Llaves

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Enriqueta Antolín *

Esta noche he soñado, una vez más, que soy ama de llaves. A veces he estado tentada de preguntarle a alguna amiga psicóloga que si eso significa algo. Pero, no sé, no me vale la pena, en el fondo me digo: ¿Qué te van a contar que tú no sepas? Y es que en mi caso el asunto está clarísimo, yo lo veo transparente, vamos, cómo decirlo, soñar que soy ama de llaves significa precisamente eso, o sea: que el sueño de mi vida es ser ama de llaves.

Si yo me presentara, pongamos por ejemplo y que dios no lo permita, a un concurso de la televisión y me preguntaran, “a usted, de verdad, pero de verdad de verdad, y no mienta, que mire que están viéndola todos sus familiares y los amiguitos con los que jugaba de niña y la monjitas de su colegio; si la preguntaran, repito, cual ha sido el sueño de su vida ¿qué respondería?” Y si yo entonces fuera capaz de olvidarme de que cuando era pequeña decía que quería ser académica, y de que luego fui bajando el listón y ya quería ser escritora, y más adelante, ya casi sin ilusiones, que quería ser periodista... Si me olvidara y por un momento tuviera el valor de aceptarme en mi mismidad trastocada, respondería: “Yo habría querido ser ama de llaves”.

Ama de llaves, ahí es nada. Dos palabras perfectas, eso no me lo van a negar. Ama, o sea, dueña; que también podría decirse dueña de llaves y casi quedaría mejor. Ama de llaves, reconózcanlo, suena raro. Dices ama y no piensas en lo que hay que pensar: en esa señora –gorda o flaca es lo de menos–, pero mandona, eso sí. Con la autoridad de quien sabe dónde están las llaves, dueña de lo que está guardado porque es un tesoro, autoridad de administrador, de ecónomo, autoridad de banquero: “Ahora te doy una birria de interés y no hay libro de reclamaciones; Ahora no puedes sacar ni un céntimo de tu cuenta y vete a hacer música con las cacerolas...” Horrible, vamos. No lo había pensado o, en fin, lo había pensado un poco de refilón, como todos pensamos esas cosas. Pero ahora que lo pienso, no sé, siento como una angustia. Decididamente, no me gusta. “O sea, que el sueño de tu vida es ser ama de llaves, pues vaya sueño, tía, qué vergüenza”, me reprocho. Y entonces me despierto y, uf, qué alivio. Otra vez he soñado que era ama de llaves, me digo espabilándome en la ducha. Y, de pronto, el relámpago. “¡Ay, madre mía! ¿Me habrán desvalijado la casa?” Y salgo chorreando como una loca corriendo por el pasillo y, no, felizmente todo sigue en orden. Las dos sillas atravesadas delante de la puerta de la calle y el perchero tumbado haciendo palanca. Y es que anoche, una vez más, tuve que despertar al vecino para que me ayudara a descerrajar la puerta. “¿¡Con que ama de llaves, eh!? ¡Ama de llaves tú, precisamente tú, desastre, que eres un desastre!”, me castigo. “!Dos veces has perdido el llavero en lo que va de año, todo un record!”. Y vuelvo a la ducha dándome de cachetes, “¡Buena ama de llaves estás tú hecha! ¡Lo que me faltaba por oír!”

(*) Enriqueta Antolín (Palencia, 1941). Escritora y periodista. Su última obra publicada es la novela Final feliz (Alfaguara, 2005).
1 Comment
  1. celine says

    Muy gracioso. Tremendamente universal este afán de dominar las llaves y el resultado de la realidad que es que las llaves te dominan a tí. El ser humano es un rey cuando sueña y un mendigo cuando despierta (versión libre). Gracias por este cuento, KA.

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