Daniel Bernabé: “El neoliberalismo es un proyecto de dominación global”

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El pasado martes, a Daniel Bernabé (Madrid, 1980) le esperaba una sala llena en un espacio de la Fundación de Investigaciones Marxistas. Su libro ‘La trampa de la diversidad’ (Akal, 2018) genera interés, dudas y alguna crítica. Todo lo que puede desear un autor sobre la obra que crea. Llegó al sitio una hora antes de la presentación con la voz áspera, después de haber recuperado, por unos días, su oficio de librero tras echar una mano en una editorial amiga en una feria del libro. “Te estoy complicando la entrevista, voy a intentar ser breve”, promete a su interlocutora, aunque tarda poco en incumplir el compromiso. Antes de encender la grabadora le traicionan sus tics de escritor y saca la libreta para apuntar algunos datos casi a la misma vez que lo hace la periodista.

Su libro trata de resolver (o de provocar) algunas disonancias cognitivas. ¿Cómo es posible que tu jefe, que cobra 2.000 euros más que tú sea de tu misma clase media?,¿por qué las industrias que refuerzan el concepto de lujo, como la de la moda, ensalzan a una comunista como la pintora Frida Khalo?,¿por qué el discurso de los trabajadores ha perdido presencia si todo el mundo se queja de lo que cobra? La respuesta está en el subtítulo impreso en la portada: el neoliberalismo ha fragmentado la identidad de la clase trabajadora… hasta el punto de diluirla. Según Bernabé, este vacío ha sido aprovechado por el capitalismo para instrumentalizar las luchas de los movimientos sociales y usar sus reivindicaciones como eslóganes en sus productos. En ese proceso se desencadenan las paradojas: las consumidoras se encuentran comprando en grandes almacenes camisetas con la palabra “feminista”, cosida por mujeres explotadas al otro lado del mundo y vendida por mujeres precarias en esas mismas tiendas.  

“No es un libro contra la diversidad, es un libro contra la trampa de la diversidad”, se esfuerza por explicar Bernabé, a sabiendas de que el título puede despertar suspicacias. Al periodista de La Marea le preocupa, sobre todo, cómo esa instrumentalización de las identidades se ha llevado a la política para disfrazar de progreso decisiones económicas reaccionarias, desde los discursos evidentes de Margaret Thatcher hasta los últimos años del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero: “Hizo cosas buenas y malas, pero ¿en qué cambió la estructura económica de este país?”, se pregunta durante la conversación.

— Camisetas de multinacionales con la palabra "feminismo", el Orgullo LGTBI cuantificado en beneficios económicos... ¿Estamos en un mercado de las identidades?

— Sí, una de las claves que da el libro es que la diversidad, que es un hecho, bajo el neoliberalismo se comporta como un producto en un mercado. Que una gran marca aproveche esa identidad para vender camisetas o que una reivindicación netamente política [como los derechos LGTBI], que empieza con un disturbio en Stonewall, acaba convirtiéndose en un acontecimiento turístico es el síntoma, el problema más superficial. Pero significa algo. La diversidad ha acabado formando parte de nosotros como una identidad que cotiza casi en un mercado, de forma que, cuanto más diversos seamos, nuestro valor es mayor. Nuestra relación con la política ha cambiado en los últimos 40 años. Hemos pasado de una relación de clase y colectiva a una relación individual y aspiracional. En ese mercado, necesitamos sentirnos más especiales que el que tenemos al lado: somos más nosotros en cuanto a que el otro es menos él. Eso trae problemas.

— Una de las tesis de tu libro es que a través de ese mercado de la diversidad, el capitalismo ha logrado dividir a la clase obrera. Mientras eso sucedía… ¿dónde estaba el discurso de la izquierda para combatirlo?

— La división de la clase obrera tiene un factor material. Antes en una empresa trabajaban 5.000 personas y era más fácil hacer política con ellas, entendían quienes eran con más facilidad. Solo hace falta ver la literatura o el cine de los 60 en Inglaterra para darte cuenta. En aquellas barriadas de ladrillo rojo, donde había una fábrica y todo el mundo vivía en el mismo lado, era fácil entender tu posición de clase en la sociedad. Ahora hay trabajos que surgen a través de un app de móvil y el trabajador es una unidad de producción individual. El neoliberalismo se percibe solo como cuestión económica, pero creo que es un proyecto de dominación global. Abarca todo el planeta, pero también todas las facetas del ser humano y esto sí es inédito para el capitalismo. Antes dominaba solo ciertas facetas, es a partir de los 70 cuando empieza a extenderse. También domina nuestra relación con la política. Si antes la clase trabajadora tenía una relación con sus partidos de clase, ahora empieza a no saber quién es. Y por tanto, a comportarse de forma aspiracional, queriendo ser clase media. De tal forma que empieza a no ver la necesidad de juntarse con otras personas.

¿Dónde estaba la izquierda? La izquierda socialdemócrata estaba sucumbiendo. En los 90 a los laboristas británicos o a los demócratas estadounidenses aún podíamos englobarles, más o menos, en el arco progresista. En esa época, la clase trabajadora comienza abstenerse y a participar menos en las elecciones. Estos partidos empiezan a fiarse más de los métodos de análisis electoral y éstos les transmiten ideas de clase media, que es en lo que se basan las encuestas. Esos swing vote, que pueden votar unas veces conservador y otra progresista, son los que deciden las elecciones. De aquí viene el mito de ganar el centro, que es una profecía hecha a sí misma. Si tú dejas de dirigirte a tu clase, pues quedará una parte de esa clase que te vote, pero en el resto del mensaje tendrás que dirigirte al centro.

"El PSOE a mediados de los 90 aún seguía usando fraseología de clase, a pesar de que ya era un partido neoliberal"

Cada vez más gente cree ser de clase media y todos empezamos a necesitar tener unas identidades cada vez más específicas para colmar ese vacío que tenemos. Hemos perdido la identidad de clase, la religiosa y la nacional, las tres identidades fuertes del siglo XX. Las dos últimas están volviendo. En Europa, con un nacionalismo ultraderechista y en el mundo árabe con los integrismos.

Yo empiezo a situar este problema en las segundas elecciones que gana Clinton en 1996 y las de Blair en 1997. Si tiras de hemeroteca, el PSOE a mediados de los 90 aún seguía usando fraseología de clase, a pesar de que ya era un partido neoliberal en su ámbito económico. Es con Zapatero cuando se nos dice que se pueden bajar impuestos y hacer una economía liberal y redistribuir otras cosas para cubrir ese vacío de las políticas de izquierdas. Ahí entran las guerras culturales con la diversidad como coartada.

— En 2008 llega la crisis y se rompe la ilusión de ser clase media, ¿no era la oportunidad para que la izquierda recolocase otra vez en el discurso las demandas materiales?

— Sí, a mí me parecía la oportunidad perfecta, pero no se quiso hacer. Incluso la izquierda más transformadora se creyó este concepto. Errejón lo que propone es eso: como no tenemos capacidad de transformar culturalmente la sociedad, adaptemos el discurso a los hechos existentes. Yo creo que sí se puede cambiar la sociedad, aunque sea complicado.

Hay que distinguir entre la clase media real de la clase media aspiracional, a la que queremos pertenecer. Creemos que Amancio Ortega es clase media porque viste con ropa de su marca y que la persona que trabaja para él en Zara por 800 euros también es clase media. El 15-M surge porque la naturaleza tiende a ocupar el vacío. Al haber desocupado este espacio la izquierda, la gente se organiza como puede.

— Leyendo el libro parece que le pides al lector “diverso” que jerarquice. En mi caso, por ejemplo, que jerarquice mi conciencia de clase sobre mi condición de mujer. En el libro, estás poniendo en todo momento ejemplos sobre cómo se atomizan las reivindicaciones, pero llega el congreso de columnistas de León, en cuyo cartel no había mujeres, y te preguntas por qué una usuaria de Twitter se queja de que no hay mujeres y no de que la mayoría de participantes sean de derechas. Es mi impresión, ¿es pretendido?

— No es lo que he pretendido. No hay luchas de segunda y de primera. Yo lo que digo es que la identidad de clase es trasversal. Yo apoyé la reivindicación y la inició una persona muy cercana a mí. Esa reivindicación es lógica. Lo que digo es que es extraño que nadie se pregunte ya por las otras cuestiones. Ya hay feministas que se cuestionan cuáles son las mujeres que estamos reclamando en esos espacios, ¿las que van siempre a todos los sitios y que pertenecen a una clase social determinada?,¿las que han conseguido puestos de trabajo mejores porque su vida ha sido más fácil que las de otras?

—  Pero si hay un movimiento que sea transversal en este momento es el feminista.

--- Sí. Sin embargo, las manifestaciones del día ocho de marzo fueron muy grandes y la huelga fue limitada. No ha ocurrido solo con la huelga feminista, sino con las huelgas que hemos tenido en los últimos diez años. Se convoca una huelga general y la gente va a la manifestación por la tarde, pero no hace la huelga. A mí me ilusionó que convocasen una huelga, que atizasen al sistema productivo porque las mujeres tienen una capacidad de paralizarlo. Yo en el libro lo que digo es que la cuestión de clase y laboral atraviesa esos movimientos. Al final hubo mujeres que intentaron boicotear la huelga feminista, mujeres de una clase social muy determinada. Algunas cuando vieron que empezaba a ser una convocatoria masiva se apuntaron al carro. Ana Rosa tenía pensado hacer el programa y son las mujeres de clase trabajadora laS que la obligan hacer huelga. Entonces, Ana Rosa se planta en Callao.

— ¿Y no es un triunfo de sus trabajadoras?

— No, yo sé que muchas pensáis así. Creo que hay que saber distinguir muy bien la gente que está a nuestro lado por un convencimiento ideológico que la que está a nuestro lado porque no le queda más remedio.

— Otra pregunta. Hombre, hetero, blanco... Es lógico que alguien que pertenece a tantos grupos que se suponen represores escriba este libro.

— No es un libro contra la diversidad, sino contra la trampa de la diversidad. Planteo la utilización que se hace de la diversidad partiendo del uso que hace Margaret Thatcher de la palabra unequal. Hablo de un mecanismo para confundir la diversidad con la desigualdad y evitar que busquemos lo que nos une. Yo no digo que haya que renunciar a esas luchas ni que sean menos importantes, lo que sí digo es que no abandonemos la perspectiva de clase. Cuando lo hacemos, encontramos muchas contradicciones.

El capitalismo necesita tener a la mujer en una posición secundaria para aprovechar los cuidados y que produzcáis sin tener que pagaros nada. La única forma de poder acabar con ese sistema es atacar todos sus problemas, con su globalidad. En ese sentido, el feminismo es necesario e indispensable.

— Me estaba leyendo su libro cuando se anunciaron los nombramientos del Gobierno de Sánchez. Once mujeres, dos ministros que hablan abiertamente de su homosexualidad, un mensaje de ortodoxia presupuestaria a Europa y un ministro conservador en Interior, ¿usa el Gobierno la trampa de la diversidad?

"El Gobierno de Sánchez es paritario, pero la pregunta es si es feminista"

Sí, mucha gente lo decía en Twitter, aunque es muy necesario que haya este número de mujeres en el Gobierno. Sin embargo, tenemos que recordar que los ultraderechistas franceses están dirigidos por una mujer. El Gobierno de Sánchez es paritario, pero la pregunta es si es feminista. Sí hay ministras feministas que se han pronunciado contra los vientes de alquiler, por ejemplo, un asunto que a mí me parece fundamental. 

El enemigo sabe emplear también la diversidad para sus fines y lo hace de manera inteligente, buscando la quiebra con mensajes como el que se lanza sobre los refugiados, diciendo que como son musulmanes van a atentar contra los derechos de las mujeres y los homosexuales. Por eso, por ejemplo, uno de los grupos que más vota a la ultraderecha en Alemania son los homosexuales.

— En el libro hablas de cómo Theresa May usa la expresión “la revolución tranquila”, muy parecida al “cambio tranquilo" que ha utilizado el PSOE durante años. ¿Cuándo un ciudadano oye expresiones similares en partidos tan diferentes qué debe pensar? Está claro que hay un campo de consenso.

— Es como la revolución de las pequeñas cosas del Banco Sabadell. Según ha pasado el tiempo, se ha tendido a pensar que el Gobierno de Zapatero no fue tan malo, que hizo cosas buenas, pero ¿en qué cambió la estructura de este país? En nada, de hecho fue a peor. La gente recordará a Zapatero por la Ley de Memoria Histórica, el matrimonio igualitario… y otras cuestiones que para mí son fundamentales. Cuando se habla de cambios tranquilos lo que se nos dice a los ciudadanos es que hay un consenso en que estamos bien como estamos y que ya no hay forma de cambiar ninguna de las estructuras existentes. Cuando en este país echan a la gente de sus casas, hay que cambiarlo y es difícil hacerlo solo con cuestiones simbólicas y de campañas. Requiere una ley que atañe a las estructuras económicas del país. Ahí es donde la izquierda tiene que decir algo. Si no lo hace, ¿para qué sirve? Esa es la cuestión.

— ¿El comunismo debe renunciar a las herramientas del marketing polítco para hacer llegar las ideas a más gente?

— El problema no es renunciar, es que no se puede ganar al enemigo con sus propias armas. Yo no digo que haya que dejar de utilizar internet, lo que digo es que no confiemos todo al mensaje. A Ciudadanos sí le vale el marketing político porque juegan en su terreno. Todo lo que dice Albert Rivera parece que es aceptable para todo el mundo. Competir ahí es imposible. Hay que cambiar la forma de hacer política, hacer de la política un hecho vivencial, que nos toca a todos. Los mensajes son importantes, pero solo por ahí es imposible.

— ¿Cómo se puede conquistar con un discurso obrero a una población que ya no se reconoce como clase obrera?

— ¿De qué hablamos cuando hablamos de discurso obrero? Yo no estoy de acuerdo con hacer del comunismo una cuestión identitaria. Cuando estos partidos tenían una presencia importante en España era porque su política la llevaban al terreno cotidiano de los hechos. Cualquier militante comunista hacía política en su asociación de vecinos, en su trabajo a través de un sindicato, aunque era un contexto diferente. Ahora mismo lo importante no es que la gente se perciba así misma como clase obrera, sino que perciba la política como algo suyo, eso es lo que sucedió en el 15-M.

— Alabar Operación Triunfo no es la forma de transmitir el mensaje. También eres muy crítico con esto en el libro.

— No soy crítico con Operación Triunfo, a mí me parece estupendo que la gente vea lo que quiera. Lo que me parece mal es que se saque una lectura política de OT como algo netamente positivo y que va a cambiar la sociedad. Parece que la izquierda carece de propuesta cultural y se ha quedado como una especie de comentarista del teleprograma, que dice que es positivo porque un día salió un guiño a la diversidad. Por cada ejemplos bueno, puedo encontrar cuatro malos.

— Antes hemos hablado del término nación. En tu libro se ve muy bien cómo la derecha se apropia del lenguaje de la izquierda para captar a sus votantes. Sin embargo, a la izquierda española le cuesta mucho construir nociones propias de términos como “patria” o nación”. No siempre ha sido así.

"Con la palabra España, a la izquierda le ocurre como a los malos defensas: le pega una patada al balón y fuera"

— Sí, es cierto. Yo escribí un artículo en el que proponía buscar en el republicanismo del siglo XIX algo parecido a un sentimiento nacional apropiable por la izquierda. Nosotros somos los que tenemos que reivindicar al coronel Rafael de Riego y la Constitución de Cádiz. En los últimos 20 o 30 años, cada vez que surge la palabra España, a la izquierda le ocurre como a los malos defensas: le pega una patada al balón y fuera. Ahí yo estoy de acuerdo con Errejón, pero hay que articularlo de otra forma. Tú te lees libros de republicanos de los años 30 y hablan de España como algo propio. Ahora resulta difícil porque está muy connotada y, además, hay un problema con los nacionalismos periféricos. En el otoño rojigualdo la izquierda se quedó sin discurso.

— Quizá tenga que ver, entre otras muchas cosas, con la pérdida de peso social de lo militar o incluso, el sentimiento antimilitarista de una parte de la izquierda.

— Chávez era militar, el Che también... El Ejército es necesario para proteger un país. Se puede comportar como el Ejército español en los años 30, aunque no todos se sumaron al bando insurrecto, o como en la revolución de los claveles de Portugal.

— ¿Es un problema de que hablamos mucho de los militares de derechas y poco de los de izquierdas?

— Por ejemplo, ¿por qué no connotamos en positivo al ejército o hablamos de él con cierta cercanía? Hubo elementos fascistas que no se purgaron en la Transición, al igual que en la Policía, ¿pero la Policía es mala en sí misma? Yo prefiero que haya Policía que señores feudales con espada defendiendo sus territorios. Que exista una fuerza pública es un avance histórico, ahora falta que ese Ejército no esté al servicio de una clase social determinada. Los policías tienen una función social, pero son utilizados como choque violento contra las protestas ciudadanas. Ahí hay un factor de clase. Al menos estamos repensando muchísimas cuestiones y creo que el libro vale para reflexionar. Hasta hace poco, era imposible que alguien de izquierdas te pudiera decir esto.

— ¿Usted mismo me hubiera respondido esto hace 10 años?

— Seguramente no.

 

3 Comments
  1. florentino del Amo Antolin says

    Los partidos clasicos de izquierdas y sus fundaciones fracasaron con los analisis… Y si estos se realizaron sin un analisis marxista, creando una clase media ficticia; que sus pensamientos no correspondia con las proclamas desfasadas, y desteñídas.
    Las correas de transmisión como fueron los sindicatos, tambien abandonaron al productor y diluyeron su mensaje, participación y seguimiento de las correctas inversiones para asegurar el futuro de su empresa y su puesto de trabajo.
    Daniel Bernabé al hacer referencia a la palabra » España «y su asunción por la izquierda ahora… Se olvida de una guerra sangrienta, con unos sublevadores que habian jurado otra Constitución, con otra bandera. Las naciones que no eran Estado estaban ahí y lo siguen estando… el nacional catolicismo hizo una religión para su España, como hizo el emperador Constantino al crear el Cristianismo ( para su Imperio, solo cristianismo año 300 ). El querer hacer el discurso de Franco: España, una y no cincuenta y una… Es abrazar el ideal por los que segaron la vida de más de un millón de muertos, y trecientos mil en fosas. Que te prohíban tu idioma unos fascistas auto titulados » nacionales » y hoy mismo la Audencia Nacional siga existiendo… Quiere decir amiga Sara que: Los bestias que impusieron, bandera, monarquía y una Constitución que fué rechazada en Comunidades Autónomas… No se pueden abrazar por un rechazo logico y cultural, con muchos años sufriendo la imposición de una conquista homogénica brutal. La cara amable del franquismo a la sección la llaman: La » roja «… ¡ Pero que en realidad es: rojigualda !. ¡ Prohibir que haya otras selecciones, dice mucho en que campo se juega y no solo dar una patada !.
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  2. expresidente m. rajoy says

    el neoliberalismo es neofascismo… y punto…

  3. expresidente m. rajoy says

    y yo sé que es muy fuerte pero son la cara amable y la cara siniestra de la misma cosa…

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