Europa, amor y frontera

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Esta Europa que la semana pasada celebró su día, que hace tiempo abrió sus puertas a los mercaderes que con sus préstamos jugaron con los sueños de muchos y luego devoraron el presupuesto y nos endeudaron a cuenta de un futuro de paz y bienestar, que no mira el color -blanco o negro- del dinero de las timbas de Londres, París, Fráncfort, Tokio, Nueva York o Madrid, que llama a los mismos tiburones inversores cuando sube la bolsa y especuladores cuando baja, se rasga ahora las vestiduras porque no tiene dinero para pagar la fiesta y nos los quita del bolsillo.

Esta Europa que se hace el sueco cuando le hablan de un señor llamado Tobin, que mira hacia otro lado cuando alguien le mienta los paraísos fiscales –vaya nombre-, los internacionales hedge funds o nuestras patrióticas Sicavs, es la misma que levanta alambradas en nuestras posesiones africanas, vigila los embarcaciones que se acercan de noche sin bandera desde el sur o por el este o escudriña los pasaportes de los viajeros del nuevo mundo o del otro lado del oxidado telón de acero.

Un señor muy pesimista de Belgrado afincado en París, que conoce bien las miserias de su patria y es un gran director de cine que ha rodado películas tan lúcidas como La otra América, El polvorín, Sueño de una noche de invierno u Optimistas, estrenó hace unas semanas en nuestro país una historia de amor y burocracia, de sueños y prejuicios, de bodas y fronteras que nos recuerda que aún está lejos la Europa que hace ya sesenta años soñaron Schuman y Monnet.

Esa Europa de los seis, de los  nueve, de los doce, de los quince o de los veintisiete, ¿quién da más?, sigue siendo sobre todo un casino en el que todos los parias quieren jugar aunque siempre ganen los mismos y aunque a veces la bestia fraticida bostece una guerra desde sus mismas entrañas balcánicas para recordarnos la fragilidad de nuestra uniones.

Honeymoons nos cuenta con elegancia, respeto y melancolía el viaje de dos parejas enamoradas desde Albania y Serbia hacia Italia y Austria, respectivamente, para hacer sus sueños realidad, una poder vivir en una tierra fértil su amor furtivo –son cuñados y el hermano de él y marido de ella desapareció en el viaje clandestino o en la guerra- y otra poder levantar una familia en Viena con los sonidos del violonchelo de él, pues ha recibido una invitación para una audición en la Orquesta Filarmónica de Viena. El amor que se tienen y las metas que persiguen se toparán con unas trabas de burocracia, ideologías y prejuicios que no estaban en el plan de viaje.

Goran Paskaljevic aprovecha para recordar las heridas que la guerra de la antigua Yugoslavia ha dejado en toda una generación mediante unos personajes secundarios bien construidos y soberbiamente interpretados y unas subtramas bien armadas que aportan con humor y resignación el contrapunto sociológico y político de estas historias de amor personales fraguadas sobre las ruinas de la pobreza y la guerra.

Honeymoons no es cine comercial y a su director, que acaba de recibir el premio del Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián, inaugurado con su película, le sigue costando encontrar financiación para sus proyectos a pesar de haber rodado decenas de largometrajes premiados en muchos festivales. Esta cinta, ganadora de la Espiga de Oro en la pasada Seminci, es la primera coproducción Serbio-Albanesa en muchos años y un documento fílmico de la reconciliación entre dos países, de las ruinas de tristeza y rencor que la guerra ha dejado en los corazones de muchos, y de que el sueño europeo de tolerancia y fraternidad en algunas tierras fronterizas es tan sólo una pesadilla.

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