El síndrome de la impostora

  • El síndrome de la impostora resulta un concepto útil para reconocer un malestar específico que pueden sentir y encarnar algunas mujeres en determinados contextos.
  • El ámbito público asociado tradicionalmente a “lo masculino” parece no pertenecernos del todo, al menos en un sentido real y material

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El síndrome de la impostora resulta un concepto útil para reconocer un malestar específico que pueden sentir y encarnar algunas mujeres en determinados contextos. Lo descubrí en una charla de María Folgueras (directora actual de Circo Price de Madrid) sobre el seximo y la división sexo-generérica de las disciplinas en las artes circenses, y pensé que podía ser aplicable a otras profesiones o dedicaciones no remuneradas (como el activismo, las artes, aficiones, etc.), así como sensible también a las opresiones de raza y clase.

Consiste en un conjunto de síntomas sociales (entendidos desde esta perspectiva no patologizante, biologicista o individualista) que experimentamos muchas en el desempeño de diversas tareas: miedos, tensiones, incertidumbres y desasosiegos ante la posibilidad de no saber, no estar a la altura o no cumplir con las expectativas que, creemos, tienen sobre nosotras. La idea de impostora hace referencia a alguien que se hace pasar por quien no es, que finge ser algo, o suplanta la identidad de alguien. No es difícil comprender estos malestares y sensaciones de estrés en las sociedades occidentales neoliberales, machistas y racistas, en las que la identidad profesional ocupa un lugar central (al menos para lxs más privilegiadxs).

El síndrome de la impostora implica también sentir cierta desidentificación con las categorías de profesionales, expertas, o especialistas. Estas palabras ajenas nos llevan en ocasiones a justificarnos en exceso, a sentir vergüenza, o a tener que demostrar de alguna forma esta incomodidad, pese a que llevemos largos períodos de formación y dedicación. Atendiendo al lenguaje y a los efectos materiales que produce (según las teorías de Butler), el hecho de que aún muchas mujeres se sigan autodenominado en masculino, como ocurre por ejemplo con las profesiones “médico” o “abogado”, señala una falta de legitimidad, reconocimiento y identificación que produce malestares y tensiones concretas.

Todo lo anterior responde, en un sentido general, a la clásica división de las realidades pública/privada asociadas a la masculinidad/feminidad, respectivamente, que ha sustentado el sistema de género en todos los ámbitos de la vida, no solo el profesional. Además, es fruto de una división jerárquica, racista y clasista que determinan quiénes son incluidxs/excluidxs del “rango” de especialistas y expertxs. En la cúspide de esta pirámide encontramos, por supuesto, las profesiones tradicionalmente masculinas y no racializadas, desligadas de las tareas de cuidados y del sostenimiento de la vida de las que hasta la fecha se han encargado las mujeres, de forma no remunerada ni reconocida.

Estas distinciones, también expresión de lo que se denomina en teoría social la división sexual del trabajo (remunerados y no remunerados) que reproduce, reactualiza y mantiene las desigualdades materiales y simbólicas del orden de género vigente. Algunos de los aspectos más problematizados y debatidos desde los feminismos son la brecha salarial (desigualdades entre los salarios y la distribución de las ocupaciones en función de los géneros y ) y el techo de cristal , (imposibilidad real de las mujeres de ocupar altos cargos), quizás por ser los que producen las desigualdades más visibles en Occidente. Sin embargo, el síndrome de la impostora suele mostrarse como una cuestión psicológica e individual (conflictos de autoestima), que parecen no tener nada que ver con los marcos normativos de género y las relaciones de poder(es).

El fingimiento, el hacer como si, o sentirnos impostoras nos lleva a muchas mujeres a habitar una incómoda paradoja que resulta problemática en estos tiempos de la igualdad formal. Esta idea se relaciona con la cuestión del género como performance abordada desde las teorías feministas críticas explica precisamente el género como los actos que repetimos y realizamos constantemente, día a día, en función de unos ideales y mandatos normativos binarios que determinan qué es varón y mujer. El fingimiento y el hacer como si nos lleva a la idea de la feminidad como mascarada sobre la que teorizó Joan de Rivière en 1929. La autora parte del psicoanálisis para señalar, a partir de los malestares concretos de una mujer cis heterosexual en un entorno intelectual muy masculinizado, que se trata de una máscara “para disimular la existencia de la masculinidad y para evitar represalias por parte de los hombres”.

Estos bailes de máscaras se despliegan en muchos ámbitos laborales, como el científico-académico, el artísticos, el políticos, etc., pero además es transversal a otros contextos más “informales”, como asambleas, charlas, seminarios, clases o Jam Sessions. En la mayoría de éstos la participación espontánea de mujeres es significativamente menor que la de los varones. El ámbito público asociado tradicionalmente a “lo masculino” parece no pertenecernos del todo, al menos en un sentido real y material. En estos espacios no es de extrañar que muchas mujeres tengamos una necesidad constante de “demostrar más para ser una más” (expresión empleada por Laura Carrasco y Luz Herrero en un estudio sobre la cultura del hip-hop en el Estado español).

Todo lo anterior tiene que ver también con la construcción de la mirada desde la que nos validamos y nos autorreconocemos, esa que en muchos momentos nos parece ajena… Es evidente que aún nos queda un gran recorrido para vencer la estrecha relación entre masculinidad y poder que construye el engranaje de las subjetividades en todos los ámbitos de la vida. Ocupar los espacios (materiales y simbólicos) y los lenguajes, así como reapropiarnos de nuestras miradas, es clave para autorreconocerrnos y autolegitimarnos. Sabemos que no existen recetas mágicas para paliar estos síntomas, pero sí herramientas, reflexiones, prácticas e ideas que generamos desde los feminismos.

1 Comment
  1. florentino del Amo Antolin says

    Despacio, pero se va. Se lleva demasiado retraso institucional, más no importa cuando la proyección es mayuscula y ascendente. El espacio particular de cada un@ juegan otros factores neurologicos, nervios, miedos de hablar en público… Hasta los más preparados, patinan de una forma diferente y por motivos de poca preparación, de oposición al dialogo presente… O por ambas cosas a la vez. Un caso personal y en una Asociación de Madres y de Padres ( últimamente de madres solo ). Bueno habia personas feministas, que te hacian hablar … As, os, como si estuvieses escribiendo a máquina… Para mí, que fuí en una familía de seis el único varón, que me inutilizaron en muchas facetas de la vida; no es fácil por toda una vida en sociedad familiar y entornos… Hoy, mayor estoy muy orgulloso de mi hijo…. He sido el espejo
    para el, donde veo reflejados esos destellos de vida y con una compañera a la altura.
    ¡ Poco hay que demostrar, la espontaneidad unida al compromiso nos realizamos tod@s !.

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