Batalla de hambre en alta mar

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Una pancarta denuncia el genocidio contra la etnia rohingya durante una manifestación celebrada hoy jueves ante la embajada de Brimania en Kuala Lumpur (Malasia). / Fazry Ismail (Efe)

Se masacraron entre ellos con "machetes, hachas y barras de hierro". El último y retorcido capítulo de la inacabable tragedia que padecen los refugiados e inmigrantes abandonados por las mafias en el mar de Andamán tuvo lugar el pasado viernes, como no podía ser de otra manera, en alta mar. Tras varias semanas navegando hacinados en un barco, sin apenas reservas de comida ni agua potable, y después de ser abandonados por las tripulaciones -las mismas mafias que les habían secuestrado tras prometerles llevarles a puerto malasio- el hambre y el instinto de supervivencia convirtió a los 650 rohingyas birmanos y bengalíes en verdaderos monstruos. Su comunidad de origen definió los bandos de la batalla. "De repente los bengalíes nos atacaron desde la cubierta. Nosotros estábamos en la bodega. Los que querían salvarse saltaron al mar, pero mi hermano no lo consiguió. Cuando le encontraron, le golpearon y le masacraron. Después tiraron su cadáver al agua".

Testimonios como el de la joven Asina Begun, de 22 años, recogidos por France Press en el puerto indonesio de Langsa, a donde han sido conducidos la mayoría de "gentes del barco" víctimas de las mafias abandonadas desde principios de mayo en el Golfo de Bengala, describen lo acontecido días antes de ser rescatados como un verdadero infierno.

Las dos comunidades, los rohingya birmanos -musulmanes, repudiados por el régimen de Birmania que no les otorga ningún derecho, ni siquiera la nacionalidad- y los bengalíes se culpan mutuamente de la autoría de una matanza que se habría cobrado entre 100 y 200 vidas, según los testimonios. Otro de los pasajeros, Mohamad Murad Hussein, de origen bangladeshí, asegura que fueron los rohingya quienes ocupaban la cubierta y quienes les atacaron cuando les pidieron comida: según él, los birmanos habían sido privilegiados por el capitán antes de ser abandonados y controlaban los escasos recursos. "Desde la cubierta nos echaban agua caliente, los que llegaban arriba eran golpeados con picos", proseguía el joven, que presentaba numerosas marcas de heridas según los reporteros que recabaron su testimonio. A medida que la violencia aumentaba, el barco comenzó a hundirse, lo que llevó a muchos a saltar al mar. "Comprendimos que íbamos a morir. Por eso nos defendimos para llevárnoslos con nosotros".

La batalla se cobró al menos un centenar de víctimas, según pasajeros birmanos y bengalíes. Podrían haber sido muchos más si pescadores indonesios no se hubieran percatado de la presencia de un barco en la lejanía. Cuando se acercaron, según relataron a la prensa internacional desplazada a Aceh, descubrieron con asombro a centenares de personas que nadaban en su dirección suplicando ayuda. Desde cubierta, otros muchos se lanzaban al mar. El barco se hundía. Los pescadores cargaron sus embarcaciones con refugiados e inmigrantes -muchos otros pesqueros hicieron el mismo recorrido tras el primero, para asistir a los civiles que se habían lanzado al mar- hasta evacuar a todo el pasaje en un gesto humanitario que ha provocado una tajante reacción en las autoridades indonesias: prohibir a sus pescadores que recojan a más "gentes del barco", como se llama a las desventuradas víctimas de la trata humana surasiática. No lograron disuadirles: ayer, otros pescadores auxiliaron a otros 450 refugiados a quienes acompañaron a las costas de Aceh.

Indonesia, que como Tailandia, Malasia o Birmania no han suscrito el Tratado sobre Refugiados de la ONU, cambió ayer su decisión de no acoger a los rohingya birmanos o bengalíes que se acercan a sus aguas territoriales. Hasta la cumbre celebrada en Malasia, la postura de Yakarta y Kuala Lumpur era asistir sólo en caso de que las embarcaciones se estuvieran hundiendo pero, mientras pudiesen navegar, se limitaban a proporcionar comida y agua a los pasajeros abandonados por los traficantes para que busquen otro puerto donde atracar. Solo que no había ningún puerto que les aceptase.

La postura cambió en la cumbre de ministros de Exteriores tailandés, malasio e indonesio celebrada el miércoles en Kuala Lumpur. Los dos últimos se comprometieron a acoger a los pasajeros de aquellos barcos abandonados que se aproximen a sus costas con la condición de que la comunidad internacional se comprometa a repatriarlos o reasentarlos en otros países en el plazo de un año. Tailandia también forma parte del compromiso.

 Refugiados de la minoría rohinyá a su llegada en un basco pesquero tras ser recatados en alta mar cerca de las costas de Julok (Indonesia). / Efe
Refugiados de la minoría rohingya, ayer míercoles, a su llegada en un barco pesquero tras ser recatados en alta mar cerca de las costas de Julok (Indonesia). / Efe

Las autoridades birmanas se niegan a participar siquiera en las cumbres convocadas para afrontar el problema y rechazan ser la causa de la crisis, aunque afirman "comprender la preocupación" de sus vecinos. La violencia religiosa y la situación de apartheid en la que vive la comunidad, sumada a la ausencia de derechos y de oportunidades, ya ha desplazado a 140.000 rohingya en los últimos años. "En lugar de culparnos, deberían buscar soluciones regionales", añadía un portavoz birmano. Singapur también se ha negado a acoger refugiados y sólo Filipinas -firmante del Tratado sobre Refugiados- se ha mostrado dispuesto a ayudar. "Tenemos el compromiso y la obligación de aportar asistencia humanitaria a los demandantes de asilo", han anunciado las autoridades.

Hasta ahora, Indonesia ha acogido oficialmente dos barcos a los que hay que sumar tres embarcaciones rescatadas por los pescadores: un total de 2.000 personas. Malasia, que mantiene la misma postura de rechazo que Indonesia, ha recogido un barco con 1.100 personas a bordo, mientras que Tailandia sólo acoge a 400 refugiados e inmigrantes: 300 de ellos desembarcaron por sus propios medios en la isla de Lipe mientras que un centenar lo ha hecho en costas aún más remotas. Más de 250 han sido acusados formalmente por entrar ilegalmente en el país. Sin embargo, el ministro de Exteriores indonesio estimó que aún quedan unos 7.000 refugiados e inmigrantes perdidos en alta mar.

La postura de Bangkok es no acoger refugiados, lo que permitió que el pasado viernes expulsase de sus costas a una embarcación con 350 pasajeros que llevaba dos meses vagando por el mar. Tras lanzar por aire paquetes de ayuda humanitaria, les instó a navegar a los países anteriormente mencionados, que hicieron lo mismo: abandonarlos a su suerte. Finalmente fueron pescadores indonesios quienes se apiadaron de los rohingya llevándoles a la costa.

El régimen de Bangkok, que previsiblemente volverá a ser incluido en el último escalón del Informe de Tráfico de Personas que elabora anualmente EEUU (lo cual puede implicar eventualmente sanciones económicas) ha lanzado una vasta campaña (de Seguridad pero también de imagen) para, prometen, solucionar el problema. Entre los detenidos o perseguidos por las autoridades en las últimas semanas de redadas figuran alcaldes, vicealcaldes, concejales o exresponsables municipales como el antiguo jefe de la Administración de la región de Satún, el empresario Pajjuban Angchotiphan, que el lunes se entregó a la Policía en Bangkok, a donde había huido. Angchotiphan es dueño de una isla privada donde, según la prensa local, funcionaban varios campos de secuestrados. De 65 sospechosos de formar parte de las redes de tráfico de los rohingya en Tailandia han sido detenidos 30 y más de medio centenar de agentes de Seguridad han sido relevados de sus cargos.

Ayer, una nueva información provocó un escándalo mayúsculo: según filtraciones de la Policía tailandesa, un general del Ejército recientemente ascendido estaría activamente involucrado en las redes de tráfico humano. Así lo demostrarían los recibos hallados en la casa de un sospechoso del distrito de Ranong, hace una semana, que daban fe de transferencias bancarias realizadas a la cuenta personal del teniente general. La noticia no sorprendió demasiado, salvo a las autoridades. "Desde Ranong hasta Padang Besar [en la frontera con Malasia, distrito de Songkhla] hay numerosos controles policiales y militares, pero los traficantes siempre consiguen pasar a los inmigrantes por ellos. ¿Nadie se preguntaba por qué?", decía una fuente de la Seguridad al diario Bangkok Post.

"En este caso, aunque la policía haya encontrado pruebas sobre la involucración de un teniente general en tráfico humano, nadie se atreve a hacer nada. Por supuesto todos sabemos quién está en el poder. ¿Quién no tendría miedo?", se interrogaba la misma fuente. El responsable de la Junta Militar que dirige Tailandia desde el golpe de Estado de hace un año reaccionó con sorpresa e indignación a las acusaciones. "¿Quién es? ¿Cuál es su nombre? Díganmelo, porque el Ejército no me ha informado", instó el general Prayut Chan-o-cha a la prensa local.

Refugiados de la minoría rohinyá descansan tras ser recatados en alta mar cerca de las costas de Julok (Indonesia) ayer miércoles. / Efe
Refugiadas y niños de la minoría rohinyá descansan tras ser recatados en alta mar cerca de las costas de Julok (Indonesia) ayer miércoles. / Efe

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