¿Se ha acabado el cambio?

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alba_ricoLa “victoria” del PP y la “derrota” de Unidos Podemos sólo pueden describirse de esa manera si aceptamos medir cada una de estas fuerzas frente a la otra. En realidad, las cifras declaran perdedores al PSOE y a C's, que han perdido tanto votos como escaños, y revelan al mismo tiempo un país difícilmente gobernable, sin bipartidismo y poco confortable para todos los partidos. Pero en momentos “históricos” las cifras, con su escueta objetividad, son poco determinantes. Da igual -al menos en estos momentos- el reparto de diputados. No sólo las encuestas: la astucia confuciana del PP, la agria rabieta del PSOE, el cuñadismo resignado de C's y el triunfalismo calculado de Podemos construyeron el marco de un combate con solo dos púgiles, uno tocado por la corrupción económica e institucional, el otro aupado por la confluencia, en el que la victoria o la derrota no estaban relacionadas con los números sino con la propia escenografía. Para el PP todo lo que no fuera perder era ya ganar; para Unidos Podemos todo lo que no fuera ganar (votos y escaños para superar al menos al PSOE) era ya perder. El PP ha ganado; Podemos ha perdido. Sobre esto no creo que nadie tenga la menor duda.

La pregunta es por qué. ¿Por qué el partido más corrupto, el más antidemocrático, desgastado por las medidas de austeridad y los escándalos políticos no sólo no ha perdido votos respecto del 20D sino que ha ganado 600.000, recuperando así legitimidad (aunque no “libertad” de gobierno)? Esta es la pregunta fácil, pues los distintos factores que se han enumerado estos días en distintos análisis convergen todos -tengan más o menos peso: intoxicación mediática, polarización, Brexit- en el triunfo del voto “conservador”. Pero lo interesante, lo que debería hacernos reflexionar a las fuerzas del cambio, es que la campaña de Rajoy, con su actitud de percebe aferrado al arrecife en medio de las olas y sus tranquilos e infantiles apotegmas apocalípticos (“que vienen los malos”) se ha revelado enormemente eficaz precisamente en la dirección que parecía reservada para Unidos Podemos. No es extraño que los votantes del PP, la noche del 26J, festejaran la victoria de su partido con un “sí se puede”. Porque lo cierto es que el voto “conservador” se ha revelado finalmente el más transversal y el más consciente y movilizador. El percebe Rajoy ha conseguido convencer a la gente más variopinta del amplio arco político que discurre entre la ultraderecha y el centro, franja transversal que ha sabido entender además que los placeres de un domingo soleado de verano debían ser sacrificados a una “decisión” irrepetible y sin marcha atrás. La derecha transversal ha comprendido el carácter “histórico” de estas elecciones, en las que, como ha repetido en vano UP, la apuesta era, en efecto, de “todo o nada”.

Es probable que los potenciales votantes de UP que prefirieron abstenerse no entendieran lo que estaba en juego. Y ésta es, a mi juicio, la cuestión más correosa o penumbrosa. ¿Por qué los votantes del PP entendieron lo que los votantes de UP pasaron por alto? ¿Por qué ha vencido el miedo a Unidos Podemos sobre el miedo a Rajoy y sus políticas? ¿El temor al cambio sobre el deseo de cambio? Se han enumerado también muchas razones y yo no excluiría ninguna antes de haberlas examinado todas bien, pero sí me atrevería a sugerir, desde la impunidad retrospectiva, que quizás la conciencia de esta encrucijada histórica (“todo o nada”, “última oportunidad”, “desempate”) se ha visto en todo momento anulada por la moderación, discursiva y coreográfica, del tono de campaña. No me parece ninguna tontería la reflexión de Josep Ramoneda, en el sentido de que ha sido precisamente la “normalización” del liderazgo de Pablo Iglesias y la integración sin chirridos de la voz de UP en una campaña “bipartidista” muy convencional, la que han acabado por contagiar el miedo a “nuestros” propios votantes. Ha estado el miedo de los más “ideologizados” a que, tras las elecciones, no hubiera ningún cambio; y el miedo de los más “ilusionados” -los que querían sólo mover el tablero- a un “régimen” capaz de “moderar” tanto y tan deprisa a un opositor “radical”, y ello incluso antes de que alcanzara el poder. El PP ha inducido tanto miedo -y ha contagiado tanto miedo a su única oposición real- que al final ante los votantes sólo parecía haber dos alternativas realistas, y las dos eran “miedosas”: o el voto conservador o la abstención.

Todo esto, en todo caso, son especulaciones. Lo que sabemos es que lo que he llamado en otro sitio “la gente de régimen” ha sumado votos en todas partes, incluidas Valencia y Cataluña; y ha sumado votos en todas partes porque está en todas partes. La pregunta no es si “respetamos” o no ese voto. No nos queda más remedio. Tampoco si los miedos muy razonados (nada espontáneos) y el universo mental subyacentes nos merecen o no desprecio. Despreciarlos sería no hacerles responsables de su elección; en una democracia no hay nadie que no tenga un mínimo de poder, al menos el de votar, y por lo tanto un mínimo de responsabilidad. No podemos despreciar a los votantes del PP considerándolos irresponsables, necios, cobardes o infantiles (y por eso mismo el que conozca a alguno confeso debería afearle el voto con argumentos y sin reservas; en un momento “histórico” de todo o nada la victoria del PP tiene consecuencias para nuestros hijos, nuestros padres y nuestros hermanos). Pero la cuestión no es si debemos respetar o despreciar a la “gente de régimen”; la cuestión es si se los puede cambiar; si se puede cambiar el país cambiando tan solo el sentido de su voto durante el minuto electoral -propósito, como hemos visto, muy difícil de conseguir- pero sin cambiar sus “razonamientos” y su “universo mental”, forjados en décadas de “régimen” conservador. Los “minutos electorales”, no lo olvidemos, han estado más abiertos que nunca en los dos últimos años, pero son y siguen siendo históricamente “suyos”.

Porque esta cuestión es inseparable de otra igualmente importante: la de si se ha cerrado o no el ciclo del cambio en una España de pronto no tan diferente de esa Europa que, a nuestro alrededor, se desplaza a velocidad de crucero hacia la radicalidad derechista. No soy muy optimista. Si he insistido una y otra vez en pedir el voto para UP es porque creo que estas elecciones -como ha sabido ver bien el voto transversal del PP- representaban una encrucijada histórica de “todo o nada”. Sirve de muy poco, por ejemplo, que en EEUU Bernie Sanders haya estado a punto de ganar las primarias “demócratas”, con un discurso vigoroso y transparente y una movilización no desdeñable, si al final la alternativa es Clinton o Trump; es decir, si se impone un retroceso indudable para los EEUU y para el mundo. Todas las fuerzas que Sanders ha sacado a la luz y multiplicado en los últimos meses quedan dispersadas y anuladas por su derrota; y, si podemos consolarnos pensando en las pequeñas concesiones que tendrá que hacer Clinton o en la reserva de malestar potencialmente movilizado, es dudoso que nada de esto compense el oscurecimiento global que se avecina.

Pero no soy tampoco completamente pesimista. España no tiene la relevancia de EEUU, aunque los resultados de estas elecciones tenían sin duda importancia europea y mundial y por eso es doloroso descubrir que los españoles no somos muy diferentes de los ingleses que han votado el Brexit. No bastan 5 millones de votos para frenar al PP y no tenemos otros 40 años por delante. Ni siquiera diez años para una renovación demográfica. Ahora bien, tampoco puede decirse que, como ha ocurrido en EEUU, las fuerzas del cambio hayan quedado “dispersadas” o “anuladas” como consecuencia de la victoria pírrica del PP. Era la última oportunidad para ganar rápidamente en un momento -precisamente- en el que el tiempo lo era casi todo. Pero no todo. Como escribía Jorge Lago hace unos días, si el ciclo se ha cerrado se ha cerrado con 71 diputados dentro del Parlamento. Habrá que hacer algo con ellos. Sería un grave error, a mi juicio, usarlos para tratar de tranquilizar a nuestros rivales demostrándoles que algo sí ha cambiado en este país en los dos últimos años: nosotros. Recojamos, por el contrario, la escenografía de polarización a la que no se supo responder el 26J y, sin la urgencia electoral, tras un verano de reformateo “dramático”, con menos gestos y más discurso, hagamos verdadera oposición. Son ellos -no lo olvidemos- los que dan miedo. Y Unidos Podemos ha venido para echarlos.

(*) Santiago Alba Rico es filósofo y columnista.
3 Comments
  1. juanjo says

    ESo se lo dirás a todas. Pero lo cierto es que aquí jamás paramos de dar chingoletas.

  2. Pavlichenko says

    Sí, la campaña del percebe aferrado ha funcionado y esto debería darnos una lección. Dudo mucho que el votante del PP sea el más consciente, aunque sí el más movilizado, en esta y en todas las elecciones (quizás en estas de manera más dramática porque se han activado de manera mucho más activa los resortes que, en su cosmovisión del mundo, funcionan para la movilización).
    ¿Y cuáles son esos resortes? ¿Por qué es en ese sentido más transversal el voto conservador? ¿son tan diferentes a los del electorado de UP? Claro que cada electorado presenta sus particularidades, pero hay un mínimo común en el que deberíamos fijarnos.
    Las decisiones en ser humano se toman por una particular combinación entre emociones, afectos y lo que dicta nuestro razonamiento (dimensiones emocional, afectiva y cognitiva) pero raramente esta último se impone a costa de las demás. La derecha es muy consciente de esto, sabe que puede hacer lo que le de la gana, siempre encontrará un marco explicativo y muchas mentes que lo comprarán y replicarán sin titubear.
    Más debería llamarnos la atención cómo funcionan las frases del tipo “que vienen los malos”. Claro que apelan al miedo, también al odio, pero de manera primera y fundamental apelan a la identificación del sujeto (“yo no soy de los malos, soy de los buenos”) elemento sobre el que se construyen los afectos y emociones. Esta dimensión otorga a la persona un sitio en el mundo (ya sea en la familia o en el pueblo) y explica tanto lo que soy (un triunfador) como lo que no soy (un piojoso). De Villarubia de Arriba o de Villarubia de Abajo. Ese marco funciona perfectamente para saber quienes son de los míos y quienes están en contra de mí, también para en caso de confrontración jamás cuestionarles (que sería tanto como ponerme en cuestión a mí mismo). Lo siento, pero en esta clave, dudo que se podamos cambiar a alguien en esos “minutos electorales”.
    Por otra parte, en el caso de UP no creo que la explicación a la abstención la encontremos en el miedo, más bien estaría en el hartazgo, pasotismo, chulería, snobismo, culturetismo, etc, pero no miedo. Probablemente, la explicación haya que buscarla en cuál ha sido la emoción que no se ha despertado, en mi opinión, la de la rabia por lo que nos han quitado y el futuro que nos han dejado.
    Y este es nuestro tema de futuro, elegir las etiquetas que nos identificarán y por las cuáles otros querrán ser o no de los nuestros (justicia, solidaridad, cuidados). La batalla no ha hecho más que empezar.

  3. ificrates says

    La culpa es de IU.

    Después de que IU salve el culo podemita, ahora nos usan de cabeza de turco, edificante.
    Claro, IU, con 900 000 votos es responsable de la caida de 1 200 000 votos. Las cuentas no salen aunque se hubiera abstenido el 100% de los votantes de IU.

    Otra más de las «autocríticas» a cual más absurda 1) pucherazo 2) la culpa es de IU 3) muchos votantes dejan de votar si ven que el partido al que ya han votado, puede ganar, un puro disparate 4) exceso de lucidez, claro, claro.
    ¿No hay por ahí más ruedas de molino?.
    Y coincido con Torres Lopez, las razones están relacionadas con el comportamiento postelectoral de Podemos. 1) el circo 2) la doblez, tender la mano y navajear al mismo tiempo 3) la mala baba 4) la falta de seriedad 5) el comportamiento errático y la evidente bisoñez 6) el Belenestebanismo 7) los diputados con esquema mental de youtubers, etc…

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