Guillaume Apollinaire y sus amigos

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Fernando Álvarez-Uría *

Réunion à la campagne. Apollinaire et ses amis (1909), obra de Marie Laurencin. / Wikipedia
Réunion à la campagne. Apollinaire et ses amis (1909), obra de Marie Laurencin. / Wikipedia

Guillaume Apollinaire nació en Roma, en la Ciudad Santa de la cristiandad, el 20 de agosto de 1880. Era hijo natural de Angélica de Kostrowitzky, una joven polaca de veinte años, (que a su vez era hija de un camarero del Papa), y de Francesco Flugi d’Aspermont, antiguo oficial de la armada real de las Dos Sicilias. Su padre, casi veinte años mayor que su madre, nunca lo reconoció legalmente, ni tampoco a su hermano Albert, dos años más joven que Apollinaire. Durante toda su vida el poeta hizo contradictorias confidencias a sus amigos sobre la figura misteriosa de su padre ausente, y hasta llegó a sugerir confidencialmente a alguno de los más allegados que su padre, en realidad, fue un elegante cardenal de la Santa Sede, muy próximo al Santo Padre.

A pesar de todo Apollinaire no era tan excéntrico como generalmente se afirma. Era un vitalista con sentido del humor que profetizaba el inmediato advenimiento de un mundo mejor, lleno de creatividad y de sorpresas. Todo lo nuevo lo hacía suyo con entusiasmo. Como él mismo escribía en una carta a Henri Martineau "lo que me gusta no es dar la campanada, sino que amo la vida, y cuando uno sabe ver en su derredor, percibe las cosas más curiosas, y también las más atractivas". Valoraba la vida sobre todas las cosas, y dentro de la vida figuraban, ocupando un lugar muy especial, las mujeres, que tanto lo hicieron sufrir. Y puesto que era vitalista,  admirador de las mujeres y gozaba de un excelente sentido del humor, era también casi naturalmente pacifista.

Los grandes biógrafos de Guillermo Apollinaire, y especialmente Pascal Pia, ignoran por qué se produjo una especie de bancarrota en el banco en el que trabajaba como oficinista a cambio de un exiguo salario que a duras penas le permitía llegar a fin de mes. Las malas lenguas aseguran que buena parte de su gran obra poética la realizó precisamente durante el horario de trabajo en el banco. ¡Cuando parecía calcular complejos porcentajes de interés compuesto en realidad estaba componiendo poemas, versos robados a los balances de las cuentas de los clientes! La prueba sin embargo de que Apollinaire era un contable eficiente, metódico, puntual como un reloj suizo,  y preciso y alambicado, como un periscopio, es que siguió en su puesto cuando el banco en quiebra fue comprado por un nuevo banquero. Aún más, el nuevo magnate de las finanzas le encargó en 1904 la delicada misión de dirigir, en colaboración con su amigo Géry Péret, la Guía del rentista, una revista de asesoría financiera editada por el propio banco y destinada a orientar las inversiones de los mejores y más adinerados clientes. ¿No es esta una prueba evidente  de que aunque Apollinaire no había terminado los estudios de bachillerato operaba con conocimientos avanzados de economía especulativa? En ese mismo año “Kostro”, como lo llamaban sus amigos, apocopando el apellido de su madre, conoció a Picasso y Max Jacob con quienes estableció una estrecha amistad. Su economía mejoró un poco, hasta el punto de que el 5 de abril de 1907 pudo independizarse de su madre, y alquilar un pequeño apartamento que le proporcionó una cierta autonomía. Sin embargo el poeta, convertido en arriesgado asesor de los tiburones de las finanzas, malvivía en una precaria situación laboral, hasta el punto de que se vio obligado a escribir para el editor Malakoff dos novelas eróticas que circularon de forma clandestina.

En 1907 Apollinaire conoció a uno de los grandes amores de su vida, la pintora Marie Laurencin de la que Picasso ya le había contado maravillas. A ella le dedicó los siguientes versos:

Bajo el puente Mirabeau se desliza suavemente el Sena
Y también nuestros amores.
Tengo que recordarlo,
La felicidad llega siempre tras las penas.
(…)
Pasan los días y pasan las semanas.
No regresará el tiempo pasado,
Ni tampoco los viejos amores.
Bajo el puente Mirabeau se desliza suavemente el Sena

Apollinaire conoció a Marie Laurencin en la galería de Clovis Sagot, en la Rue Laffite. El amor surgió de repente, a primera vista, al ser presentado a la joven artista. La compañía de Laurencin y su amistad con artistas como Picasso, lo empujaron a la crítica de arte en la que adoptó siempre una posición arriesgada. La gustaba el arte africano, promovió el futurismo y el cubismo, convenció a Paul Guillaume, que trabajaba en un garaje de coches recauchutando neumáticos, para que abriese, junto con la malvada Doménica, la galería de arte mas rupturista de Paris.

En la guerra del 14 Apollinaire se incorporó al 38 regimiento de artillería, y en 1915 le fueron concedidos los galones de brigadier. El 17 de marzo de 1916 la esquirla de un obús le atravesó el casco, y lo hirió gravemente en la cabeza. El 9 de mayo de ese mismo año el Doctor Baudet le practicó una trepanación. En agosto parecía que la recuperación era un hecho, pues ya frecuentaba el café de Flore, que estaba muy cerca de su casa en el Boulevard Saint Germain. Picasso nos dejó numerosos dibujos de su amigo con la cabeza vendada, vestido de general, e incluso de Papa, con el báculo y la tiara pontificia en una especie de silla gestatoria. El día de fin de año de 1916 numerosos amigos organizaron un banquete en su honor en el Palacio de Orleans, en la Avenida du Maine. Estaba previsto que a los postres, varios oradores hiciesen uso de la palabra, pero los jóvenes poetas impidieron con sus gritos ensordecedores el menor discurso. Tan solo Apollinaire fue vitoreado como si se tratase de un gladiador victorioso. Fue en esta época de convalecencia del poeta cuando André Breton y Apollinaire se conocieron. De hecho Breton también fue movilizado en 1915 al cuerpo de artillería, pero muy pronto consiguió el traslado al cuerpo más confortable y seguro de sanidad. En Nantes, Breton conoció a un dandy surrealista llamado Jacques Vaché que también estuvo convaleciente en el hospital por una herida de guerra. En cuanto Vaché mejoró se paseaba por la ciudad cambiando de uniforme: en ocasiones se vestía  de aviador, en otras se disfrazaba de húsar. Afirmaba que lo que le gustaría de verdad era disfrazarse también con el uniforme del enemigo. Vaché era un anarquista, pacifista, y cuando volvió al frente recibió la protección de un general, pues se hizo pasar por un pintor famoso. A partir de 1917 Breton y Apollinaire se veían regularmente en París en la reunión de los miércoles que tenía lugar en el Café de Flore. Allí los diferentes grupos de admiradores, sentados en mesas separadas, pues estaban todos peleados entre si, recibían la visita de Apollinaire que era objeto de la mayor simpatía y admiración.

El 24 de junio de 1917 Pierre Albert-Birot estrenaba en el conservatorio Renée Maubel de Montmartre el “drama surrealista” en tres actos, obra de Apollinaire titulado Las tetas de Tiresias. En los medios literarios y artísticos parisinos el estreno había creado una gran expectación. La preparación de la representación había sido minuciosamente orquestada y la afluencia de público fue enorme. Los pintores amigos habían realizado los decorados. Los vestidos de los personajes fueron diseñados por Serge Férat, y Philippe Soupault desempeñaba con gusto el papel de apuntador. El argumento de la obra era un poco alambicado: En el primer acto una joven que había sido esterilizada por un cirujano cuidaba a su marido que, embarazado, esperaba un niño. El marido, además de ser muy celoso, padecía de hidropesía. El médico anunció pomposamente un diagnóstico de sus males:  "¡Solo un gran milagro,  y cuidados extremos podrán salvarlo!"

En el segundo acto la joven esposa le confiesa al cirujano que la dedicación a su marido es total, y que está dispuesta, si el cielo así lo dispone, a padecer la hidropesía en lugar de su marido. El médico, que tira sin cesar los tejos a la protagonista de la obra, asegura a la dama que incluso si ella le entrega su amor podría quedarse embarazada, pues el amor obra milagros.

En el tercer acto el marido, delgado como una uva pasa, y su esposa, embarazada de ocho meses, se felicitan por el intercambio de papeles realizado. Para cerrar la obra felizmente el médico-cirujano comunica a la Academia los resultados sobre sus trabajos acerca de la fecundación de las mujeres estériles como consecuencia de complejas operaciones quirúrgicas.

La representación no llegó al final del tercer acto pues, antes de que terminase la tragicomedia, los pateos y gritos del respetable público, especialmente los que estaban ubicados en el zona de gallinero, resultaban ya ensordecedores. Philippe Soupault se desgañitaba para apuntar el texto a los actores, pero la confusión era extrema, hasta el punto de que se optó por la bajada del telón. Enredado entre los flecos de los cortinones apareció el propio Apollinaire que salió a escena vestido con un uniforme azul en el que lucía los galones de cabo. Los gritos iban in crescendo y fue entonces cuando Apollinaire pronunció quizás el discurso más breve de toda su corta vida: “¡Cerdos!”, gritó moviendo la cabeza, y dando a entender que estaba dispuesto a escupir al respetable. A su juicio una obra patriótica, que defendía tan abiertamente el crecimiento de la natalidad en tiempos de guerra, no merecía ser reprobada. En todo caso fue en este preciso y precioso momento cuando la grandeza de Apollinaire adquirió en el escenario todo su esplendor: entre la literatura y los halagos del mundo el poeta no había dudado. En realidad el auditorio, un público intratable, demostraba con sus actos y su airada protesta no estar a la altura de una obra sublime, digna de ser destacada en la historia del arte dramático. Breton y su amigo Jacques Vaché, que estaban en la sala presenciando la función, salieron valerosamente en defensa de su amigo Apollinaire, y de todo el grupo que había preparado la obra con tantísima ilusión. Sostiene Sarane Alexandrian, en su libro titulado "André Breton por él mismo", que fue entonces cuando Jacques Vaché, disfrazado de alto oficial británico, sacó la pistola de la cartuchera y realizó varios disparos al aire que provocaron una desbandada general. Las tetas de Tiresias terminó por tanto en una especie de estampida general.

A las cinco de la tarde del día 9 de noviembre de 1918 moría en París el poeta nacido en Roma Guillermo Apollinaire, contagiado por la gripe española. Murió joven pues tan sólo contaba 38 años de edad. Fue un poeta y escritor prolífico, que marcó profundamente las culturas alternativas del siglo XX, el siglo de las dos guerras mundiales y de los campos de exterminio. Es muy probable que Apollinaire no fuese consciente de los horrores que se avecinaban, pues era un optimista impenitente. Con frecuencia frivolizaba sobre la guerra, a la que sus amigos futuristas consideraban sin embargo "la única higiene del mundo". De hecho se conservan numerosas fotos suyas en las que está vestido con uniforme militar, siempre marcial, airoso, con un cierto aire de gigante atolondrado. Apollinaire creía que el humor podía disolver el viejo mundo apolillado en el que una burguesía decadente, que él despreciaba, ejercía una hegemonía de hierro sobre masas empobrecidas. Se explica así que siempre apoyase a los innovadores. De hecho fue una especie de inconformista, vanguardista disolvente, no exento de contradicciones, pues disfrutaba con los rituales sagrados de la iglesia romana.

Tras su muerte recibió un funeral católico que tuvo lugar al lado de su casa, situada en el ático del número 202 del Boulevard Saint Germain, en la Iglesia de Santo Tomás de Aquino, en la que también había contraído matrimonio. Entre los testigos de su boda se encontraba su fiel amigo de fatigas, Pablo Picasso. También fue enterrado por el rito católico en el romántico cementerio de Père Lachaise. Quizás alguno de sus amigos artistas recordó ante su tumba aquellos extraños versos de juglar modernista que cantaba melodías renanas, unos versos recogidos en Alcoholes :

Extendiéndose a los lados del cementerio
La casa de los muertos lo enmarcaba como un claustro.
En el interior de sus vitrinas,
Parecidas a los escaparates de las tiendas de modas,
En lugar de sonreír de pie,
Los maniquíes hacían guiños a la eternidad

Muy pocos entonces podían ni tan siquiera imaginar que la gran Revolución de Octubre, que acababa de estallar en la Rusia de los zares, y que conmovió al mundo, abría un escenario inédito para las clases trabajadoras, pues no sólo suponía el aplastamiento del despotismo de una sociedad feudal, sino que abría para los parias de la tierra el sueño al alcance de la mano de una sociedad justa. Apollinaire decía que los poetas son profetas, y por esa época era un ardiente defensor del nuevo espíritu. Breton, Aragon y Soupault, tras la muerte de Apollinaire, crearon una nueva revista que se titulaba precisamente El Nuevo Mundo. Mas tarde, en 1924, fundaron La Revolución Surrealista. El sueño de un mundo alternativo estaba  en marcha y se produjo una alianza entre la revolución política y la revolución simbólica protagonizada por poetas y artistas. Era preciso que brillase en todo su esplendor la belleza del mundo. El sueño libertario que entonces compartió toda una generación dista de haberse hecho realidad. Los errores de los promotores del nuevo espíritu han sido numerosos, y en demasiadas ocasiones crueles, pero a las nuevas y viejas generaciones nos corresponde luchar hoy para que esos errores y horrores no se repitan, y para que, efectivamente, se haga realidad lo antes posible, en el presente, la reconciliación de la ley con la justicia. Urge ese impulso progresista y festivo, democrático y pacifista, precisamente ahora cuando el número de ricos ha crecido entre 2008 y 2015 en nuestro país un 40%, y cuando los miembros cada vez más numerosos de las llamadas clases subalternas son cada vez más conscientes de que no habrá para ellos una segunda oportunidad sobre la tierra.

(*) Fernando Álvarez-Uría es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y coautor con Julia Varela de Sociología, capitalismo y democracia.
1 Comment
  1. Domingo Peinado says

    Con motivo del estreno de Las tetas de Tiresias, le cuestionaron cómo calificaría su obra y señaló que era «un drama surrealista». Luego explicó: «Cuando el hombre quiso imitar el andar, creó la rueda, que no se parece en nada a una pierna. Así, hizo surrealismo sin saberlo».

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