de gran ayuda para todos ustedes.

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