Paradojas

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Rodney Smith, "The End"/ MUSEO PROVINCIAL TERUEL

Es un lugar común afirmar que la condición humana está sujeta a paradojas que un individuo puede hasta desconocer que le pertenecen, no integrarlas, no reconocerlas como propias; ser inconsciente  de tal posesión, no aceptarlas. Es el carácter contradictorio, incongruente a veces, incoherente del ser. Y no digamos en verano.

Es lo que hace que determinados medios de comunicación abran con la foto de Pe, por ejemplo, la sección de Cultura. O con la imagen rediviva de Stalone. O con no sé qué modelón paseando palmito por una pasarela.  No siempre es inevitable que ocurra en verano. O con la recomendación gastronómica del Arguiñano de turno. (Ya lo estoy oyendo: “Veamos: es que cultura es todo cuanto cultivan los humanos, por si no te habías enterado”).

Todo, todo, no. Así como no todos los idiomas son igual de valiosos –si bien, son igual de respetables políticamente hablando- por la sencilla razón de que hay algunos que se expresan mejor que otros, de forma más matizada, lo que les da pie al cultivo de mejor literatura (¡cuidado: berenjenal!), así también hay creaciones humanas más plausibles que otras, independientemente de los gustos de cada quien, porque su autor es más honrado en la búsqueda de la verdad (¡y dale!). Lo explica de manera meridiana Agustín García Simón, hasta con su puntito de comprensible disgusto, en cuartopoder

Hay idiomas en los que se puede contar solamente uno y más de dos, en los que no hay tiempos verbales, sólo presente; en los que se pueden mencionar hasta catorce matices del pardo pero pocos tintes más (no insistas, no pienso mencionarlos). Hay “actos culturales” que sólo sirven para justificar presupuestos o para alimentar la pobreza de espíritu del pueblo soberano (reconócelo, por más que avergüence).

¿Cómo distinguir un acto cultural de un acto de cultura (ni a mí me convence esta denominación)? Por lo que se enreda dentro, lo que se revuelve o por el estado de gracia en que puede una quedarse ante la contemplación de la cosa. Como recuerda García Simón que se preguntaba Alexis de Tocqueville en La democracia en América, hace 175 años: ¿cómo preservar la cultura animi de la que habló Cicerón, el cultivo del espíritu sin esperar más a cambio, de la belleza, de la inteligencia?

Aquí quería yo llegar con el pretexto del verano, que ya ha descrestado la cima, por cierto, con sus fiestas multiplicadas por todos los pueblos de España. A estas alturas, habría que haber hablado de la cantidad de conciertos y representaciones teatrales –algunos muy buenos- que se han ofrecido aquí y allá, de las exposiciones veraniegas, escapadas culturales y toda esa verbena que se organiza por todas partes y que viene a sumarse a los saraos de las capitales europeas de la cultura. ¡Qué empacho! ¿Con qué quedarse?

Si me lo preguntan a mí, y considerando que me encuentro en medio de los Montes de Prades y que ya me sé de memoria la ruta del Císter, les diré lo que me gustaría ver. Me gusta la fotografía y proliferan las muestras de este arte de papel y líquidos. Hasta el 5 de septiembre –aún hay tiempo- pueden verse las obras de Gerda Taro, This is war! Robert Capa at work, y de László Moholy-Nagy, El arte de la luz, en el Circulo de Bellas Artes, de Madrid.

Si no anduviera tan justa de cartera me acercaría con gusto a Roma (a Roma se va con pretexto o sin él; se va e basta) a ver una expo de fotos, La dolce vita, un alarde de instantáneas de divos del cine europeo en el mejor de sus momentos, los años 50, en actitudes espontáneas, cuando los estudios de Cinecittá llegaron a ensombrecer los fulgores de Hollywood. En los Mercados Trajano, hasta el 14 de noviembre (con un poco de suerte en la bonoloto…).

Más cerca que Roma, en Teruel, resulta que celebra un Festival Internacional de Fotografía y que este año han invitado a un norteamericano desconocido para mí (porque, aunque me guste la fotografía, lo ignoro casi todo de ella), Rodney Smith, discípulo de Walker Evans, que exhibe sus fotos en blanco y negro, bajo el muy sugerente nombre de The End.

También me gustan el paisaje y los jardines, por eso, y aunque ya la han tildado de exposición facilota y poco exigente intelectualmente, espero no perderme la que prepara el museo Thyssen, en Madrid, sobre Jardines impresionistas para mediados de noviembre. Las otras que anuncia el gran museo no me interesan un ápice.

En fin, hay que escoger lo que realmente le importa a una, sin temor a que salgan detractores de la elección. En todo caso, una vez visto, leído, escuchado, etc., ese arte en cuestión muy bien puede ser olvidado y hasta tildado de mamarrachada. Allá cada quien. El arte, como todo lo que importa de verdad en la vida, es cosa muy privada, muy íntima. Pero también muy compartible con almas gemelas. Muy universal.

Paradojas.

3 Comments
  1. adolfo says

    Lamento que haya personas que no se den cuenta de las paradojas que les rodean. Conozco a otros que. adictos a la ironía y al quiasmo, viven de, por y para las paradojas.

  2. celine says

    Qué bonita palabra: quiasmos.

  3. me says

    Muy bueno, Adolfo: de, por y para, con y sin y … entre paradojas.

    sigan ustedes!

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