Ofelia de Pablo
El motor de la barca ronronea en mi cabeza con ese zumbido taladrante que se instala y parece formar ya parte del paisaje. Acaba de amanecer y los cuerpos aun adormilados se estrujan unos contra otros en el fondo de la barca buscando un poco de calor. Avanzamos lentamente, “ojo avizor” como dice Carlos “el patrón”. A lo lejos una silueta parece salir a flote “creo que están ahí” –dice alegre. Enfila proa hacia la ondulación de la superficie. Apaga el motor. Esperamos.
Nada.
Hay que esperar.
Nada.
Carlos comienza a contar. ¡Ahora!- señala a un mar negro y helado. De repente un majestuoso salto eleva a un animal de 40 toneladas y 15 metros por el aire “¡una ballena!” –exclamamos al unísono. Aquí están. Se acercan. Son tres enormes ballenas grises que como cada año vienen con la manada desde Alaska en una de las más largas migraciones del planeta para aparearse en la Reserva Vizcaíno, en Baja California.
La protección del gobierno mexicano (y ahora también Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO) les ha salvado de la extinción creando un santuario donde pueden aparearse y dar a luz en condiciones perfectas. La reserva de más de 2.500 hectáreas incluye las lagunas de Ojo de Liebre y San Ignacio donde el censo de mamíferos ha aumentado de 240 a más de 2000 ejemplares en los últimos años. Gracias al esfuerzo de protección han conseguido eliminar la especie de la lista de los animales en vías de extinción.
La ballena se acerca mucho, pasa por debajo de la barquichuela en la que estamos y uno es consciente de la inmensidad de su tamaño “¿es peligroso?” -preguntan. “En principio ellas son muy cuidadosas, saben que estamos viéndolas y no les importa pero claro su volumen es tan grande que a veces puede haber un pequeño coletazo” –comenta el patrón. A continuación comienza uno de los apareamientos más singulares que existen. Uno de los dos machos se coloca debajo haciendo de “cama” –las ballenas pesan tanto que no pueden mantener su posición flotando paradas- la pareja de sitúa encima, copulan y luego el macho cambia de posición y la nueva pareja vuelva a copular. La escena promete ser impactante pero uno de los machos decide que necesita intimidad y con su cola fuera del mar nos comienza a salpicar en la barca. Se acerca y la barca se bambolea. “Esta bien –dice Carlos entre risas- lo hemos captado, es hora de marcharse y dejar que las ballenas se amen en paz”.
El santuario de la Ballena Gris
El motor de la barca ronronea en mi cabeza con ese zumbido taladrante que se instala y parece formar ya parte del paisaje. Acaba de amanecer y los cuerpos aun adormilados se estrujan unos contra otros en el fondo de la barca buscando un poco de calor. Avanzamos lentamente, “ojo avizor” como dice Carlos “el patrón”. A lo lejos una silueta parece salir a flote “creo que están ahí” –dice alegre. Enfila proa hacia la ondulación de la superficie. Apaga el motor. Esperamos.
Nada.
Hay que esperar.
Nada.
Carlos comienza a contar. ¡Ahora!- señala a un mar negro y helado. De repente un majestuoso salto eleva a un animal de 40 toneladas y 15 metros por el aire “¡una ballena!” –exclamamos al unísono. Aquí están. Se acercan. Son tres enormes ballenas grises que como cada año vienen con la manada desde Alaska en una de las más largas migraciones del planeta para aparearse en la Reserva Vizcaíno, en Baja California.
La protección del gobierno mexicano (y ahora también Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO) les ha salvado de la extinción creando un santuario donde pueden aparearse y dar a luz en condiciones perfectas. La reserva de más de 2.500 hectáreas incluye las lagunas de Ojo de Liebre y San Ignacio donde el censo de mamíferos ha aumentado de 240 a más de 2000 ejemplares en los últimos años. Gracias al esfuerzo de protección han conseguido eliminar la especie de la lista de los animales en vías de extinción.
La ballena se acerca mucho, pasa por debajo de la barquichuela en la que estamos y uno es consciente de la inmensidad de su tamaño “¿es peligroso?” -preguntan. “En principio ellas son muy cuidadosas, saben que estamos viéndolas y no les importa pero claro su volumen es tan grande que a veces puede haber un pequeño coletazo” –comenta el patrón. A continuación comienza uno de los apareamientos más singulares que existen. Uno de los dos machos se coloca debajo haciendo de “cama” –las ballenas pesan tanto que no pueden mantener su posición flotando paradas- la pareja de sitúa encima, copulan y luego el macho cambia de posición y la nueva pareja vuelva a copular. La escena promete ser impactante pero uno de los machos decide que necesita intimidad y con su cola fuera del mar nos comienza a salpicar en la barca. Se acerca y la barca se bambolea. “Esta bien –dice Carlos entre risas- lo hemos captado, es hora de marcharse y dejar que las ballenas se amen en paz”.