Josefina Aldecoa: el discreto testigo

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Josefina Aldecoa, en una imagen de archivo. / Wikimedia Commons

En una mesa de mi despacho descansan desde hace más de veinte años dos libros de relatos publicados por la Editorial Arion, uno de Fernando Quiñones, La gran temporada, sobre el mundo de los toros, y otro de Josefina Rodríguez, A ninguna parte, editado en el año 1961. Cuando me enteré de su muerte lo primero que hice fue echar una ojeada al libro donde aún conservaba en su autoría su apellido paterno, se lo cambió por Josefina R. Aldecoa cuando enviudó de su marido, Ignacio Aldecoa, en 1969, y comenzar  a leer alguno de esos relatos, Zona verde, sin ir más lejos, donde volví a ratificarme en la opinión que siempre tuve de ella, la de que fue el discreto testigo de toda una generación, la del 50, y que esa discreción no jugó  a su favor en el reconocimiento que se le debía. De las dos mujeres que formaron ese grupo, una, Carmen Martín Gaite, ha pasado por ser la escritora de su generación, y la otra, Josefina Aldecoa, una suerte de testigo imprescindible pero donde en cierta manera se le escamoteó su valía como escritora. Su viudedad, es decir, ser viuda de quien era,  y, sobre todo, su labor pedagógica en el Colegio Estilo, hicieron de su figura un comodín adecuado a una leyenda, y ya se sabe que cuando uno tiene una leyenda, sobre todo acomodada, ya puede echarse a dormir: por mucho que haga: ese marchamo lo arrastrará por vida. Y Josefina Aldecoa pasó a ser la maestra de la generación del 50.

Pero nada más lejos de ello. Contribuyó desde su León natal a la creación del grupo Espadaña, y, luego, ya en Madrid, junto a Alfonso Sastre, Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos e Ignacio Aldecoa, sus compañeros de los años de Facultad, fue uno de los componentes esenciales de los que formaron la Generación del 50. Luego, en Revista Española, que fundaron Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre, tradujo el primer cuento de Truman Capote que se conoció en España. Después la labor pedagógica oscureció su obra narrativa, algo a lo que ella contribuyó con goce por su pasión como pedagoga, su deuda con las ideas krausistas de la Institución Libre de Enseñanza y la síntesis de esa deuda con la educación liberal que había visto en Inglaterra y los Estados Unidos, pero libros como el citado A ninguna parte, y luego,  La enredadera, Porque éramos jóvenes, El vergel, todos estos escritos muchos años después, nos revelan  a una autora muy interesante, en una estela muy próxima a su generación pero dotada de una intensa  voz propia, que se decantó, ya en un tono más crepuscular, en obras como El enigma y La casa gris, publicadas ya en la primera década de este siglo.

Josefina Aldecoa fue un testigo privilegiado de un momento de la cultura española muy especial, aquel en que por primera vez desde el final de la Guerra Civil, surgía una generación que aspiraba a una normalización de su país en el conjunto de las naciones occidentales. Esa generación ha sido cuestionada ahora, desde esta supuesta normalización en la que ahora nos asentamos, por ciertas posturas maximalistas, cuando no abiertamente sectarias. A más de medio siglo, cuando ya no quedan testigos de aquello salvo los grandes supervivientes de la cosa, caso de José Manuel Caballlero Bonald, Alfonso Sastre y pocos más, convendría volver a reivindicar ciertos presupuestos esenciales que movieron a aquella generación y reconocérselos. Su ansia real de libertad, su afán de independencia,  su labor de trasmisores de lo que acontecía fuera, su profunda e intensa rebeldía… Dejando al margen la excelencia literaria de cada uno, lo cierto es que, en conjunto, se trató de una generación de enorme importancia en la cultura española, una generación que hizo las veces de llave con las que poder abrir ciertas puertas. Josefina Aldecoa fue parte de aquellos pocos que dieron tanto y justo es decirlo aquí. El libro sigue en la mesa, junto al de Fernando Quiñones, abierto una vez más. No será la última vez.

2 Comments
  1. celine says

    Así es como se honra a los escritores, Juristo. Buen ejemplo.

  2. Pallarés says

    Mira por donde he ubicado a Josefina Aldecoa, de la cual conocía su labor pedagógica y poco mas.

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