Un cuento japonés

3
'Ancianos japoneses', fotografía de Kusakabe Kimbei, 1890.

Según informa el diario japonés Mainichi, estudios recientes desvelan que uno de cada cuatro detenidos por robo en Japón, es un jubilado. La proporción era de uno de cada 20, en 1986. Los ancianos encuentran en la cárcel el calor y la amistad que les niega la vida en libertad, dado que la sociedad nipona ha abandonado las antiguas costumbres por las que los mayores eran respetados y protegidos, se ha endurecido y sus miembros imitan el individualismo propio de sociedades anglosajonas.

A todo esto, cuentan las estadísticas que hay más de 29 millones de japoneses mayores de 65 años, muchos de los cuales están en perfecto uso de sus facultades profesionales o laborales. Se sabe que los japoneses cumplen y aún pasan el siglo de edad con una facilidad pasmosa. De hecho, no hace muchos años, se conoció una noticia algo chocante: más de 230.000 ancianos que rondaban los 100 años estaban desaparecidos, ocultados por sus familiares , una vez que habían muerto, para seguir cobrando su estupenda pensión. Dicen que unos inspectores encontraron el esqueleto de uno de ellos, arropadito en su cama, eso sí, muy aseado y pulcro, aunque a mí esto me suena a fantasías de occidente. Pero a lo que íbamos.

Así que, muchos ancianos se aventuran en los grandes almacenes y, tras asegurarse de que las cámaras de vigilancia captan su comportamiento, mangan una crema nutritiva o un CD de los Beatles, nada de gran valor, con lo que se aseguran unas semanas a la sombra. Las leyes son duras pero son las leyes. En la cárcel les dan un cuarto cómodo y limpio, comida tres veces al día, charleta y una ocupación diaria –seis horas de trabajo- que les mantiene alerta y activos. Hacen amistades y mejoran su salud física y anímica. Y todo eso por muy poco dinero, el que se deriva de los impuestos que han pagado durante toda su vida.

Si en tu casa no te quieren, le dijo Takashi san a Norio san, sisa algo en una tienda y ya verás qué experiencia tan buena la de la cárcel”. ¿Triste, dramático, demoledor, deprimente? Nada de eso. “En la cárcel son prisioneros mimados por los funcionarios que los tratan con gran delicadeza, en contraste con la indiferencia que han vivido en la calle”, dice un trabajador de una de las cárceles más importantes, la Onomochi.

Cientos, miles ya, de ancianos solitarios han conseguido, sin organizarse ni proponérselo, lo que sólo pasa en las comedias de buenos sentimientos: que las autoridades del ministerio de Interior japonés se propongan hacer la vida de sus presos mayores más agradable, para lo que  llevan millones de dólares invertidos en adecuar las instalaciones del trullo a las necesidades y características de los abueletes.

La mente humana tiene cualidades impagables. Las soluciones a los problemas, por muy graves que sean, llegan por caminos inexpugnables. Las personas, por pobres y solas que vivan pueden encontrar salidas airosas a su existencia. Hay esperanza en la especie, a pesar de los insaciables depredadores en forma de ingenieros financieros y hombres de negocios. Solamente hay que dejar libre la imaginación, dar alas a la pesada naturaleza humana, lo suficiente como para que una cárcel acabe convertida en una amable residencia para ancianos solos. Qué idea tan buena.

3 Comments
  1. Jordi says

    Así acabaramos muchos por la mierda de sociedad que estamos creando.

  2. Mara9 says

    Impresionante.

Leave A Reply