Los exámenes de septiembre

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Hugo Martínez Abarca *

Hugo-Martínez-AbarcaUna de las características del frenético ciclo electoral que empezó en 2014 y se acelera hasta la traca final en 2015 es la gigantesca volatilidad de las previsiones. Hemos enterrado un par de veces al PSOE, al que ahora parece que damos como seguro ganador; a Podemos lo hemos enterrado mil veces (mil y una con la actual); Ciudadanos ha pasado de comerse el mundo a ser una discreta muleta del peor bipartidismo; el bipartidismo resucita en las encuestas cada vez que enferma más en las urnas… El puñado de elecciones que hemos tenido nos muestra, eso sí, un continuo declive del bipartidismo (de los dos grandes partidos), un continuo ascenso de Podemos y en ambos casos una tendencia mucho menos acelerada de lo que nos gustaría a quienes apostamos por el cambio.

Otra constante es que en el último año parece que la foto que da tal o cual encuesta sea ya una foto definitiva: nos cuesta aprender que la principal enseñanza de este último año y medio es que todo está cambiando muy rápido en una dirección y su contraria. Hoy más que nunca hacer pronósticos es un puro divertimento. Y más a la espera de un septiembre que lo va a cambiar todo. Hay tres hechos que en septiembre condicionarán el futuro de Europa, de España y de las opciones de cambio que imposibilitan toda previsión sólida.

En primer lugar las elecciones griegas. Posiblemente no seamos aún capaces de dimensionar las consecuencias políticas de la derrota de Alexis Tsypras en Bruselas: la convocatoria de elecciones son una inteligente jugada para hacer de esa derrota una batalla, no la guerra que puede prorrogarse si Syriza y la Plataforma de Izquierdas (Unidad Popular, parece que será la candidatura) gobiernan, preferiblemente juntos, para lo cual será imprescindible que una de las dos gane (posibilidad aparentemente reservada a Syriza). Se da una circunstancia de difícil gestión: para que los pueblos del sur logremos plantar cara es imprescindible que en España ganemos las opciones democráticas y rupturistas que defendemos la soberanía popular; pero tras la reciente derrota griega es improbable que resulte electoralmente rentable mostrarse solidario con Syriza. Así se evidenció cuando el PP (político-mediático) quiso exprimir el apoyo de Podemos a Tsipras como una rendición conjunta al saqueo que incluye el rescate.

En segundo lugar las elecciones catalanas. De nuevo nos encontramos ante una paradoja. Probablemente sólo haya dos formas de que la España actual se mantenga unida. Una, improbable, es la rigidez de un unionismo que pretende garantizar la unidad por imposición. Es posible que ese intento de imposición triunfe y Cataluña no se independice exclusivamente porque no puede. Pero la opción más segura de que Cataluña apueste libremente por su permanencia en España pasa por una España moderna y democráctica, una España distinta construida desde el reconocimiento de la plurinacionalidad. Suelo recordar que la lápida de Pi i Margall, presidente de la Primera República y padre del federalismo español (acusado de cantonalismo y de intentar desmembrar España) incluye una sorprendente sentencia: “España no habría perdido su imperio colonial de haber seguido sus consejos”. Nada favorecería más la unidad de España que una derrota electoral también en las generales de quienes se envuelven en su bandera y una mayoría constituyente; asimismo, la única alternativa real a la lista de Artur Mas es la de Catalunya Sí Que Es Pot, la suma de fuerzas democráticas y rupturistas (Podemos, ICV, EUiA… sólo faltan, desgraciadamente, las CUP). El terremoto que sacudirá España tras las elecciones del 27-S cualquiera que sea el resultado condicionará decisivamente las generales. Tanto si de las elecciones sale un parlamento volcado en declarar unilateralmente la independencia (que posiblemente diera alas al PP en el resto del Estado) como si la mayoría da una oportunidad a Cataluña de cambio político y social real mediante un nuevo proceso democrático. Lo que en ningún caso saldrá es una mayoría de las fuerzas que defienden la vigencia del sistema político del 78 (aunque una de las opciones sólo lo cuestione en lo territorial) y eso sería imposible de gestionar con gobiernos centrales del PP o del PSOE.

En tercer lugar, septiembre (acaso también octubre) será el mes en que sabremos hasta donde hemos sido capaces de avanzar en presentar una candidatura rupturista que ilusione y haga ver que estamos dispuestos a ganar. Todos los elementos anteriores hacen que sea imprescindible dar un aldabonazo en el mapa político de cara a las elecciones generales. Ni las encuestas ni las elecciones griegas ni según qué resultado de las catalanas serán fáciles de gestionar salvo para la demagogia más reaccionaria, la representada por el PP que pone de candidato catalán a García Albiol. Las noticias que llegan permiten ser optimistas en varios territorios sobre el tipo de candidatura que permita el cambio. En el resto de territorios no hay ninguna razón para no intentar candidaturas heterogéneas, pero igual de ilusionantes, que trasladen a las generales el imaginario de cambio triunfante logrado en las históricas elecciones municipales del 24-M. Nuestra gente necesita un chute de optimismo. Todo ello también en septiembre o como tarde en octubre.

Los pasos que se dan mandan mensajes y necesitamos uno claro de que vamos a las elecciones generales sin dejarnos llevar por inercias que han matado proyectos políticos, sino con la frescura con la que se rompió el tablero social el 15M y el tablero político en las europeas de 2014. Todo está absolutamente abierto.

En septiembre empieza la temporada de seísmos. Si tenéis planes cerrados, canceladlos.

(*) Hugo Martínez Abarca. Miembro de Convocatoria por Madrid y diputado autonómico de Podemos. Es autor del blog Quien mucho abarca.

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