Los Trueba bailando el bimbó

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Fernando Trueba es un tipo respetable que cae bien. Ha hecho películas interesantes, es de buena dicción y hablar pausado y su estrabismo le otorga cierto aire de desamparo. Si a ello añadimos el grato recuerdo de sus grandes comedias de los 80 y 90 (El año de las luces, Belle Epoque…), alguna decepción tardía (El embrujo de Shangai) y la sospecha de que últimamente ha recurrido al documental porque se ha secado su veta de humor, mal que nos pese a muchos espectadores y a Dios (B. Wilder), es fácil comprender el desánimo y el miedo que nos abrumaban antes de ver El baile de la victoria. Después, decepción y rabia.

El guión de su hijo Jonás es una mezcla confusa de géneros, con ritmo incierto y estructura ignota que consigue arruinar la notable interpretación de los actores, evitar casi cualquier identificación emocional con los personajes e incluso quitar las ganas de leer la novela de Skarmeta en la que está basada, quien además de una mano, o un pie, en el guión, interviene brevemente como crítico de danza. Eso sí, mucha calidad formal y muy bien realizada, pero el resultado es dos horas viendo alejarse la sombra de lo que fue Fernando entre los fotogramas de esta historia chilena sobre la superación de un trauma y las segundas oportunidades. Una pena.

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