30 años de Cinema Paradiso

  • El montaje que se conoce como “la versión de Cannes” es, diga lo que diga Tornatore (que no volvió a tener un éxito como ese en su vida), obra de un gran productor
  • La magia de Cinema Paradiso es impensable sin Ennio Morricone. Y sin su hijo Andrea, que compuso el magnífico y famosísimo Love Theme de su banda sonora

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El morrocotudo éxito de la amable Cinema Paradiso no hubiese sido posible sin alguien nada amable: Harvey Weinstein (entonces Miramax), que se hizo con ella para distribuirla. Medio Hollywood sabe que Harvey además de tener las manos muy largas -las denuncias contra Weinstein motivaron el inicio del movimiento #MeToo- era conocido como “Harvey Manostijeras”. El primer montaje del clásico de Giuseppe Tornatore duraba demasiado para estrenarlo comercialmente en los Estados Unidos. Sufrió más de un tijeratazo, y no solo por parte de Weinstein.

Tornatore desmintió todo tijeretazo del famoso productor: “Weinstein no la remontó, la remonté yo. No tocó nada. Y la versión larga me gusta, tiene ideas propias de una novela, muy acertadas. La gente en esa época (finales de los ochenta) ya no quería estar más de 1:45 minutos en una sala de cine, era la época del zapping”. Acierta Tornatore en lo de la novela: su narración en tres planos (infancia, juventud y madurez de un de un tipo que empieza de aprendiz de proyeccionista y monaguillo y acaba siendo director de cine) es muy novelesca.

El Cinema Paradiso original, tal y como lo concibió Tornatore, duraba tres horas, y el montaje que llegó a los cines dos y media. Cuando hace 30 años se estrenó la primera versión fue un fracasó de taquilla. Solo fue bien recibida en la Sicilia natal del director. La película se rodó Bagheria y todo el pueblo se volcó en el rodaje de la película y se nota en la pantalla. En el fondo, en aquel rodaje Tornatore se estaba metiendo en la piel del protagonista cuando regresa al pueblo ya siendo todo un cineasta, alguien “importante”. Por cierto: en el rodaje Philiphe Noiret dijo sus frases en francés y fue doblado por Vittorio Di Prina. En la copia francesa, eso sí, fue Noiret quien se dobló a sí mismo.

Y es aquí donde entra una figura fundamental de este clásico: otro productor, Franco Cristaldi (Amarcord, El nombre de la rosa). Fue él quien la salvó del olvido y quien remontó la película para llevarla Cannes, donde se alzó con el Gran Premio del Jurado. Allí Cinema Paradiso resucitó. Después ganó el Oscar y el Globo de Oro a la mejor Película Extranjera y cinco premios BAFTA. Fue tal su éxito mundial que solo en España tuvo más de un millón de espectadores.

El montaje que se conoce como “la versión de Cannes” es, diga lo que diga Tornatore (que no volvió a tener un éxito como ese en su vida), obra de un gran productor. Lo que hizo Cristaldi fue centrar la película en su esencia: la infancia y la madurez. Así, eliminó un reencuentro de la pareja de jóvenes enamorados ya viejos, algo que se coló en algunos planos del primer trailer promocional.

Y si por algo será siempre recordada Cine Paradiso además de por ese cura censurador con la campanilla, el incendio y la demolición o esa reapertura del Nuevo Cinema Paradiso, es por su maravilloso final, uno de los más grandes de la historia del cine.

Su gestación es curiosa. Alguien que en la posguerra había trabajado en un cine parroquial le dijo a Tornatore que el sacerdote del pueblo siempre veía las películas antes de ser proyectadas y cortaba los besos y las escenas subidas de tono. Tornatore juntó esta gran anécdota con otra historia: la del charcutero de su pueblo, que de pequeño había sido monaguillo en una iglesia y cuando el proyeccionista no reintegraba los besos, los robaba. Todo esto pasó, Tornatore no se inventó nada.

Y en esa escena final para la historia el proyeccionista es el propio Tornatore. Así contó cómo llegó a meterse de actor en su propia película: “Quería que el proyeccionista que se al final fuese Federico Fellini. Él me contestó con una carta, que aún conservo, en la que dice: “Me da la impresión de que en un momento tan importante de la película meter una cara tan difícil de mirar como la mía podría distraer al público. Le sugiero que lo haga un desconocido, que lo haga Tornatore”. Tras leer esta carta, Cristaldi, amigo de Felini, le dijo a Tornatore: “Federico tiene razón, el público se distraerá. Hazlo tú, que ahora eres un desconocido, aunque esperamos que dejes de serlo”.

Y no, claro que no me olvido del gran maestro. La magia de Cinema Paradiso es impensable sin Ennio Morricone. Y sin su hijo Andrea, que compuso el magnífico y famosísimo Love Theme de su banda sonora. Ese fabuloso tema se escucha en la secuencia final, la de los besos, que fue montada por el propio Tornatore, a mano.

Fotograma de Cinema Paradiso

¿Y a qué películas pertenecen esos famosos besos cortados y quienes son sus protagonistas? Pues Vittorio Gassman y Anna Magnani en Arroz amargo, Cary Grant y Rosalind Russell en Luna nueva, Jane Russell en El forajido, Charlie Chaplin y Georgia Hale en La quimera del oro, Errol Flynn y Olivia de Havilland en Robin de los bosques, Rodolfo Valentino en El hijo del Caíd, James Stewart y Donna Reed en ¡Qué bello es vivir!, Totò Mignone en La tierra tiembla, Marcello Mastroianni y Maria Schell en Noches blancas, Clara Calamai en La cena delle beffe, Jean Gabin en Los bajos fondos, Helen Hayes y Gary Cooper en Adiós a las armas, Alida Valli y Farley Granger en Senso, Vittorio Gassman en El caballero misterioso, Anna Magnani en Bellíssima, Greta Garbo y John Barrymore en Grand Hotel y Spencer Tracy y Ingrid Bergman en El extraño caso del Dr. Jekkyll.

Aunque ahora vivamos la moda de la series, el cine en una butaca como las del Cinema Paradiso siempre estará ahí. Posiblemente más malherido, más desfasado y más envejecido que nunca como forma artística y de ocio, pero no ha muerto, no se lo han cargado todavía. Ojalá no muera nunca, o al menos que yo no lo vea.

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