Clases particulares

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Cubierta de la novela de Martín Casariego.
Cubierta de la novela de Martín Casariego.

Los alemanes tienen una palabra larga y enrevesada para referirse a las novelas de aprendizaje, esos libros en los que se asiste a la edad de los descubrimientos, al peaje de la niñez a la vida adulta. Se denominan Bildungsroman y el Wilhelm Meister de Goethe está considerado el primer ejemplo de un género cuyo primer antecedente podría ser, quizá, el Lazarillo de Tormes. Un día Rafael Reig me hizo notar que la infancia es un invento literario, un territorio descubierto por Dickens, y que antes de él, salvo raras excepciones, los niños en la literatura no son más que proyectos de adultos que deben madurar a marchas forzadas. Telémaco y Lázaro de Tormes no sólo sufren abusos de los mayores sino que padecen la infancia como una enfermedad atroz, hecha de pescozones y risotadas, que hay que superar cuanto antes. La niñez como una reserva de inocencia y felicidad, un paraíso de juguetes, es en realidad un concepto contemporáneo, lo que explica desde la extendida costumbre de casar muchachas muy jóvenes con ancianos y adultos hasta la muy reciente incorporación de la pederastia en los códigos penales de occidente.

Martín Casariego acaba de incorporarse a la ya larga tradición del Bildungsroman con El juego sigue sin mí (Siruela), una deliciosa novela con la que ha ganado el Premio Café Gijón, uno de los galardones literarios más veteranos de España. El libro se abre con una cita de Pedro Casariego, poeta, hermano mayor de Martín y de Nicolás, que se suicidó muy joven, dato con el que la frase citada, de la que también toma el título, cobra una insospechada resonancia:

Me despido de ti y de ella. Os doy las gracias por todo.
Tú pronuncias dos palabras: A usted.
El juego sigue sin mí.

Lo que sigue es una historia de adolescencia, ese extraño paso a nivel, en la que un joven que se hace llamar Ismael, como el protagonista de Moby Dick, encuentra a una especie de guía en la figura de Rai, un estudiante varios años mayor contratado por sus padres para darle clases particulares de matemáticas. Con su aura de misterio, su joven elegancia y su fatigada sabiduría, Rai resulta un amable capitán Ahab que embarca al protagonista en una peregrinación por los mares de la vida, a través del ecuador de la juventud; una búsqueda que incluye libros, discos de rock, peleas con matones, partidos de fútbol y, sobre todo, charlas sobre chicas.

Rai es profesor de matemáticas pero pronto las ciencias dejan paso a las letras, los números a las humanidades y las raíces cuadradas a las dudas existenciales. La relación me recordó de inmediato a aquel tiempo remoto en que yo me ganaba la vida dando clases particulares de lengua y un día encontré a un alumno con el que establecí un pacto similar, o más bien lo estableció él. No le daba la gana de que nos pasáramos dos horas hablando sobre el complemento directo y las subordinadas adverbiales, de manera que él estudiaría por su cuenta y yo le enseñaría a jugar al póquer. Jugamos interminables partidas con dinero de pega y acabó debiéndome un dineral, aunque yo pensaba, no sin remordimientos, que el dinero que le estaba estafando a sus padres compensaba la deuda. Al final logré convencerlo de que no podía dejarme en mal lugar y cumplió su parte del trato aprobando por los pelos, pero en nuestro devaneo profesional apenas hablamos de chicas, ni de libros, ni de amigos. A él le interesaba saber únicamente las pulsaciones de un farol y las posibilidades de arrasar la mesa con un trío de sietes. No pude ayudarle mucho en eso porque su estilo de juego era suicida y además no soy muy bueno al póquer, pero espero que algún día haga saltar un casino en Las Vegas y que entonces se acuerde de mí.

En cuanto a Rai, sus lecciones van sobre la asignatura más complicada que existe: la vida. Más que en palabras, consejos, citas de libros, canciones de Lou Reed o de Genesis, su magisterio viene envuelto en ejemplos: su paliza a un abusón, su noviazgo con la hermana del narrador, su sutileza al contar una historia. Casariego, novelista de raza y consumado autor de literatura juvenil, consigue que este libro se lea con el placer y la aparente sencillez de una fábula, aunque esa fachada se resquebraja cuando el lector se acerca al final y ve las grietas en el edificio: la amenaza de suicidio, el chantaje emocional, los romances inconclusos. Los cinco años de diferencia entre uno y otro adoptan aquí la profundidad de un abismo que ambos chavales deben salvar juntos. La eficacia de la narración depende no tanto de uno u otro personaje como de la relación que se establece entre ambos, el peso de la mirada adolescente hacia Rai, contemplado con la misma fascinación y reverencia (aunque no con el temor) con el que Jim Hawkins mira a Long John Silver en La isla del tesoro, tal vez el Bildungsroman más perfecto y entrañable jamás escrito.

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