Sender en Casas Viejas

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Imagen tomada pocas horas después de los sucesos, con los cuerpos de las personas abatidas aún en el suelo. / Wikipedia

Hay un famoso lienzo de Goya -El 3 de mayo en Madrid, también conocido como Los fusilamientos del 3 de mayo- cuyo recuerdo no se me iba de la cabeza mientras avanzaba en la lectura de Viaje a la aldea del crimen, el espeluznante reportaje que Ramón J. Sender publicó un año después de la masacre de Casas Viejas. Gente en harapos, inermes frente a las bocas de los fusiles, echándose las manos a la cara. Muertos amontonados unos sobre otros, entre humaredas de pólvora y manchas de sangre seca. Una oscuridad impenetrable cerniéndose sobre la noche eterna de España. 

Unos días después de la matanza, junto a unos cuantos periodistas tan temerarios como él, Sender se adentró en la Andalucía profunda igual que el capitán Marlowe en busca de Kurtz a través de un río africano. Lo que encontró, igual que Marlowe, fue el horror: el horror de la injusticia, de la miseria y de la brutalidad instaladas siglos atrás en el campo andaluz. Fue también un viaje en el tiempo, un trayecto en círculos concéntricos hasta una España medieval, instalada todavía en el feudalismo, un país bárbaro de terratenientes todopoderosos, legionarios con tricornio y muchedumbres de esclavos, que desembocó en un poblado de chozas precarias.

La descripción somera que hace Sender del desdichado matadero -hoyos excavados en el suelo y protegidos por una trenza de ramas y barro seco- concluye con una suposición antropológica: chozas "que muchos animales, más exigentes, desdeñarían". Estamos a punto de cruzar una frontera, pero antes de llegar a su destino, al detenerse en Medina Sidonia y contemplar a los jornaleros cruzados de brazos, muertos de hambre en la plaza del pueblo, uno de los periodistas murmura:

– Después de ver a estos hombres, da vergüenza comer.

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Portada del libro de Ramón J. Sender. / librosdelasteroide.com

La vergüenza -dijo Marx- es un sentimiento revolucionario. También da vergüenza leer estas páginas más de ochenta años después, en esta edición que acaba de publicar Libros del Asteroide, una de las pocas editoriales que está recobrando el gran legado del periodismo español del pasado siglo y que suma otro nombre imprescindible en una colección que también incluye a Gaziel, Augusto Assía y Manuel Chaves Nogales. Con todo, Sender no fue el primero en señalar el estado de barbarie del campo andaluz. Casi dos décadas antes, alguien tan poco radical como Azorín, plasmó en sus artículos de La Andalucía trágica la indefensión, la indigencia, la agonía insoportable de los jornaleros:

Ya están cansados los buenos labriegos de Lebrija; ya están cansados los labriegos de toda Andalucía; ya están cansados los labriegos, los obreros, los comerciantes, los industriales de toda España. Ya estamos cansados los que movemos la pluma para pedir un poco de sinceridad, de buena fe, de amor, de reflexión a los hombres que nos gobiernan. ¿Qué va a venir después de este cansancio? ¿No es ésta una interrogación formidable?

Lo que vino después está relatado en la prosa soberbia de Sender, mezclando las declaraciones de las víctimas con fragmentos escuetos dignos de un informe forense. Casas Viejas fue una maqueta de la Guerra Civil, otra pintura negra de Goya. No se puede leer el relato de esta masacre (más de dos docenas de víctimas, muchas de ellas ejecutadas a sangre fría) sin pensar de inmediato en el maremoto que iba a anegar el país en sangre apenas unos años después. Emprendida como acción de escarmiento, fue el Gobierno de la República el que sancionó esta atrocidad con un fatalismo, un cinismo y una ceguera que siguen dando asco y pena. "En Casas Viejas no ha ocurrido sino lo que tenía que ocurrir", sentenció Azaña. Con las manchas de sangre todavía recientes, reunido con guardias,  jueces y militares, Sender todavía tiene oportunidad de aplicar otra pincelada maestra a la ceguera oficial de las autoridades:

Habíamos hablado de los sucesos. El gobernador no creía que el hambre en aquella zona fuera la única determinante. No creía en el hambre. Bien es verdad que acababa de levantarse de la mesa y que en aquella fonda no se come mal.

3 Comments
  1. Azir249 says

    La España caciquil, autárquica y autocrática, ajena a las revoluciones liberales burguesas de Europa, llevamos siglos de retraso en reforma agraria, revolución industrial, laicismo y educación. Andalucía sigue anclada , no se desamortizó la tierra y se realizaron las reformas que estimularan un progreso. Europa solo ha favorecido el clientelismo de las peonadas pasivas. No interesa otra cosa.

    La España negra no se ha ido del todo, no.

  2. Y más says

    Tiros, a la barriga», fue la orden del propio Azaña. No, desdichadamente, la República no fue siempre tan elogiable como ahora puede parecernos.

  3. Villas says

    Vaya….qué historias

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