Conformismo (I)

1

Anna Grau *

-Ya está otra vez aquí ese facha de mierda.

-¿Quién?

-Tía, la blackberry no es una polla. ¿Por qué no la sueltas de una vez? ¿Tienes que estar con mensajitos todo el puto rato?

-Estamos en crisis. Esto es más barato que llamar.

-Más barato será no hacer nada, digo yo.

Sonia levanta la cabeza un momento con curiosidad.

-¿No hacer nada con qué?

-No sé. Con tu vida.

Sonia vuelve a bajar la cabeza. Ángeles, que es como se llama la otra camarera, se da cuenta de que se ha dejado arrastrar a decir una tontería y se sulfura. No habiendo en el bar ni un solo cliente alinea en la barra varios vasos y los carga de hielo como si cebara cañones. Mientras Sonia se pone plácidamente las gafas de sol y sale a la plaza. Con una mano se apoya en el pecho la bandeja redonda y brillante. Con la otra mano teclea:

Mi compañera aquí en el bar es un tanto borde”

Eso te pasa por querer ir de moderna y ponerte a servir copas en Chueca”

¿Crees que debería probar en otro barrio?”

Pero si a ti nunca te ha hecho falta trabajar. ¿Qué mal aire te ha dado ahora?”

Sonia se encoge de hombros, aún sabiendo que eso no se va a ver en el mensaje. Con la diestra mano del móvil se desprende despacio las gafas de sol, otea las alturas de la plaza, erizada de buhardillas y azoteas. Vuelve a prenderse despacio las gafas. Tan despacio que el único cliente a la vista, el hombre solo de la mesa tres, se levanta para venir a decirle lo que quiere.

-¿Puede ser una cerveza sin alcohol, por favor?

Semejante encargo le arranca un colosal bufido de desprecio a Ángeles.

-Te dije que era un puto madero de paisano. ¡Te lo dije!

-Y qué si lo es. Ponme la cerveza, anda.

-Sin alcohol se nos ha acabado. Sal y díselo. De todos modos te hará sentarte con él y te crujirá a preguntas. Es lo que hacen siempre. La policía no sólo tortura y asesina, ¡tienen que ser encima unos pesaos!

-Bueno, es su obligación. Después de todo han matado a una persona.

-Perdona, a una persona, no –por un momento parece que Ángeles va a escupir sobre la barra- Han matado al Chino.

¿Y ese Chino quién es, o quién era?”

El Chino de la esquina, que apareció muerto en su tienda hace un mes. La policía investiga”

Yo creía que cuando se moría un chino en su tienda no se fijaba nadie”

Este chino es distinto. Ángeles cree que era confidente de la policía”

¿Y tú, qué crees?”

Sonia vuelve a encogerse invisiblemente de hombros.

No sé. Aquí en el vecindario tenía bastante mala fama. Pero mala fama de pegar fuego a los indigentes en los cajeros y de prostituir a menores albanesas para pagarse el caballo, cosas así”

Joder”

Sus múltiples admiradores ya le habían roto en alguna ocasión un brazo o una pierna. ”

¿Y al final cómo le mataron?”

El policía podría pasar por atractivo si no fuese policía. Saber que lo es desconcentra la atención en lo bueno y la concentra en lo malo: la recia musculatura inelegante, tirando a ortopédica. Estoy mazas porque me entra en el sueldo pero mi cuerpo de verdad no es así. Por lo demás el pelo empieza a caérsele y la sonrisa a inyectarse de confianza como otra gente se inyecta bótox.

-No quiero molestar ni crear problemas. Sólo he venido a preguntar si se comenta algo nuevo.

Y tras una leve pausa, precisa:

-Sobre el asesinato, claro.

Sonia pone la blackberry ahora boca arriba, ahora boca abajo, en la palma de su mano. Juega.

-Pues el periódico decía que el Chino había muerto de sobredosis.

En la plaza apática y desierta –es verano, es domingo y son las dos de la tarde- el detective se abalanza sobre esta preciosa chispa de humanidad y de cortés interés por un crimen tan desagradecido. Tan en el fondo aburrido.

-Es verdad que en el momento de la muerte la víctima llevaba dentro suficiente heroína, y suficientemente pura, para… –iba a decir “matar a un caballo” pero se contiene ante la extraordinaria fijeza con que Sonia le mira. Se nota a pesar de sus gafas impenetrables por cómo le enfoca con todo el cuerpo, como un girasol. Por supuesto él sabe (pues la policía no es tonta) que ella acaba de cumplir los treinta así aparente poco más de veinte. Y que está recién divorciada (sin hijos) de un hombre muy rico. Pero lo más importante que sabe de ella es el inmenso poder, el inusitado peligro, que adquiere una mujer joven y guapa cuando te escucha con todo su ser-…a lo mejor la sobredosis también lo habría matado, pero no hubo tiempo. Le habían cosido a puñaladas mucho antes, ¿entiende?. ¿Si usted sabe de alguien con un cuchillo así de grande, ensangrentado y con el mango roto, me lo dirá?

-¿Con el mango roto? –se hace inconsciente eco ella.

El detective se saca del bolsillo y pone encima de la mesa un pedazo de plástico verde metido en una bolsa transparente. Sonia no lo toca pero lo estudia con atención.

-Parece de un cuchillo de Ikea –concluye.

El detective también percibe que cierto hechizo se ha roto. Muy profesional vuelve a guardarse su bolsa de plástico con el pedazo de mango de cuchillo. Sonia se arrellana en su silla sin disimular que la blackberry vuelve a acaparar sus oraciones.

¿Y por qué vienen a preguntarte a ti todas esas cosas?”

Ángeles sospecha que sospechan algo”

!¿De ti?!

No de mí sino del tipo con el que he empezado a salir. Te hable de él, ¿no?”

¿Es esa especie de soplagaitas que toca en tu bar?”

Jon no toca la gaita sino el laúd árabe. Aprendió con un maestro iraquí muy famoso”

Vasco y fan de Sadam Hussein. Esta vez sí que te has lucido, Sonia”

Su maestro era iraquí pero exiliado. Y Jon ha tocado en todo Oriente Medio y en Europa”

¿Para rematar su gira mundial en tu bar?”

Como vive enfrente”

¿Y para eso te haces la bohemia y sirves copas en ese antro, en vez de quedarte en tu casa a vivir como una reina con la pasta que cada mes te pasa Luis? ¿Para ligar con colgados sospechosos de liarse a puñaladas con confidentes chinos de la policía?”

Jon no es ningún colgado. Tiene la voz y las manos muy bonitas. A ti casi te gustaría. Vive en una buhardilla muy moderna sin perder el punto casero de toda la vida. Tiene hasta geranios en el balcón. Estoy viendo cómo los riega ahora mismo”

Pues no creo que sea esta la mejor hora en Madrid para regar las plantas, la verdad”

-¿Puedo preguntarle con quién se comunica usted todo el rato?

Sonia sostiene la grave mirada del policía –ya los ojos de ambos se han acostumbrado a las gafas de sol de ella como a ver en la oscuridad- y le dice la verdad, que con la familia.

-¿Con su hermana, la que se acaba de ir a vivir a Canadá, igual que su exmarido? Ya es casualidad, ¿no?

Sonia suelta en el acto la blackberry como si fuese un escorpión que acabara de picarle.

-No se enfade, por favor –se aflige el detective- Es mi trabajo. Es investigación de rutina.

Cautelosamente ella vuelve a coger la blackberry.

-No, si yo no me enfado.

-¿No se enfada? –se sorprende él.

-Para nada. Pero ahora tengo que dejarle. Mi turno acaba en diez minutos y he quedado, ¿comprende?

El detective asiente y vuelve aparatosamente la cabeza. Como apuntando con un periscopio a cierto balcón elevado a su espalda del que cuelgan un par de jardineras atiborradas de geranios. Las está regando un hombre alto y apuesto, de músculos delicados, de cuero cabelludo generoso. Riega sus flores con pericia y con mimo. Juntando las manos con la tierra. Cuando se cansa se aposta en la barandilla a fumar. Lleva gafas de sol que desde abajo dan la impresión de brillar sincronizadamente con las de Sonia. Quien se levanta de la mesa ligerísima, tal que le bastara doblar un par de sábanas para subir al cielo.

-Hágame un favor. No suba usted ahí.

-¡Pero oiga!

-No suba usted sola, por lo menos.

Gracias a Dios no están dando el espectáculo en medio de la plaza. El detective la ha dejado volver a meterse en el bar. Hasta le ha dado tiempo a entrar en el cuartito de los mochos donde las camareras se cambian de ropa y se arreglan. Sonia se está pintando los labios de un rojo que es casi naranja, un rojo salmón, cuando el detective irrumpe y dice:

-Tiene usted coj…valor para cambiar de vida, eso no se lo discuto. Pero una cosa es querer que nuestro pasado arda y otra muy distinta es ponerse a jugar con fuego. Lo siento pero se ha echado usted un novio que es sospechoso de asesinato. Y me consta que hace un mes ni siquiera le conocía.

A Sonia se le ha salido un poco el carmín de su cauce. Sin inmutarse se lo reconduce con un dedo firme y húmedo.

-¿Y si Jon me hubiera invitado a salir antes, entonces ya no sería sospechoso?

-Lo único que intento señalar es que usted no tiene la menor idea de dónde pisa…

Vuelve a abrirse la puerta del cuartito de los mochos y ahora la que irrumpe es Ángeles. Pura ira santa.

-¡¿Tiene mandamiento judicial o la mierda que sea que le autorice a entrar ahí dentro?! Porque si no…¡a la puta calle!

-Esto no es ningún registro sino una conversación privada que, si me permite proseguir…

-¡Pues no, aquí no vas a proseguir nada, mamarracho hijo de la gran puta! –chilla convencida la otra- ¿Quién te crees que eres, además de un gilipollas? ¿Qué pasa, que todos los que tienen más pelo que tú y han estado en el mundo árabe son sospechosos de algo? Vaya mierda de policía estás hecho. Entérate, cabrón: el peligro está en otra parte.

-¿Dónde? –la corta él inspiradamente.

Por un segundo Ángeles se queda boquiabierta. Pero en seguida reacciona y empieza a abrir cajones con tanta rabia que los tira al suelo. Caen unas llaves y un abrelatas y una lima de uñas y también saltan dos o tres cuchillos oxidados y cutres.

-¿Cuántos necesitas para que te den una medalla? ¿Te vale este? ¿O este? Aquí tenemos de todo. Cuchillos, navajas y motosierras. ¡Y ahora pírate y no vuelvas a asomar el morro sin una orden del juez! ¡Inútiles, que además de unos cabrones, sois unos inútiles!

Quién sabe hasta dónde podría llevar esta discusión de no tener el detective la psicología de retirarse a tiempo. Mientras Ángeles le saca de una (simbólica) patada libertaria a la calle, Sonia se apresura a despachar los últimos mensajes pendientes.

Sonia por favor. Dale por lo menos una vuelta. ¿Tú no tienes por lo menos dudas de ese chico con el que quedas tanto?”

¿Duda, yo? Ninguna”

¿Cómo puedes estar tan segura? ¿Sólo porque toca el laúd iraquí y, supongo, folla bien?”

Árabe, el laúd es árabe. Y estoy tan segura porque lo vi con mis propios ojos”

¿Viste con tus propios ojos… el qué, perdona?”

A Jon escondiendo el cuchillo después de matar al Chino”

Llámame o te llamo. Tenemos que hablar ahora mismo.”

Le vi con mis propios ojos enterrar el cuchillo en la jardinera, debajo de los geranios. Esos que riega todos los días. Por eso es por lo que no tengo ninguna duda, sabes. Y ahora no puedo hablar, tengo poca batería y llego tarde. Luego te escribo y te cuento”

(Continuará)

(*) Anna Grau (Girona, 1967) es escritora y periodista. Ha publicado tres novelas en catalán: El dia que va morir el president (Empúries, 1999), Dones contra Dones (La Magrana, 2001) y Endarrere aquesta gent (Columna, 2003). Prepara su primera novela en castellano.
1 Comment
  1. Ricard Torrell says

    Gracisa Anna:

    Genial y desternillante.

    Ricard Torrell.

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