La edad, que todo lo adelgaza: el cuerpo, los recuerdos, las pasiones… está consiguiendo que Clint Eastwood cambie el trazo de sus películas y esté llegando a la esencia de las cosas. Como algunos grandes artistas en el crepúsculo de sus carreras y los grandes sabios al final de sus vidas el director con cuyas películas más me he emocionado, uno de mis cineastas preferidos, se acerca al nirvana y parece que empieza a vivir del aire, pero de un aire oxigenado, bellísimo y genial.
Hace poco nos sorprendió con una película inolvidable, Gran Torino, donde todos los elementos de los grandes dramas se condensaban sobre la mecedora del porche de una casa destartalada en un barrio de emigración en cuyo garaje reposaba un coche fabuloso con aureola de mito. Ahora vuelve a hacerlo con Más allá de la vida, una historia sobre la muerte, las experiencias al límite y la conexión con el más allá que nos parece sencillamente fundamental.
Los protagonistas de los tres relatos que confluyen hacia el final, una famosa periodista francesa que casi muere durante un tsunami, un niño que pierde a un hermano y un hombre que es capaz de comunicarse con los muertos, tienen en común una amarga pesadumbre y la profunda soledad que les proporciona el conocimiento de lo velado. Los tres quieren seguir adelante, pero habrán de hacerlo rompiendo algunas ataduras y con el secreto y la luz sobre los hombros.
Todos tenemos en la memoria películas recientes que de una manera u otra se han acercado a estos temas esotéricos (Los otros, El sexto sentido, The lovely bones…) en los que los dos mundos, el presente y el más allá, conectan de alguna forma. A nosotros la que más nos ha gustado y recordamos todavía con emoción es The lovely bones, esa turbadora y emotiva historia de Peter Jackson sobre la adolescencia truncada.
Pero al contrario que el neozelandés, Clint Eastwood en Más allá de la vida se ha despojado de todo recurso superficial y con una puesta en escena más sencilla que la de cualquier cortometrajista incipiente, la exigencia de unas interpretaciones sobrias y precisas a sus actores, entre las que destaca la de Matt Damon, a quien cada día vemos actuar mejor, y un equilibrado pulso narrativo ha creado un relato fabuloso sobre la vida y la muerte, el dolor, la pena, el cambio, la superación, el amor, etc., que nos ha gustado casi tanto como la de Jackson a pesar de sus diferencia radicales.
Estamos cansados de ver demasiados fuegos artificiales. Lo difícil es descartar lo innecesario para extraer el grano de la paja y hace tiempo que este hombre discreto viene haciendo sigilosamente películas inolvidables que con el paso del tiempo cobrarán la importancia que se merecen. Al contrario que Woody Allen, Eastwood no necesita descansar porque la edad le sienta muy bien a su capacidad creativa, que sigue adelgazando hasta la médula, como parece que ya ha hecho su cuerpo sarmentoso. Que sea por muchos años.
Impresionante la trayectoria de Eastwood, si vemos sus películas desde el pricipio, toda la evolución que ha tenido, es para estudiarlo… estamos ante alguien que sabemos que va a pasar a la historia del Séptimo Arte. Muy atinado compararlo con Woody Allen, para ver el contraste, un genio (Allen) que se estancó y que no ver sus tropecientas últimas películas no se pierde uno nada (por reiterativas) mientras que el otro (Eastwood) no deja de sorprendernos…. y eso que a mi Allen me gusta, pero sobra el 80% de las últimas peliculas (y siendo generosos)
si no s si decir algo o no x k con Eastwood s m keda la boca abierta, la baba resbalando y la mente en blanco…esto es cine y no toda la caca k hacen x ahi..y x aki,,,
¡Recontra! No me animaba a verla por ese gusto de los norteamericanos por el más allá y los «ghosts», pero me anima usted a verla. Ahora, que la sigan poniendo, que ésa es otra.
Eastwood es una lección magistral de envejecimiento creativo.