Tanta belleza, tanto dolor

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Ahora que puede una empaparse de literatura taurina en los diarios, resulta que descubro que la Fiesta depende del Ministerio de Interior pero siempre aparece en las páginas de Cultura. Y no sé si eso es así por las fechorías que dicen que les hacen a los toros antes de que irrumpan éstos en la plaza o por causas otras que mi ignorancia ignora completamente. Cultura se hizo de este noble animal desde tiempos remotos -sin tener que viajar a la Creta minoica- ya que se encuentran festejos populares por todas partes: el toro de fuego, el toro ensogado, los bous al carrer, la festa do boi, el sokamutarra, encierros, capeas, charlotadas, concursos de recortes, los forçados portugueses, las corridas camarguesa y landesa, el carnaval taurino de Jalisco, las corralejas de Colombia, la Yawar Fiesta de Perú, la corrida luso-californiana y la Fiesta argentina. Y así.

Puestas las ventajas y los inconvenientes en los platillos de la balanza, la Fiesta mueve mucho dinero y da mucho trabajo, enraíza desde muy antiguo en los modos españoles, hay partidarios ilustres a los que no cabría tildar de bárbaros, como Federico García Lorca -“La fiesta más culta que hay en el mundo”- aunque también detractores que, como Quevedo, pidieron que “hagan las paces las capas y el toro”. La cifra del sacrificio de 100.000 astados en 20.000 corridas al año causa asombro, si es cierta. La riqueza creada alrededor de este soberbio animal, su vida en la dehesa, paisaje único y magnífico que hay que conservar, en fin que hablamos de mucha tela.

La única vez que entré en una plaza de toros fue en la última de la Feria de Salamanca, empujada por el director de La Gaceta Regional, ya extinta, donde hacía mis prácticas. Había toreo a caballo y, recuerdo que entre los rejoneadores figuraban el portugués Joâo Moura y un elegante Domecq, no sé cuál de ellos. Entré en el palco de autoridades al que había sido invitada y me dispuse a contemplar el espectáculo: gran ambiente, gente bien trajeada, abanicos y puros, todo el atrezzo brillaba bajo el sol de la tarde de verano. Admiré la estampa del primer toro, quizás negro zaíno, su apostura mirando al respetable mientras pisaba al trote la arena, imponente, soberbio, bellísimo; parecía un dios. Y en ésas estaba yo, admirando esa estampa, cuando, no sé de dónde salió el jinete que con rapidez le clavó al animal unas cintas de colores que parecían haberle quedado pegadas con cola. Yo no escuché el quejido del bicho porque no estaba tan cerca, pero tampoco se crean ustedes que me hizo falta. Pretexté una urgencia y salí del palco para no regresar. La crónica salió, no se crean. Nada inventé, ya que antes de la corrida había yo parlamentado con el mayoral quien me explicó vida y milagros de los animales a los que amaba tiernamente y de los que hablaba con pasión: “No los he de conocer si les he dado la teta desde que nacieron”, recuerdo bien que me dijo el anciano. Y la agencia EFE me proporcionó el resto del material que necesitaba.

De la Tauromaquia de Goya.

Me pasa como a Goya, que mantengo una ambigua relación con los toros, sin que ahora cuente el embrutecimiento de la sociedad española a la que él aludía. Los tiempos han cambiado. Admiro la belleza del toro pero no soporto su sacrificio, por más que se haya refinado y suavizado. ¿Quién puede amigarse con la muerte? Claro que lo paso aún peor cuando pienso en las granjas de gallinas, a las que cortan el pico para que no se maten entre ellas por ganar espacio vital, las de cerdos cebados con piensos dudosos sin libertad para moverse, de conejos a los que a saber qué harán. O con la actividad corriente de los mataderos donde la muerte se produce sorda, lúgubre, oculta, sin gloria. Pero eso no se ve si no se quiere. Tampoco se ve el comportamiento de los galgueros y cazadores  sin escrúpulos que, ahora que acaba la temporada de caza en España, se deshacen de sus animales colgándolos de árboles o condenándoles al atropello en las carreteras por abandono, sin que tengan que pagar por ello. Es la cara más penosa de España y aquí no hay hechos diferenciales que valgan.

Escribe Mariano José de Larra de las justas de toros que organizó Alfonso VII cuando casó con doña Berenguela la Chica, hija del conde de Barcelona, en 1124. Que al emperador Carlos le encantaban y que a su hijo Felipe, no, por lo que las prohibió en 1565. A Felipe III, sí, y se las arregló para que el Vaticano levantara el castigo de excomunión a los taurinos. A Felipe V, no, y vuelta a la prohibición. Pero, con Carlos IV, regresaron las corridas. Así que, según a los reyes les gustaban o no esas fiestas, se prohibían o se consentían. Y se ve que así seguimos.

Por lo que llevo leído del asunto –y fuera del motivo político que parece meridiano y un poco tontaina, la verdad- la auténtica fecha de caducidad de la tauromaquia actual está en un viejo debate entre taurinos que no suele trascender a la opinión pública: los toros se acaban porque se acaba la casta porque se amansa al toro para que no amenace la integridad del torero. Dicho así, en corto y sin precisión científica. Y si no, que se lo pregunten a la gente taurina.

6 Comments
  1. Prohibir es ridículo says

    No me gustan los toreros y mucho meno lo que hacen con los toros, pero prohibir las corridas es una soberana tontería, soberana solo a la altura de considerar esas mismas corridas de toros «patrimonio cultural» en Madrid.
    Pero para ser sinceros, si un torero tiene derecho a jugarse la vida frente al toro y se considera arte, no se por qué tarda tanto esperancita a declarar «patriomonio de interés cultural el consumo y venta de marihuana» dada la cantidad de obras artísticas que han nacido gracias a que su autor fumaba hierba. De Tomas de Quincey a su amiguísimo Dragó pasando por mucho otros como Valle Inclán, la grifa, el hachis o la Maríhuana en hoja deben ser no solo permitido su consumo si no potegido.
    !prohibir nada, legalizar todo!!¿Que es la mal llamada salud pública¿ ¿y la expuesta salud del torero? !hipocresía en Cataluña y Madrid

  2. Piluca says

    Prohibido prohibir! Ya puestos en lo que se habla, ¿porqué se prohibieron los toros en Canarias en, creo, 1991? tengo curiosidad, mira a ver si averiguas. Se acabarán solas o pasamos al estilo portugués que no matan el toro, creo que le hacen algún daño luego curan y al pasto o a la cazuela de tapadillo.

  3. estrella says

    Quizás se puedan prohibir en Barcelona pero no en Sevilla. Prohibir no es la solución. Se tendría que empezar con los perros de caza, los criaderos de animales destinados a nuestras mesas, el abandono de animales domésticos…Todo esto tiene más sentido que hacer ruido – por puro gesto – con las corridas de toros, que acabaran por si mismas con el tiempo, con ciudadanos mas humanitarios y con el abandono de la explotación del folklore español en general.

  4. estrella says

    Este es un artículo excelente pero las estrellas siguen sin funcionar. Por qué en otros blogs si se pueden usar?

  5. me says
  6. el cartero says

    usted dice que el asunto político es meridiano y tontainas. a mí me sucede que veo asuntos políticos por todos lados, quizá se trate de una obsesión sin más.

    otra cosa que me parece mucho más
    importante es la palabra .dolor., … fíjese que me cuesta seguir porque el dolor puede llegar a ser algo terrible para tantas personas que no sé yo si llevarlo al toreo sería hiriente.

    me sentí obligado de corazón que no de cabeza a hacer esta crítica a su escrito. cosiderando que hemos estado juntos en diferentes momentos donde, por mi parte, el cariño siempre a estado presente y sintiendo que por la suya también, espero que acepte mi crítica como una muestra de interés y complicidad,
    aunque no estemos de acuerdo en eso
    que llaman .dolor.

    pase un buen día

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