Don Juan en los suburbios

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Póster My Fair lady_Don Juan
Póster de la película 'My Fair Lady', de George Cukor, adaptación de la obra teatral 'Pigmalión', de George Bernard Shaw. / wikipedia.org

Siento un hilarante e irreprimible espanto siempre que veo anunciada una de esas adaptaciones teatrales u operísticas donde el director de escena pretende trasladar la obra a un contexto contemporáneo, como si el espectador fuese un idiota sin la imaginación suficiente para adaptarse mentalmente a la Edad Media o la Grecia homérica y sin embargo perfectamente capacitado para comprender el verso clásico, el honor calderoniano o las disonancias wagnerianas. Por un hallazgo sublime como el West Side Story, de Bernstein (que no es más que una versión pandillera, melódica y neoyorquina de Romeo y Julieta), la incomparable My Fair Lady de Cukor o las magistrales traslaciones sespirianas de Kurosawa, hay docenas, centenares de naufragios ridículos.

El príncipe Hamlet reconvertido en un dubitativo agente de bolsa que recibe mensajes de su padre por burofax, monologando con una botella de whisky en lugar de una calavera y retando a duelo a Polonio mediante una OPA hostil. Segismundo encadenado en la lóbrega mazmorra de una dictadura bananera. La Celestina ejerciendo su oficio inmemorial en un burdel de carretera. Julio César como jefe mafioso que acaba asesinado a la entrada de un garito por una banda rival. Don Quijote enloquecido por su afición a los videojuegos. En fin.

Ni que decir tiene que el principal escollo al que se enfrentan estas ingeniosas y patateras recreaciones es la armonización de dos escalas de realidad mediante recursos argumentales irreconciliables. La alegoría siciliana se desvanece en cuanto Marco Antonio y Bruto, vestidos de Armani, salen a recitar sus respectivos elogios fúnebres ante una muchedumbre de paletos que, en el mundo tenebroso de la adaptación escénica, no pinta nada. Una vez asistí en el Teatro Real a una versión de Salomé donde Herodes era nada menos que el propietario de un casino hortera en Las Vegas y Juan el Bautista un profeta medio hippy que vete a saber lo que profetizaba. La música de Strauss es tan poderosa que borraba a trompetazos las inconsistencias de la escenografía, pero la salvaje, sensual y maléfica partitura de la Danza de los Siete Velos pierde mucho de su fuerza cuando se la reduce a banda sonora de un vulgar estriptís.

Estos días se representa en el Teatro Pavón de Madrid una versión del Tenorio ubicada en la más rabiosa actualidad. Es decir, que, por lo que se ve en los carteles del teatro, Don Juan viste unos vaqueros rotos mientras otro de los protagonistas luce una vistosa calva de skinhead y un bate de béisbol. Puedo aceptar navajas en vez de espadas, incluso tragarme a Don Juan tecleando un wasap en lugar de escribiendo una carta, pero me entra la risa floja con sólo pensar en cómo resolverán el convento de monjas donde se refugia la temerosa doña Inés. No sé si el director de escena habrá caído en la cuenta de que, al igual que Shakespeare sabía de sobra que no había libros impresos en la Roma imperial, Zorrilla escribió su drama intemporal con siglos de decalaje, en una tonalidad romántica donde la bravuconería, las armas blancas y los rostros embozados en capas eran tan remotos para la platea decimonónica como el universo caballeresco lo era para el público de don Quijote y para el propio Cervantes.

En el fondo, sospecho, se halla la perniciosa idea de que un texto canónico puede aguantar cualquier lectura, por disparatada que ésta sea, como si una gran obra fuese una furgoneta capaz de cargar también con los anacronismos, las ocurrencias y las chorradas de un director de escena metido a fogoso corrector de pruebas. Si Oscar Wilde, y detrás de él Richard Strauss, conectaron con la fábula de Salomé es porque respetaron los acordes secretos que unen el imaginario evangélico con el temor y la ansiedad de su propia época. Si Kurosawa logró con Ran la que probablemente sea la mayor materialización fílmica de El rey Lear es porque el Japón feudal que él imaginó era esencialmente el mismo reino de pesadilla que Shakespeare soñara. Hay una línea sutil pero impecable e implacable más allá de la cual una adaptación degenera siempre en chirigota. Podemos creernos al Tenorio en plan chulo de barrio, vale, pero lo que no cuela de ningún modo es un macarra hablando en octosílabos rimados.

Tráiler de la película 'Ran', de Akira Kurosawa, adaptación libre de 'El rey Lear' de William Shakespeare. / LionsgateVOD (YouTube)
1 Comment
  1. paco otero says

    CHAPEAU. DAVID TORRES, ya va siendo hora de que personas conocedoras del hacer teatral, denuncien tanta BANALIDAD, DISFRAZADA DE DESCUBRIMIENTOS CREADORES

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