¿Quién manda en España?

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Francisco Serra

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Banderas a media asta en la Ciudad del Santander (Boadilla del Monte, Madrid), tras la muerte de Emilio Botín. / Sergio Barrenechea (Efe)

Un profesor de Derecho Constitucional, mientras desayunaba en un bar de Moncloa, tuvo conocimiento, por un programa de televisión, de la repentina muerte de Emilio Botín, el banquero. El hombre, quizás, más poderoso de España había fallecido de un infarto. Los clientes y los empleados del establecimiento apenas prestaron atención a la noticia. Para la mayoría de los ciudadanos, el poder económico no se identifica tanto con personas concretas como con oscuras operaciones cuyos autores son difíciles de identificar.

Hace unos meses, un amigo del profesor llamó a uno de los más importantes diarios nacionales con la intención de publicar una necrológica de un amigo suyo, un relevante intelectual con gran proyección europea, que acababa de morir. “¡No, no! ¡Es imposible!”, le contestaron: “¡Solo tiene derecho a una columna!” Resulta que en algunos periódicos tienen tasada (a veces, con antelación) la cantidad de recordatorios y artículos conmemorativos que se pueden dedicar a las personas más significativas al producirse el fatal desenlace.

En este mundo dominado por el cálculo y la más estricta “racionalidad”, para los medios de comunicación hay muertos de primera, de segunda y de tercera, además de aquellos que desaparecen con disimulo y de los que no queda ninguna constancia. El profesor recordaba que su tía, ya bastante anciana, iniciaba la lectura de la prensa, a la que era muy aficionada, por las necrológicas, suspirando, con cierta satisfacción, porque la mayoría de los fallecidos eran más jóvenes que ella.

El presidente del Santander debía ser uno de los personajes más importantes de la vida pública española, sin duda, porque al día siguiente todos los diarios acumulaban esquelas, semblanzas biográficas, apresuradas muestras de condolencia de representantes de todos los sectores sociales (incluso en cuartopoder.es, tan parco en estas cuestiones, aparecieron varios artículos, muy críticos, dedicados a glosar la figura del banquero).

La memoria colectiva, pese a todo, no suele tratar bien a los potentados y en apenas unos años casi nadie se acuerda de ellos. Es dudoso que en el futuro oigamos hablar de la “España de Botín” y quien escuche esa expresión es probable que piense en aquella época anterior, en la que Hemingway se corría sus juergas en el asador Botín, muy frecuentado más tarde por los turistas.

Los hombres y mujeres que de verdad reflejan un momento en la vida de una nación o de una ciudad, y con los que luego nos referimos a ese período histórico, en muchas ocasiones pasan casi desapercibidos. El profesor acababa de leer un muy extenso volumen dedicado a estudiar a los grandes genios literarios, escrito por uno de los más conocidos críticos norteamericanos, en el que se caracterizaba al siglo XX como  la “era de Kafka” y, pese a todo, es casi seguro que ese autor ni siquiera en su Praga natal tuvo derecho a una mísera columna.

Antes era frecuente utilizar una obra literaria o artística para etiquetar una época y hablamos de la “España del Quijote” o la “España de Galdós”, la “España de Goya o la “España de Velázquez”, aunque también se acudía a los titulares del poder político para denominar el tiempo de su reinado: la “España de Fernando VII”, la “España isabelina o, de forma casi inevitable, la “España de Franco.

Mas en el mundo de hoy nadie sabe dónde está el poder, aunque ejerce más presión que nunca sobre los ciudadanos, cautivos en una red que se extiende hasta el infinito. Los propios dirigentes se encuentran envueltos en la maraña y ni siquiera ellos son por completo libres de tomar sus decisiones, sometidas a múltiples recelos y rectificaciones.

De ahí que sea difícil determinar quién manda en el mundo o en España: ni los banqueros, ni los políticos, ni los intelectuales, ni los artistas ni, por supuesto, la gente. Mandan todos y no manda nadie, aunque unos más que otros, claro.

La mayoría sabemos, eso sí, que, si desaparecemos, no se recogerá ni una lacónica referencia en los medios de comunicación oficial, a quién le importa. No hay que emprender un viaje para tomar bonitas fotografías, sino para conservar en nuestra memoria lo que hemos vivido. Queda para otros el reparto del botín.

3 Comments
  1. catastrofe says

    El nuevo orden mundiales quien manda.

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