La ira de los mineros (apunte de campo sobre economía, política y ecología del carbón)

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Pedro Costa Morata *

Cuando el país entero encaja cloroformado las humillaciones de un Gobierno que utiliza el voto mayoritario recibido para castigar a los inocentes e insuflar vigor a los culpables; en una tierra en la que el conformismo suicida sustituye a la rebelión esperanzada, los mineros leoneses y asturianos hacen excepción, dicen no a las trapacerías que los condenan y afrontan el desafío de quienes han pronunciado, sin más juicio que un ejercicio falaz y lacayo, la sentencia de  muerte sobre ellos mismos, sus familias y sus comarcas.

Contra la minería del carbón el argumento oficial, mediático y liberal es uniforme, lógico, inapelable: resulta tan deficitaria que ningún  principio económico al uso puede consentir el derroche de subvenciones que la mantiene, cuando tan numerosas son las fuentes de carbón de importación, que además presenta mayor poder calorífico (y menos emisiones contaminantes). Pero el momento no es bueno para exhibir tamaña racionalidad, ya que en la realidad que nos abruma son ingentes los capitales que, desangrando y condenando a España, se pierden o diluyen en ese mundo ruin de lo financiero. De ahí, el inevitable y básico argumento básico de los mineros, altamente ético por otra parte: si no hay límites para regalar, dilapidar o envilecer el dinero de todos entre esa canalla, queremos nuestra parte y no aceptamos pretendidas leyes económicas ni cantos neoliberales adormecedores.

Porque envueltos en un ambiente económico de usura, mentira y humillación, resulta más difícil que nunca demostrar que el carbón de importación sea globalmente más barato que el nacional, o que disponer de una producción mínima nacional deje de tener sentido por razones de libre comercio.

Insistamos, sin embargo, en  que la relevancia de este episodio reivindicativo de los mineros del carbón es esencialmente política, por lo que supone de enfrentamiento directo con el poder que ha dictado su liquidación socioeconómica sacrificándolos en el altar (amplísimo, desde luego) del equilibrio presupuestario y retomando esa corriente histórica de hostilidad y acoso que tan característica fue ya durante el franquismo: también entonces el honor de la resistencia a la dictadura fue protagonizado con frecuencia por los mineros del carbón cantábrico. Hubo que esperar a los años de Felipe González para que se iniciara el camino de la liquidación por la vía de las “reestructuraciones industriales”; y ahora, cuando se les daba por desmoralizados y desarticulados tras años de encajar recortes, de nuevo enarbolan el hacha de la dignidad y enfilan hacia Madrid, donde les espera el hielo canicular de un Gobierno impávido, con las opciones decididas y el pulso bloqueado.

El conflicto de los mineros del carbón, por otra parte, es seguido con atención por los sectores ecologistas que, casi sin excepción, se muestran partidarios del cese lo más rápido posible de esta actividad minera debido a su alto impacto ambiental tanto en la fase productiva como en su quema como combustible, en este caso por las altas emisiones de CO2 que implica; y en consecuencia, estos sectores alzan su hostilidad ante la Marcha Negra de los mineros y critican a los grupos que la apoyan. Las razones ambientales que justifican la liquidación de la minería del carbón son objetivas y contundentes, y vienen contribuyendo a que su lenta desaparición venga acompañada del baldón adicional (“moderno”) que la hace sensiblemente responsable del efecto invernadero y del cambio climático.

Pero ante esta homogeneidad de criterios en el bando ecologista, carente de matizaciones extra ambientales, resulta oportuno extender el análisis crítico de esta minería a otras coordenadas y con elementos diversos, globalizando un problema que es global por complejo y trascendente, y que no conviene acometer de forma sumaria o unívoca. En primer lugar, no resulta ocioso recordar que el impacto contaminante y climático del petróleo y sus derivados es notablemente superior al del carbón, debido a la envergadura de su consumo (un 50 por 100 en el total de energía primaria, unas cuatro veces la del carbón), sobre todo en el sector transporte; pero es verdad que, afectando tan directa e individualmente esta responsabilidad climática a los ciudadanos ordinarios, todos preferimos (por nuestra tranquilidad) señalar con preferencia a las culpas del carbón. Pero que nadie dude que los daños ambientales y sanitarios del petróleo multiplican los del carbón.

En segundo lugar, y para horquillar esta reflexión heterodoxa, conviene recordar a los pertenecientes a las oleadas y generaciones ecologistas plenamente democráticas que los antinucleares de la segunda mitad de los años de 1970 exigieron, casi sin excepción, que las disparatadas previsiones nucleares del Plan Energético Nacional de 1975 (franquista) se sustituyeran en la medida de lo posible por el recurso al carbón en el Plan de 1979 (UCD). Desde luego, el problema climático de las emisiones de CO2 era entonces desconocido pero no cabe duda de que observando la historia hay siempre hechos que ilustran y enseñan haciendo modular, prudentemente, cualquier tipo de integrismo, siempre al acecho.

Por otra parte, el ecologismo tradicional –y se supone que el actual– ha desconfiado sistemáticamente de la economía estándar y por eso ha asumido, exhibido y reivindicado como deseable el principio de la autonomía e independencia económicas en general, muy especialmente energéticas. Cuando ese movimiento y esa sensibilidad han llegado a construir una Economía ecológica, específica pero global e inequívocamente incompatible con la economía liberal, no ha dudado en rechazar el imperio del precio (dios tiránico en la religión ferozmente monoteísta del liberalismo), así como los dogmas del libre comercio; uno y otros han sido siempre objetivos esenciales de la lucha del ecologismo, comprometido, alternativo, político.

El ecologismo político no puede ignorar que la minería –la del carbón en particular, pero también otras– ha constituido el alma de numerosas comarcas, provincias a veces, generando una cultura, un patrimonio espiritual y hasta un paisaje generador de personalidad individual y social, así como de vida, moral e historia; todo ello sobre un fondo de trabajo dramático, de pulso telúrico con  las entrañas de la tierra y de orgullo por las producciones obtenidas y sus usos. (Téngase en cuenta que el carbón siempre ha tenido usos muy diversos y necesarios, aparte del energético, y así sigue sucediendo por ejemplo en la siderurgia.)

La pérdida, pues, de la cultura minera, como de otras igualmente específicas y generadoras de personalidad (piénsese en la marinera y pescadora, también en extinción y sometida a críticas, en gran medida justas, por su responsabilidad en el saqueo de los mares), supone un empobrecimiento, sensible y definitivo, del país y sus gentes, y ni siquiera los planes de reconversión comarcal –sistemáticamente truncados, por otra parte– pueden ser considerados una compensación adecuada.

Los mineros en lucha, volviendo a la importancia política de su gesto, nos invitan a incrementar urgentemente un grado más la respuesta social, para que el poder compruebe que habrá respuesta correspondiente a su violencia. Y ahí tenemos a los mineros del norte, con el carbón como trinchera y argumento.

(*) Pedro Costa Morata es ingeniero, sociólogo y periodista. Premio Nacional de Medio Ambiente  en 1998.
8 Comments
  1. inteligibilidad says

    Me gustaría añadir que no se trata de defender la eterna extracción y uso de carbón, los mineros solo piden que se cumpla lo prometido, que es la extinción paulatina y ordenada de la minería del carbón.

  2. Ariana says

    La mitad de mi familia es de Peñarroya-Pueblonuevo (Córdoba) una comarca ex-minera. Mi tío que bajó llorando a la mina el día que cumplió 18 años, fue uno de los organizadorxs de la Marcha Negra del año 2000. De pequeña me recuerdo a la entrada del «Pozo María» (Porvenir de la Industria, Fuenteovejuna, Córdoba) con mi madre, mi tía y mis primos haciendo de piquetes o hablando con mi tío encerrado en la mina.
    Cuento todo esto para que vaya por delante que mi compromiso y apoyo con las personas mineras y sus familias y comarcas es rotundo.

    Como ecologista, jamás cargaría contra lxs minerxs, como tampoco contra lxs trabajadorxs de Garoña, o lxs que trabajan surtiendo gasolina. Y estoy casi convencida que la mayoría de los grupos ecologistas serios tampoco.
    Ni la minería, ni las nucleares, ni las arenas botuminosas, deberían ser fuentes de energía en un país con abundante Sol y Aire.
    Las personas que han pasado su vida en esos espacios de trabajo contaminantes no tienen la culpa de que el PODER no haya ido elaborando una plan de renovación comarcal-laboral-sostenible paulatino y consensuada para estxs trabajadorxs. ESO ES LO QUE REIVINDICAMOS DESDE COLECTIVOS ECOLOGISTAS Y NO DEJAREMOS DE HACERLO.

    Quienes siguen enclaustrados en la clase obrera como una forma de lucha solidaria y ningunean otras formas de discriminación como el sexismo, el racismo o la falta de respeto por el medioambiente, son quienes han desarticulado la relación entre estos grupos y no a la inversa.
    Es decir, quienes siempre privilegian la clase por encima de las otras razones de lucha han conseguido que esas otras luchas dejen de identificarse con el empleo y no a la inversa.

    Y lo que mas me duele, es que la clase sea más importante que el medio-ambiente porque medioambiente también somos lxs seres humanxs quienes sufrimos enfermedades y la muerte por culpa de estos trabajos.

  3. Dióxido de carbono says

    No es de recibo que se pretenda desmantelar el sector en medio de una recesión y en un plazo tan corto. El carbón debería quedar como reserva estratégica y las minas operativas hasta que sean viables las tecnologías de secuestro de carbono. Pero la verdad es que actualmente el carbón es la mayor causa de emisiones de CO2 en el mundo previsiblemente aumentará enormemente hacia el 2023: «Coal combustion is the world’s largest source of carbon dioxide emissions, responsible for almost 13 billion tons per year. (By comparison, oil and natural gas account for 11 billion tons and 6 billion tons, respectively.) With demand for coal ballooning in Asia, between 2010 and 2035, fully half the total increase in global carbon dioxide emissions from fossil-fuel use will come from coal use in the region. The climate problem, in other words, is a coal problem.» En http://www.foreignaffairs.com/articles/137685/richard-k-morse/cleaning-up-coal#cid=soc-twitter-at-essay-cleaning_up_coal-000000

  4. Runaway says

    Suscribo todo lo que ha dicho Ariana desde la primera letra a la última.

    Yo podría añadir algunas cositas más que me llevarían muchas líneas. Pero podria resumirlo en una frase: «dictadura ni la del proletariado». Ya esta bien que con el pretexto del «progreso» y «los puestos de trabajo» se destruya la Naturaleza y el medio ambiente.

    También los hosteleros aún siguen reclamando que se puedan fumar en todos los bares y restaurantes poniendo como excusa las pérdidas y los puestos de trabajo, importándole una m…. la salud de los empleados y los clientes.

    ¿Qué pasa que los bares y restaurantes no son centros de trabajo igual que otro que tienen que cumplir la prevención de riesgos laborales? ¿ Los camareros no tenemos derecho a que no atenten contra nuestra salud como cualquier otro trabajador de los demás sectores? ¿Y por qué los clientes no fumadores tenemos que seguir aguantando como lo hemos aguantado toda la vida la dictadura del humo cada vez en entrábamos a estos locales? Es que acaso no pagámos nuestra consumición como los demás?

    En las cuencas mineras asturianas entré en un bar con un cartel en l puerta de insumisión a la ley que decía: «En este local se fuma, por mis cojones. Firmado: el dueño» Ahora también los mineros quieren seguir contaminando con el carbón y quemando neumáticos en las carreteras…

    Y aquí paro porque me caliento…

  5. Rinconga says

    Permítame, Sr. Costa, advertirle de la falacia que encierran los tres argumentos que esgrime, y eso que trato de mirar con simpatía este levantamiento minero… Pero es que no puedo: usted contrapone a la economía de la subvención al carbón los dispendios, igualmente catastróficos, que se van a los bolsillos de los banqueros. Es decir, está mal lo uno, pero lo otro es mucho peor, viene a decir. Bien, pues suprimamos lo malo y lo peor, digo yo, no justifiquemos lo uno con lo otro.
    Su segundo argumento es igualmente débil. El carbón es malo, pero el petroleo es peor. Sí, vale. Pegar a un niño es malo, pero es peor pegar a un anciano, aunque no por eso justificamos el maltrato infantil.
    La tercera de sus líneas de opinión, la del romanticismo de raíz naturalista (Galdós/Balzac) resulta incluso triste. Paguemos subvenciones para sostener una forma de vida, una cultura… ¿Y si las sustituimos por otras alternativas más sostenibles económica y ecológicamente, aunque perdamos el romanticismo? ¿No sería más lógico?
    De verdad que intento mirar con simpatía el movimiento de los mineros, pero argumentarios como el que usted ofrece no me ayudan nada.

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