José Luis Gómez: “La gente joven y bien intencionada me hace mantener la esperanza”

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José Luis Gómez, en la película 'La isla del viento'. / Begin Again Films
José Luis Gómez, en la película 'La isla del viento'. / Begin Again Films

Miguel de Unamuno, como personaje, no se ha llevado a la gran pantalla hasta hoy. La isla del viento narra su destierro en Fuerteventura tras sus ataques al dictador Primo de Rivera. La película arranca y se cierra con uno de los momentos más emblemáticos de la historia y de la cultura española: el día en que Unamuno mostró arrepentimiento público a su apoyo al golpe de estado fascista. Fue el 12 de octubre de 1936, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Allí se enfrentó al general Millán-Astray, alias “Viva la muerte”. Su frase más famosa fue: “Venceréis, pero no convenceréis”.

José Luis Gómez, premio en el Festival de Cannes por Pascual Duarte, miembro de la RAE, Premio Nacional de Teatro y director de La Abadía, se ha metido en la piel de Miguel de Unamuno en La isla del viento, dirigida por Manuel Menchón.

Gómez es un hombre frágil y que se piensa mucho todo lo que dice. Cada pregunta es acompañada por unos largos segundos de meditación, de buscar las palabras adecuadas. Le pregunto por una: la palabra “expiación”, que es lo que él cree que hizo Unamuno en Salamanca. José Luis quiere buscar en su teléfono la acepción correcta, pero no encuentra el móvil. Confuso, se palpa los bolsillos de su cazadora, pero nada. Se lo traen. Se lo ha dejado olvidado en la sala de proyección. Durante estos segundos, Menchón ya ha buscado el significado de “expiación”: “Buscar las culpas, purificarse por medio de algún sacrificio”.

Entonces Unamuno se purificó por haber apoyado el golpe.

— Lo importante es lo primero: uno se sacrifica para borrar culpas. Él no sabía que podía suicidarse. Hay un momento en el que no puede más, cuando José María Pemán habla de la “gloriosa” Guerra Civil, la “cirugía de hierro” con la que había que “sanar” España... No puede más, se levanta y dice lo que dice. Era coraje, era expiación. Para mí es un hombre de un sentimiento religioso profundo y con una conciencia clara ante el error que había cometido. Se enfrenta al dragón de siete cabezas, porque eran siete cabezas echando fuego, y le escupe al dragón. Y sabe que le pueden matar. Sólo lo entiendo como expiación.

Cartelera de 'La isla del viento'.
Cartelera de 'La isla del viento'.

¿Cómo llega a Unamuno físicamente? Para mí el personaje está relacionado con ese fabuloso cuadro de Sorolla, con su chaqueta negra cruzada, su camisa blanca... Un atuendo muy bilbaíno.

— Manuel Menchón y yo nos retiramos a mi casa del sur y vino con una documentación exhaustiva. Para empezar, fotográfica, con muchas fotos que yo no había visto. Y con muchas descripciones, estudios psicológicos, datos documentales, textos periodísticos que hablaban de la persona... Uno puede proceder como actor imitando la postura que ve en una foto, pero el quid no es eso. Un ejercicio que aprendí cuando estuve con Lee Strasberg en Nueva York era coger una foto y estudiarla bien, tratar de meterse dentro e imaginar sintiendo lo que sucede antes y después de que se tome esa foto. El antes y el después que no se ve. Y eso me ayudó mucho porque nuestro trabajo es cinético, dinámico, en movimiento. Hay que nutrirse y luego sentir físicamente y dejar que salga.

¿Hubo un momento en el que dijo: ha salido, lo tengo, soy Unamuno?

— Lo hubo, claro que lo hubo, pero no se puede describir ni se puede decir. Pero sí que lo sientes.

Siempre me he imaginado a Unamuno hablando a gritos en Salamanca. Pero no es así en la película, salvo en un instante. Creí que el momento era más desgarrador, ante todos esos jóvenes fascistas que le gritaban.

— Él levanta la voz al final para hacerse entender. “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir”. Levanta la voz para hacerse entender. No gritaba desde la destemplanza, sino desde la razón y desde el argumento.

¿Queda hoy algo de esa España gritona?

— Hemos cambiado, las circunstancias sociales han cambiado, los problemas no se dirimen a tiros, sino en el Parlamento. Esto es una democracia, aunque no tan perfecta como algunos creen. Tampoco nosotros somos tan perfectos, no somos lo que decimos que somos. La corrupción ha existido siempre y va a seguir existiendo. Con Franco había mucha corrupción que no afloraba, pero en democracia aflora. Extirparla es imposible porque no se puede extirpar la codicia del ser humano. Sin codicia no hay corrupción.

¿Cuál es la actualidad del “Muera la inteligencia” de Millán-Astray?

"Al desterrar las Humanidades de los planes de estudio o la Educación
para la Ciudadanía, hemos desterrado la aplicación de la inteligencia a la vida social"

— Tiene que ver con la cultura de masas, con un problema del siglo XXI que ha llevado a desterrar las humanidades de los planes de estudios o la Educación para la Ciudadanía, que es una aplicación de la inteligencia a la vida social. Tiene que ver cuando vemos, con susto, que en nuestro entorno proliferan elecciones democráticas con resultados que nos llenan de pavor. En Polonia, en Hungría, en Estados Unidos, anteriormente en Italia con Berlusconi, lo que puede ocurrir en Francia... Martín Lutero, ahora que estamos en el año Lutero, decía una cosa extraordinaria: “La riqueza de un país no son sus riquezas naturales, sino sus ciudadanos educados, responsables, productivos y hábiles”. Está clarísimo. Los países nórdicos, antes de descubrir el petroleo, ya se habían lanzado al tema de la educación para hacer ciudadanos educados, responsables, productivos y hábiles.

La pobreza unida a la ignorancia está en la película. Unamuno ve esa escuela con niños harapientos y a los que se les adoctrina religiosamente y se revuelve.

— La película es actual. Por eso Manuel Menchón elige la isla de Fuerteventura, un lugar de fábula, no hay historicismo o documentalismo. Y llega la confrontación con la pobreza, con la explotación o con la falta de educación y aparece la humanidad herida. Y esa herida resuena en Unamuno, lo lacera.

Ese hombre digno y vestido con un traje negro que llega a ese pueblo pobre, con ese terrateniente, esa injusticia... he visto algo de western en la película.

— Parece un western, sí. Ese paisaje de fábula es un no man´s land. Y habla del presente: ¿Por qué han aumentado, en plena crisis, los millonarios en España?

En una entrevista que dio a El País el año pasado ya hablaba de la crisis y de un “suicido cultural”.

— Estamos en un suicidio cultural.

¿En un año no se ha resuelto nada? ¿Se ha recortado más?

"Estamos inmersos en un suicidio cultural. Se ha recortado donde
no se debía"

— Se ha recortado más. Recortar había que recortar, pero el problema es dónde. Es lo único que digo. Si se recorta donde se ha recortado, sí hay un suicido. Hay una cosa muy clara: tenemos la segunda lengua del mundo por una fortuna histórica inesperada. Con 40 millones en EEUU y que serán 80 dentro de poco por muchos que expulse el señor Trump. Vas a Alemania y las instrucciones de los hoteles las puedes leer en alemán, italiano, francés, inglés... pero en español no. ¿Qué ha pasado? No tenemos prestigio.

Ni un lobby que busque ese prestigio. O un gobierno, o los gobiernos que sean, que se preocupe.

— Evidentemente, mire lo que ha sucedido con el cine, el IVA más alto de Europa, un 21%. Y un 10% para el fútbol...

Y un 4% para el porno.

— Y un 10% para los toros... No hay que decir nada más. Es un suicidio cultural, punto, ya está.

¿Qué le parecen los nuevos escenarios ideológicos? Podemos, el 15M... Hace un año decía que había que esperar a sus propuestas y a los hechos.

— Todavía está por ver. Yo no abandono la esperanza, aunque los indicios no son muy esperanzadores,  la gente joven y bien intencionada me hace mantener la esperanza.

Como académico de la lengua, ¿cómo ve el lenguaje en el cine, en la televisión?

— Podríamos trabajar mucho más, lo podríamos hacer mejor.

¿En qué sentido?

— En la palabra “elocución”, por ejemplo. Significa “transmitir sentido”. Pero de manera muy clara, precisa. Desgraciadamente, esto ocurre con poca frecuencia. El esfuerzo de transmitir sentido. ¿Cómo transmitir el sentido en lo que uno dice? Lo dicen los anglosajones: Mean what you say and say what you mean. Piensa lo que dices y di lo que piensas. Pero para eso hay que tener claro lo que se piensa. Unamuno decía otra cosa maravillosa: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento”. Sentir es que te habite lo que dices.

Eso, en lo actoral, me ha recordado al legendario Lee Strasberg y el famoso Método. Strasberg fue maestro suyo, en Nueva York. ¿Cómo era Strasberg?

— Lee era un gran maestro, grandísimo. Su escuela es prácticamente Stanislavski, pero la rama americana. Sus primeras lecciones eran sobre la emoción y eso prevalece en su escuela. Pero también sobre la sensación. Lee trabajaba mucho sobre lo sensorial, sentir en el cuerpo. La imaginación sólo es eficaz si sientes. La reacción física es lo que te hace veraz.

¿Esa reacción física la buscas o la esperas?

— Metiéndote en la sensación tendrás una reacción. La mente es el detonador.

La isla del viento Película (YouTube)

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