
“La revuelta estudiantil del 65 no fue una revuelta antifranquista como muchos creyeron”, ha dicho Agustín García Calvo, sembrando cierta perplejidad en su audiencia. “Fue una revuelta contra el Nuevo Régimen, el que actualmente padecemos, y que finalmente se ha consolidado en todas las democracias desarrolladas, y su primera característica es que fue inesperada”.
El Nuevo Régimen, en el que estamos inmersos ustedes y yo, ya que acabó triunfando abrumadoramente, es el Régimen del Dinero; se puede decir que la pesadilla en la que andamos sirve de ejemplo dramático.
En cuanto a la enseñanza, en la que ha militado muchos años, García Calvo afirmó que cada plan de estudios ha sido siempre peor que el anterior y que nada de esto debe tomarse como fatalidad sino que el conocimiento está al servicio del Dinero, lo que antes se llamaba el Capital –quizás el Plan Bolonia, que ni mencionó, no vaya muy lejos- y que lo que venden las universidades es futuro: "preparar a los estudiantes para el Futuro bajo la Administración de la Muerte", impidiendo que ya desde niños aprendan con el placer y el juego que proporciona el verdadero conocimiento.
Así, bruscamente, porque el tiempo es oro -o habría que decir dólares-, terminó un viaje intenso a través de su propia evolución intelectual que AGC hizo ante una nutrida audiencia en la Fundación Juan March, de Madrid, el pasado jueves, 13.
De modo que la revuelta del 65 – que expulsó de la Universidad al propio AGC, Tierno Galván, Tamames, López Aranguren, entre otros- formó parte de las que se estaban cocinando en toda Europa y en los EEUU que culminaron con el llamado Mayo de 68. A García Calvo le costó unas 15 detenciones más y el destierro a París, dulce destierro, dijo, del que le costó regresar.
“Me sentí arrastrado por los estudiantes y, desde entonces, estoy viviendo de esto –murmullo regocijante-, por fuerte que se imponga el Poder siempre se le puede sorprender y coger por algún lado”. Así que, asegura que no ha dejado de hacer política, “o sea, de despotricar”, cosa que hace todos los miércoles en la Tertulia Pública del Ateneo de Madrid, auténtica ágora socrática que lleva doce años oficiando. Pero, para llegar hasta aquí es preciso que les cuente más cosas.
Sobre un escenario en el que había una mesa, una silla y una pizarra, García Calvo se movía, tiza en ristre, mientras hablaba pausada pero firmemente, de cómo la poesía fue lo primero que ya desde su adolescencia le sacudió, con tan buena fortuna que quedó para siempre encandilado. Un esquema en la pizarra, como de ramas de un árbol o de nervaduras de una hoja de chopo, por ejemplo, desgranaba sus pasos por la vida y el mundo: tras la poesía, el teatro, la prosa, rítmica y prosodia, lengua y filología, y de ésta, una ramita con las versiones (una, muy conocida, de los Sonetos de Shakespeare, por ejemplo, o de Dom Sem Tob los Proverbios morales), por debajo quedaban dos ramas con la enseñanza y la política y, por fin, la rama troncal en la que se leía Verdad/ Realidad.
Con parsimonia que, por su enorme interés, más pareció urgencia, iba deteniéndose en cada casa con un relato resumido y claro, tras el cual, tachaba con dos líneas cruzadas, zas, poesía, se acabó; fuera prosodia, ras, ras, ¿a quién le interesa ahora?, y así.
Cuando habló de ritmo, uno de sus caballos de batalla, del que ha escrito lo mejor seguramente que hay en español, canturreó un breve poema de Safo, en griego clásico, que tuvo un raro poder evocador. Apenas entendí tres palabras, pero, si ha leído usted a Safo, una poesía tan moderna y tan fuerte, ya sabe a qué me refiero.
Cuando acabó de contar lo que la lengua ha supuesto en su vida, tachó también este término en la pizarra: “Dejemos la lengua, aunque esto no es posible –dijo, volviéndose hacia el público, el inseparable foulard, al vuelo- porque la lengua no nos deja a nosotros, está siempre en nuestro ser. La Cultura se compra y se vende, pero la lengua no es de nadie. A nadie pertenece”.

Con un aire al Esopo de Velázquez, sólo que más risueño, a pesar de los pesares, AGC soltaba verdades como puños, sin sucumbir en las trampas de la corrección política que ha anidado entre nosotros como tantos elementos culturales venidos de la metrópoli.
Con regocijo, desveló los errores garrafales de algunas traducciones clásicas, en las que los versos andan cambiados de sitio, las estrofas, al revés. “Los cultos –hay que leer con cierto énfasis la palabra- no se enteran porque no se acercan a las cosas con interés, les falta la inocencia y la curiosidad de los niños”, sentenció.
Verdad y realidad -la guerra constante entre allas- le ha llevado al profesor toda la vida. Descubrir qué hay de verdad en la realidad a la que acceden nuestros sentidos. Si antes indagó valiéndose de la lógica contradictoria de Heráclito y de la lógica contraria de Parménides, lo hace ahora entrando en más de 2000 páginas de la red que tratan de física, matemática y filosofía de la ciencia, para analizar hasta dónde el lenguaje matemático pretende llegar en la explicación de la realidad. En esa empresa tiene ayuda y con ella seguirá “tratando de descubrir la falsedad de lo que nos están contando”.
“Es importante no creer que el hombre sabe, porque por esa vía no se puede descubrir la verdad”, añade, recordando uno de sus libros, ¿Qué es lo que pasa? (Lucina, 2006). Y es inherente al ser humano tratar de descubrirla, ya que: “La auténtica rebelión contra el Orden no puede hacerse con las armas del enemigo”.
Insobornable, es cierto. Aunque el bigote que enlaza con la patilla derecha se le haya aclarado hasta casi desaparecer. Es lo que tiene el ser humano, dice, “que no está del todo bien hecho, tiene grietas, y de esas grietas puede salir algo bueno”.
Un niño abre los ojos al cielo en una noche de verano, estrellada y oscura, se enfrenta de cara a lo sin fin y luego los vuelve hacia adentro de sí. Es la simple metáfora del ansia de saber pero no dar nada por sabido que, según AGC, nos ha sido arrebatada con la educación recibida, más castrante que enriquecedora. Ese niño sigue vivo en él, a sus casi 84 años. “Esa mirada primera, ese asombro, algunos lo han olvidado. Yo, no.”
Agustin García Calvo tiene una cita este jueves, 20 de mayo, a las siete de la tarde, en la sede del Teatre Lliure, en Barcelona, para hablar sobre Coro y Máscaras. Lo político y lo que quedó en el camino.
Muchas gracias por tan excelente resumen; yo no pude ir. Doy testimonio de que ya en el año 1965 AGC decía que «va a ser igual de malo o peor lo que nos están preparando». En las conclusiones y los resquicios de lo que él va aclarando se podría insistir: el valor de la lengua natural y de todo lo que de ella depende (frente a la cultura de la imagen, por ejemplo), la mercantilización de la belleza, la hermosura, la intuición…; la anulación sistemática de todo lo que conserve la raíz del impulso natural.
Muchas gracias, nuevamente, por el resumen.
Y muchas gracias también por el aire fresco, que, nada sorprendentemente, viene de antiguo
Excelete Elvira. Gracias.
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