La revolución naranja: ¿la España que viene?

  • El Podemos de derechas, reivindicado por el presidente del Banco Sabadell, era una realidad y siguió perseverante
  • Los chicos de Rivera llegan limpios de vínculos con el pasado y más capaces que nadie para llevar este suicida e injusto modelo hasta sus últimas consecuencias

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20 de mayo de 2018. Albert Rivera y su “equipo” lanzan desde la capital del Reino una plataforma ciudadana para hablar de una España “sin complejos” en pleno auge separatista y debido al “pulso” de la sociedad. El acto, revestido de gala de reality show y con innegables tintes patrióticos – himno de Marta Sánchez incluido –, comienza con una alocución del periodista que cubrió en su día el asesinato de Miguel Ángel Blanco, Santiago Acosta, que presenta aquel desgarrador y terrible acontecimiento como un momento histórico en el que juntos “la gente normal”, caracterizada como buena moralmente, (“los españoles”) vivieron intensamente un momento de superación colectiva, enfrentándose a la barbarie terrorista.

Es indudable que la ejecución del concejal del PP en Ermua se ha convertido justamente en un episodio insoslayable de la memoria y de la educación sentimental de varias generaciones de ciudadanos de este país. Sin embargo, llama la atención que la misma fuerza política que quiere centrarse en el futuro y no mirar hacia atrás en la historia de España para ser español “sin complejos” y “sin pedir perdón”, elija ese lugar para hacer política, cuando ETA lleva inactiva desde octubre de 2011 y declaró su disolución definitiva el pasado 3 de mayo, pasando relativamente desapercibido para la opinión pública del país. ¿Un simple homenaje ético a las víctimas del terrorismo? En absoluto. Una apuesta política con todas sus consecuencias: Ciudadanos se erige como el protagonista de una revolución sentimental, moral, política y económica, que supere el actual estado de cosas, fundando una nación de españoles libres e iguales e identificando a sus adversarios políticos con aquellos que quieren destruir el país: los independentistas catalanes y vascos, el terrorismo de ETA o el populismo de Podemos.

Desde la izquierda – mayoritariamente con incomprensión e incapacidad de vislumbrar su novedad –, se les ha percibido como una simple muleta para restaurar el régimen del 78 o como un mero recambio del PP. Desde la derecha, se les ha acusado de complicidad con la izquierda parlamentaria y de oportunistas por su manejo constante de encuestas. Ahora, después de su lanzamiento patriótico en forma de plataforma ciudadana y de la sociedad civil, una parte de los medios del establishment y de intelectuales desde posiciones liberales o centristas están criticándoles por sus excesos identitarios o sentimentales. Pero, ¿qué significa Ciudadanos políticamente en España? ¿De dónde procede y en qué consiste la revolución naranja?

Ciutadans y Ciudadanos: el nacionalismo catalán y el ciclo 15M-primer Podemos

Vivimos tiempos interesantes. España no es una anomalía, sino que nos encontramos en estas primeras décadas del siglo XXI ante una transformación económica, política y cultural con pocos precedentes y de una dimensión internacional. Solo hace falta mirar a lo que está sucediendo en Italia o a la guadianesca guerra comercial entre EEUU y China. La política nacional, aquella centrada en el Estado y retransmitida en directo como espectáculo por los medios de comunicación, cambia permanentemente y no da tregua al espectador insaciable. Ayer Rajoy y la derecha conservadora parecían firmes, hoy una moción de censura puede llevar a Pedro Sánchez a la Moncloa con apoyos inverosímiles. Sin embargo, a veces hay fenómenos que responden a lógicas más profundas y expresan esos tiempos de excepción. Es el caso de Ciudadanos, la nueva derecha española. Aunque solo sea por su carácter monstruoso y las mil y una caracterizaciones que ha recibido, merece detenerse en su doble origen y su carácter “revolucionario”.

Ciutadans, fundado en 2005 e inspirado por las palabras del Presidente Tarradellas, “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”, nació como movimiento de la mano de un grupo de intelectuales y un diagnóstico común: la hegemonía conservadora del pujolismo había conquistado a todos los partidos políticos catalanes para el nacionalismo catalán y era necesario uno nuevo capaz de sustituirlos como llave para llegar a acuerdos con las grandes fuerzas estatales, el Partido Popular y el Partido Socialista, y enderezar la deriva decadente del catalanismo político (de izquierda y de derecha). Se trataba, según ellos, de que este nuevo partido contribuyera “al restablecimiento de la realidad”.

En pleno gobierno del Tripartit y con el debate sobre la necesidad del nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña encima de la mesa, aún nos encontrábamos lejos de las puertas del Procés, pero el desencanto de una parte de la izquierda política y la apatía de una parte no despreciable de los sectores populares ya empezaban a hacerse notar. Solamente un año más tarde, Ciutadans nacía como partido y elegía a Albert Rivera como su Presidente. En tan solo 6 años pasaron de irrumpir en el Parlament con 3 diputados y 90.000 votos a lograr consolidarse como el antagonista principal del nacionalismo catalán con 9 diputados y 275.000 votos. Durante esta primera fase del trayecto, las cosas cambiaron mucho en Cataluña: surgió el Procés como movimiento de masas en respuesta a la sentencia del Tribunal Constitucional en 2010 sobre el Estatut, que limitaba su alcance, la crisis económica la polarización entre las instituciones españolas y las catalanas se acentuaba (dret de decidir, independència, pacte fiscal) y las elecciones de 2012 dieron forma político-electoral al amplio movimiento independentista catalán (Convergència, ERC y CUP). Hasta aquí su primer origen: un partido catalán antinacionalista, que hizo bandera desde el primer momento de la cuestión lingüística y decía proteger los derechos y las libertades de aquellos menos favorecidos que por lo general habían venido de otras regiones de España.

Su segundo origen se podría identificar con el salto cualitativo, que dio Ciudadanos al expandirse a todos los territorios del Reino, tanto social como ideológicamente. Lo hizo durante los siguientes meses con las banderas de la regeneración democrática y de la transparencia, disputándole en un primer momento ese espacio simbólico a UPyD y concurriendo a las elecciones europeas de 2014 con un resultado prometedor de 500.000 votos y 2 eurodiputados. Los comicios europeos protagonizados por el primer Podemos, que conjugaba un discurso de oposición política frontal a la vieja política y al régimen del 78 con altas dosis de ejemplaridad moral, eclipsaron la trayectoria naranja.

Era difícil quizás apreciarlo entonces, pero ambos fenómenos compartían un determinado caldo de cultivo social y los contornos de un imaginario de época: una crisis de representación, la crisis de reproducción de las clases medias españolas y su ductilidad ideológica entre una nostalgia generadora de resentimiento y una esperanza de reconciliación de la sociedad con el individuo, la reivindicación de un patriotismo español soft representado por individuos particularmente prestigiosos o queridos por la sociedad como deportistas de élite, profesionales de los servicios públicos, miembros de la judicatura, profesionales liberales, etc. Ese lugar impreciso puede identificarse directamente en los vídeos del primer Podemos de las europeas y en los últimos de la España ciudadana de Ciudadanos.

Los resultados electorales tardarían aún en llegar, pero tras el ciclo electoral Ciudadanos fue capaz de consolidarse como un partido de índole estatal, que había ido asimilando votantes mayoritariamente auto identificados como liberales y que representaría, como ningún otro partido, aquella nueva España que Belén Barreiro ha denominado la España de los “acomodados digitales”. El Podemos de derechas, reivindicado por el presidente del Banco Sabadell, era una realidad y siguió perseverante, pese a los reveses electorales en comparación con las encuestas y las sucesivas ocasiones en las que tuvo que apoyar gobiernos de diferente color, ya fuera azul o rojo. Iba a mantener el orden hasta que llegara su oportunidad y entonces volvió a aparecer Cataluña.

La adaptación permanente

Pasolini decía allá por 1975, analizando la realidad política italiana, que la democracia cristiana consistía en una "nulidad ideológica mafiosa", pues al haber perdido la referencia política de la Iglesia, se empezaba a moldear a sí misma para tener una vinculación más directa y transparente con el poder económico. Además, el cinismo de católicos arcaicos era útil para aceptar e impulsar de forma entusiasta lo que estaba ocurriendo: la nueva revolución capitalista. Al final resultaban ser los más nuevos y modernos para llevar hasta el final el nuevo estado de cosas por su particular capacidad de adaptación.

En España, por su particularísimo siglo XX con una dictadura larguísima y brutal, la derecha ha mantenido quizás durante más tiempo sus vínculos históricos tradicionales, pero probablemente el PP de Madrid haya representado a la perfección esa secuencia ideológica: liberalismo-conservador tradicional con vínculos eclesiásticos, neoliberalismo conservador y, por último, la figura de la neoliberal progre (¡incluso republicana y con tatuajes!) en la piel de Cristina Cifuentes. Ahora, los chicos de Albert Rivera llegan perfectamente limpios de cualquier vínculo con el pasado, y, por lo tanto, más capaces que nadie para llevar este suicida e injusto modelo político, social y económico hasta sus últimas consecuencias.

Esta adaptación permanente, característica de la revolución naranja, tiene paradójicos vaivenes en el mientras tanto – antes de llegar a cumplir sus objetivos de alcanzar al poder político y ser funcional para el poder económico – dado que tiene que lidiar con esa doble naturaleza de origen fundamentalmente contradictorio: de un lado, Cataluña y ser capaces de restaurar la normalidad y de enderezar el rumbo de la Constitución de 1978 y, de otro, el ciclo 15-M-primer Podemos, que promueve la instauración de un nuevo orden que vaya más allá de la situación dada y que toca aspectos centrales del sistema de la Transición: tanto los derechos sociales por la vía fundamentalmente del mercado de trabajo y la propuesta estrella del contrato único que tritura el principio básico del Derecho laboral moderno, como la arquitectura constitucional y el modelo de España que pretende superar las tensiones nacionalistas por el camino más corto de una España imaginariamente homogénea y recentralizada.

Las fuerzas democráticas deben comprender ese doble origen y ese carácter revolucionario para ser capaces de resistir más eficazmente a la revolución naranja y plantear una alternativa que solo puede construirse a partir de una ejemplaridad moral y política diferente, un realismo de la inteligencia que cultive la responsabilidad individual y la conciencia de conservar lo mejor de las luchas del pasado para plantear un futuro esperanzador.

1 Comment
  1. peperoalfa says

    no sé si la apoteósis del patrioterismo barato será una revolución, lo que sí que sé es que esa es la vía que ha llevado a este país al borde de la ruptura y el conflicto…

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