Schulz y Fernández: “El Servicio Secreto nos pinchó los teléfonos”

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Ana Schulz es fotógrafa y el documental Mudar la piel es su ópera prima. Lo firma junto a Cristóbal Fernández, montador de películas como Mimosas, de Oliver Laxe. Los dos han estrenado el documental más brillante del año, una carta de amor a un padre (el de Ana, también narradora la historia) que se convierte en trama de espías y reflexiona sobre el conflicto vasco.

Mudar la piel está protagonizada por Juan, mediador entre el Gobierno y ETA, y Roberto, un exagente de los servicios secretos que se infiltró en la vida privada de Juan durante años y cultivó una insólita amistad que ha seguido viva a pesar de la traición. La crítica ha sido unánime: estamos ante uno de los grandes documentales del año.

Mudar la piel, ¿por qué ese título?

Ana: Dar con el título fue duro, nos decantamos por ese por su ambigüedad. Nos permitía hablar de la transformación de identidad que vive Roberto al lado de mi padre. Y luego está el cambio de piel propio de los espías.

Cristóbal: Y nos interesaba la analogía con la serpiente del anagrama de ETA.

Ana: En la versión inglesa hicimos otra traducción porque no lo iban a entender, lo hemos llamado The Spy Within.

¿Cuándo sabéis que en esta apasionante historia hay un documental?

Ana: Después de la primera entrevista larga que mantuvimos con Roberto, el espía. Ahí convencí a Cristóbal de lo necesario de esta historia, de lo privilegiados que éramos al tener acceso al personaje.

¿Cuánto habéis tardado en acabar Mudar la piel?

Cristóbal: Unos cuatro años, ha sido un proceso especial porque no hemos filmado y luego montado, sino que hemos hecho las dos cosas a la vez. Y cambiábamos a medida que iban sucediendo cosas. El montaje transformaba el rodaje.

Ana: Es fácil de calcular con edad de mi padre. Empieza el día de su 81 cumpleaños y ha cumplido 86.

Roberto, el espía, aparece en la película como un fantasma. La escena de su primera aparición es una maravilla visual. Luego descubres por qué está todo tan cuidado estéticamente, pero no haremos spoilers. Otros planos recurrentes y brillantes son el reflejo de Juan en el péndulo del reloj de pared y la sombra del teleférico. ¿Qué improvisáis y qué está pensado?

Cristóbal: Fuimos cuatro veces al teleférico. Vas afinando, no nos importaba repetir cosas. No creemos que un documental tenga que salir en la primera toma.

Ana: Como estábamos en familia, no teníamos la dictadura de los horarios y del tiempo. Muchas veces buscábamos el plano hasta encontrarlo. No es inspiración, es búsqueda.

Cristóbal: El reloj era una obsesión, el viejo reloj es un testigo de lo sucedido.

Ana: Y hay otra lectura más simbólica: el tiempo que se detuvo en Euskadi.

Para vuestra arriesgada propuesta, tenéis que actuar: al inicio y ante el espejo, preparando unos micrófonos ocultos. Se nota que actuáis, pero luego se justifica.

Las conversaciones sucedieron, pero las tuvimos que grabar después.

En un documental ordinario hubiese chirriado, y de hecho rechina al comienzo, pero luego entiendes el juego y todo funciona.

Ana: Claro, y no somos actores.

¿Cuando llegáis al sorprendente giro final, a decidirlo?

Cristóbal: Es al ver que nos vamos a quedar sin película, con una frustración absoluta que dura bastante tiempo. La decisión que hemos tomado finalmente nos daba miedo porque pensábamos que nos iban a crucificar.

Ana: Otro momento de inflexión muy claro es cuando preparamos el rodaje en serio, con un equipo, gente que viajó a Madrid... Y a dos días nos pasa lo que nos pasa, con toda es agente a punto. Se habían cuadrado agendas, fue duro. Estábamos viviendo un thriller nosotros mismos porque Roberto estaba achuchado, sentimos la presión de los servicios secretos, los teléfonos es oían mal...

¿Los teléfonos estaban pinchados?

Sí, el Servicio Secreto nos pinchó los teléfonos, estaba clarísimo. Y el mismo Roberto nos lo dijo. En lo que ellos llaman “la casa” hay un “Departamento de hostigamiento” y él nos lo decía: “Me están hostigando, te hacen sentir su presencia”. La neurosis que puedes alcanzar es muy bestia. Y no es nada ilegal, pero notas su presencia y te hace enloquecer.

Me parece muy honesto que habléis abiertamente de fracaso. Me recuerda a ejemplos literarios como Palos de ciego, de David Torres: libro sobre un libro que nos se pudo escribir, sobre un fracaso. Es lo que ahora llaman metaficción.

Cristóbal: Es algo que nos hemos encontrado, que deviene del propio proceso.

Ana: Es otra capa de la película con la que conectará mucho la gente que hacen cine.

Y con la crítica, que ha sido muy generosa. No os quejaréis.

Cristóbal: Estamos sorprendidos de que haya cierta unanimidad, nadie nos ha demolido. Teníamos miedo a nivel político, lo que dijese La Razón, por ejemplo. Y no. Hay una sensación de que hay que hablar de estas cosas.

¿Qué ha dicho Juan sobre el documental?

Ana: Mi padre está muy contento. En San Sebastián se le acerca todo el mundo, está muy satisfecho y agradecido.

¿Y el espía? ¿Os da miedo?

Cristóbal: Un poquito. Nosotros no tenemos contacto con Roberto, pero Juan sí. Y a través de él nos ha transmitido que estamos tranquilos, que no va a hacer nada. Cuando la vea no estará de acuerdo.

Por su profesión, estoy seguro de que ya la ha visto (Risas).

Y mucho antes de lo que pensamos (Risas).

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