“Todo el mundo sabe que eran los serbios los que cometían las atrocidades”, se defiende Hashim Thaci, el presidente de Kosovo, la provincia serbia forzada a ser nación por los intereses de Estados Unidos, Alemania, Francia y Gran Bretaña. El caso es que a este ex guerrillero del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK, en albanés), quizás se le hayan terminado sus días de vino y rosas, tras quedar al descubierto –por fin- de las carnicerías a las que se dedicó durante la guerra que Occidente desató contra el demonizado Milosevic, en 1999, y que sólo Serbia ha denunciado con el silencio vergonzante de la mayor parte de la prensa internacional.
El negocio que acaba de desvelar el parlamentario del Consejo de Europa, el suizo Dick Marty, es el del engorde de prisioneros serbios para darles una sórdida muerte -500 personas, se cree- en una casucha desvencijada donde, al llegar, se les disparaba en la nuca para extirparle después los riñones, muy bien pagados en el mercado negro de órganos. ¿Se imaginan el goteo, una a una, de personas a las que se cuida hasta que les llega la hora de ser sacrificadas, para extraer la riqueza que proporcionan sus órganos? ¿Cuántos cerdos caben en uno de esos camiones que nos encontramos en las carreteras, pobres animales, camino de su triste destino? Noventa, quizás. Pues más de cinco de esos camiones, llenos de seres humanos fueron liquidados por este individuo al que occidente ha apoyado en su empresa política. Todo un servicio a su patria.
Pero ésa es sólo una parte de la variada actividad delictiva de un tipo sin escrúpulos, altamente peligroso –un padrino del hampa del llamado Grupo de Drenica-, que ostenta, otra vez tras las recientes elecciones, digamos democráticas, la más alta posición de ese pequeño y desgraciado país, a la que ha llegado haciendo trampas, naturalmente. Y Occidente las conoce todas. Estados Unidos alimentó a la bestia, subvencionó sus actividades, la armó con artefactos de última generación: había que conseguir hacerse con esa región como fuera y el pretexto era que había que acabar con Milosevic, o sea, con los malos. Ahora, los buenos tienen que explicar todo esto.
Al ex magistrado suizo le parece que hay pocas ganas de hacerlo y poca intención de investigar y castigar estas fechorías. A todos se les llena la boca de condenas al holocausto cometido por los nazis pero no se deciden a ver similitudes con este comportamiento, y otros del estilo, cometidos al abrigo del caos que produjo esa guerra. Marty relata las dificultades que ha tenido en sus visitas a Kosovo para obtener información de los testigos, ya que vio en ellos el terror en los ojos.
Sé de lo que está hablando porque tuve ocasión de entrevistarme con varios habitantes de Kosovo, en diciembre del 2008, poco antes de la declaración de independencia. Dolor y rabia, miedo y asco, se mezclaban en los relatos de aquellas gentes. Y me quedó una sensación de inmensa injusticia. Si los buenos ya no parecen tan buenos, ¿quién va a impartir esa justicia?
Estados Unidos ya ha reaccionado requiriendo pruebas, su conocida estratagema, pero Marty ha sido claro: “nosotros hemos cumplido sacando a la luz estos hechos. Las pruebas están ahí; sólo hay que ir a buscarlas”. A ver quién es el guapo.
Ismaíl Kadaré, autor de bellas novelas, adalid de la llamada liberación de Kosovo, se proclamó en su día amigo de Thaci. No sé en qué estará pensando ahora ni me atrevo a preguntárselo. Quizás haya que esperar hasta saber más cosas.