Granados en el mar

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Enrique Granados en 1914. / Wikimedia (Gallica Digital Library)
Enrique Granados en 1914. / Wikimedia (Gallica Digital Library)

Hace cien años, el 24 de marzo de 1916, el vapor Sussex de la Compañía de Ferrocarriles Franceses fue torpedeado por un submarino alemán mientras cruzaba el Canal de la Mancha. La explosión partió el buque en dos: la proa se hundió de inmediato pero la popa quedó a la deriva y pudo ser remolcada al puerto de Boulogne al cabo de unas horas. Entre las docenas de desaparecidos, se encontraba el compositor Enrique Granados, que volvía de una gira triunfal por Estados Unidos. El presidente Woodrow Wilson le invitó a una recepción en la Casa Blanca y ese homenaje resultó fatal para el matrimonio Granados. Tuvieron que posponer la fecha de regreso a Europa e iniciar una serie de transbordos y retrasos que concluyó en las heladas aguas del Atlántico Norte. En una nota sobre los funerales, publicada en La Vanguardia el 16 de mayo del mismo año, puede leerse que el compositor, que no sabía nadar, se lanzó al agua y que su mujer, experta nadadora, se lanzó tras él intentando salvarlo. Nunca se volvió a saber nada de ellos. 

Con la muerte de Granados volvía a aletear ese extraño maleficio que persigue a la música española. Con 48 años, el compositor estaba en plena posesión de sus poderes creativos y el viaje por Estados Unidos le había proporcionado fama internacional. A la misma edad, en 1909, había muerto de nefritis su gran amigo Isaac Albéniz, otro genio del piano y uno de los principales responsables del espléndido resurgir de la música española a finales del siglo XIX. Esa doble pérdida repetía el golpe mortal de la temprana muerte de Juan Crisóstomo de Arriaga a los 19 años, un compositor bilbaíno cuya maestría y precocidad le valieron el apodo del "Mozart español". Puede que la comparación con el genio de Salzburgo sea algo exagerada pero basta escuchar su Sinfonía en Re para gran orquesta o la obertura Los esclavos felices para comprender el hueco inmenso que dejó en la música romántica española.

Al igual que de Albéniz, de Granados puede decirse que su obra está anclada en el folklore patrio y que se sumó a la corriente nacionalista que inundaba Europa con nombres de la talla de Dvorak, Tchaikovsky, Rimski-Korsakov, Grieg o Sibelius. Tuvo que abandonar muy pronto sus estudios con Felipe Pedrell para trabajar como pianista en un café de Barcelona y luego como profesor particular para los hijos del empresario catalán Eduardo Conde, que fue su principal mecenas. En 1887 se trasladó a París, donde pulió su técnica pianística bajo la tutela de Bériot, afianzó su amistad con Albéniz y conoció a la flor y nata de la música francesa: Debussy, Ravel, Fauré, Dukas y Saint-Saëns. La publicación en 1890 de sus Doce danzas españolas, para piano, le valió reconocimiento internacional y el elogio de grandes colegas como Massenet, Grieg o Cesar Cui. Participó activamente en el renacimiento cultural catalán con la fundación del Orfeó Catalá en 1892 y el estreno de diversas obras suyas en el Palau de la Música Catalana, inaugurado en 1908. El estreno de Goyescas -su gran suite para piano dedicada al pintor al que tanto admiraba- en la Sala Pléyel de París en 1912 fue un éxito mundial que le valió la concesión de la Legión de Honor de la República Francesa.

Cuando llegó la oportunidad de la gira por Estados Unidos en 1916, Granados estuvo a punto de rechazar la invitación. Sentía una gran aversión al mar, nunca había viajado en barco y no era el mejor momento para hacer una travesía, con Europa en medio de la guerra de trincheras y el océano infestado de submarinos alemanes. "En este viaje dejaré mis huesos", bromeó antes de embarcar en el puerto de Barcelona.

TikiFury (YouTube)
1 Comment
  1. Y más says

    Y Rachmaninoff, que se le olvida Rachmaninoff, entre los nacionalistas.

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