La tierra de nadie

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Ofelia de Pablo

Foto: Ofelia de Pablo.

Kaouami está recostada en su choza de barro y paja cerca del río Kunene, antes de llegar a la frontera con Angola. Su esbelto cuerpo embadurnado en rojo delata su origen: es una mujer Himba, una de las tribus más conocidas de Namibia. Su fama se debe a las hermosas mujeres que lucen un espectacular tono rojizo en la piel producto de la mezcla de arenisca roja machacada y grasa animal. La encuentro trenzando el pelo a su vecina de choza. Ellas aún se peinan como aprendieron de sus madres y éstas a su vez de las suyas –tardan más de tres días en elaborar el peinado- y se adornan con abalorios hechos de huesos, conchas y cuero. Sus poblados son humildes chozas de barro rodeadas de una exigua valla para evitar que los pocos animales, con los que subsisten, puedan escapar. Es la imagen de postal de otro siglo en la era de la globalización. ¿Cuanto durará esta imagen frente a un mundo globalizado que les hace aparecer como piezas de un zoológico cuando desembarcan los turistas de la mano de su touoperador?

Namibia es un mosaico de tribus, mezcla de razas y siglos de ocupación; todos quisieron para sí la tierra de namib, que en lenguaje nama significa lugar de nadie y por fin hoy ya no tiene dueño. Hace 20 años esta antigua provincia de Sudáfrica, antes colonia alemana, comenzó su andadura como un estado independiente –ha sido la última colonia de África–. Ahora es un país joven que ha adoptado como idioma oficial el inglés –para no favorecer a ningún grupo étnico– y donde tratan de convivir sus once tribus con una minoría blanca que posee más de la mitad de las tierras... Una difícil cábala en el lugar del mundo donde los imposibles son realidad, o por lo menos lo parecen.

El mundo de los bosquimanos del Kalahari – a los que cada día les queda menos como entidad de grupo– y el de las hermosas mujeres de las tribus Himba comparten escenario con los rascacielos y las discotecas de su impoluta capital –Windhoek– a menos de 500 kilómetros de distancia de sus casas. Y por si fuera poco hay leones que alguna vez han paseado por la orilla del mar... ¿espejismos? Quizás tan solo es una suerte de equilibrio ganado a pulso por la capacidad de los namibios de adaptarse, asimilar y hacer suyo un mundo que les han impuesto. ¿Hasta cuándo?

1 Comment
  1. Corresponsal says

    Estuve en Windhoek cuando Namibia se independizó. Me impresionó el rugido del estadio de fútbol en el que San Nuhoma lanzó un mitin memorable. La bota del dictador sudaficano, el cruel asesino, Pieter Botha pinchó el clavo de los norteamericanos tras el alto el fuego entre Sabimbi, al que apoyaban desde Namibia, y el presidente angoleño, el prosoviético Dos Santos. Namibia, con sus diamantes y sus riquezas naturales, interesaba más a los yankis que Angola. Desde entonces no se si las condiciones de vida de las gentes de Katatura, la capital negra, millones de chabolas junta la pulcra Windhoek,habrán majorado.

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