Partió el buen cazador

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Delibes. INST. CERVANTES

La primera vez que le vi tendría yo unos seis años, correteaba con mis primos por el Paseo de Zorrilla en Valladolid o quizás atravesábamos a la carrera el Campo Grande, un jardín precioso, divinamente conservado, en esa capital castellana. El era un señor muy alto y llevaba a uno de sus muchos hijos montado sobre sus hombros, muy divertido el canijo ante todo cuanto podía divisar desde allí arriba. Qué aspecto tan elegante y, al mismo tiempo, tan de campo. Un señor de campo elegante, sin duda. Después, en el colegio, leí algunos de sus libros en parte por obligación, en parte por devoción: La hoja roja, Las ratas, El camino, El príncipe destronado, Los santos inocentes, Diario de un cazador, Mi vida al aire libre... Con los años, siguieron más libros, porque eran fáciles de leer y me retrotraían a mis veranos infantiles entre Palencia y Valladolid. Y eso tira mucho.

"Con esa bicicleta..." INST. CERVANTES

Con esa bicicleta de la fotografía se recorría el tramo de unos 40 kilómetros que separan las dos ciudades de la Vieja Castilla para ver a su gran amor, a su adorada que, tiempo después, lo dejó solo, por las prisas que tuvo ella en morir.

Más años después, estuve en su casa para hablar de sus libros y de la naturaleza y de la vida y publicarlo, primero en la radio y luego en el periódico. Es cuando me dijo que él -que se ha debido de recorrer el mundo entero en mil y un viajes- ya no tomaba un avión porque le daba un vértigo insoportable. Desde entonces, adopté la costumbre de colocar las palmas de la mano en el respaldo del asiento de delante cuando el avión en el que viajo aterriza. Creo que me dijo que él hacía eso las últimas veces que voló. No le dieron el Nobel porque quizás no lo veían como un gran escritor, aunque según este razonamiento, habría muchas plazas libres en los tronos del Nobel de Literatura, debido a las cagadas, y perdonen la horrible expresión, que han cometido los señores académicos. Le dieron muchos premios, entre ellos, el Cervantes. La sombra del ciprés es alargada le valió el Nadal, cuando ese premio valía algo, claro. Era un periodista de los buenos. Y escribía muy bien, cometiendo los leísmos y laísmos que me son tan queridos.

Con Cela y Laforet, Delibes hace entrar la modernidad en la literatura española de los cincuenta.

Descanse en paz. Lo reencontraré este verano, quizás en La hoja roja.

3 Comments
  1. begofree says

    Miguel Delibes
    cazador de palabras,
    cronista honesto fuera de la capital,
    Memoria de Castilla.
    ¡Todos los santos inocentes te lloramos!

  2. jonathan says

    Bonito comentario, Begofree

  3. estrella says

    Cuando personas como Delibes se mueren, la muerte me parece más real y cercana, Gracias Elvira.

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