¿Hacia una nanoliteratura?

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Portada de libro.

No adivino a calcular las antologías y libros de microrrelatos que he leído por razones de trabajo en estos últimos cuatro años pero podrían acercarse a la cincuentena. La reciente aparición de la Microantología del microrrelato II, que ha publicado Ediciones Irreverentes me llevó a preguntarme cuantos de los relatos se han quedado retenidos por una u otra razón en mi memoria y me sorprendió comprobar que el único que recuerdo es uno de Jorge Luís Borges que escribió cuando aún la brevedad no se había convertido en género, aquel titulado Le regret de Héraclite de El Hacedor cuya música y su misterio resuena aún, en mis dedos, al escribirlo aquí: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca Aquel en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach”. De cuando el relato breve se convirtió en microrrelato, teorizándose, la verdad es que no recuerdo ninguno, ni siquiera el motivo pero guardo la sensación de inanidad que tuve al leer la mayoría de ellos, no todos, y la sospecha de que su proliferación tenía mucho que ver con algunos fenómenos de la naturaleza, como el de la emigración de las mariposas Monarca desde los Estados Unidos a México donde mueren por millones pero como especie cumplen lo deseado o la floración de los baobabs en Madagascar donde lémures e insectos libran una batalla cuyas víctimas se cuentan en cifras descomunales. ¿De verdad es así? ¿Podría ser que el microrrelato, como unidad, carezca de importancia alguna pero como género tenga todas las trazas de pervivir siguiendo la ley natural del derroche debido justo a la necesidad de perdurar?

Miguel Ángel de Rus, director de Ediciones Irreverentes, apuntó en la presentación de la antedicha Microantología… que, aunque había una nómina de escritores de cierto renombre en dicho libro, Luís Mateo Díez, Manuel Hidalgo, Fernando Savater, Fernando Sánchez Dragó… la tendencia que él observaba era que los que cultivaban el género tendían en su gran mayoría a ser blogueros, personajes que son escritores pero a tiempo reducido, comprimido y, sobre todo, gentes que gozan de una dispersión notable por razones de trabajo, por lo que el género se mostraba el adecuado para estos tiempos tan diseminados. Se lee uno de ellos y se pasa de inmediato a otra cosa.

La razón empleada no tiene precio porque apunta, quizá sin que el propio editor se haya dado cuenta, a la vocación periclitada de antemano de todo el asunto porque el género recuerda un poco a la tortura de Sísifo, cuanto más microrrelatos lees menos te acuerdas de ellos, menos huellas te dejan y, sin embargo, son idóneos para leer en el móvil o en cualquier gadget que se pueda llevar en el bolsillo de la chaqueta o en la mochila que es donde ahora la mayoría de usuarios, por cuestiones de edad, lleva estos aparatos. La metáfora sobre la proliferación natural no tiene precio porque, como toda metáfora que se cree acertada, sale de lo más profundo de nosotros mismos, de nuestras necesidades más profundas e, incluso, más oscuras, y apunta a síntomas, a realidades que no queremos ver porque sobresale antes de que la racionalicemos. La metáfora es siempre inquietante por esta razón y la constatación del olvido de la mayoría de esos microrrelatos debería ser motivo de, por lo menos, cierto detenimiento en el asunto.

Reconozco mi perplejidad cuando, hace años, me enfrenté con estos proliferados productos del género. No supe, según los leía, si eran sentencias, chistes, parábolas o greguerías, porque la mayoría recordaban alguna de estas modalidades. Aquellas greguerías de Ramón, algunas espléndidas, otras malas como chistes sin chispa, pongo por caso, los mejillones son almejas de luto o las golondrinas entrecomillan el cielo, podían pasar por microrrelatos, de los mejores, sin duda, pero había otros que eran versos quebrados, es decir, pasaban por microrrelatos poemas que como mucho eran pareados alejandrinos, no más extensos que eso, y otros, la mayoría simplemente líneas escritas con cierto ingenio.

Que el olvido sea la condición de un género literario dice mucho de los tiempos que corren. Tengo para mí que el microrrelato es uno de los trasuntos literarios del anuncio publicitario, cuyas condiciones veneran por igual poetas y narradores hoy día sin ser muy conscientes de ello y que su destino corre paralelo al de la publicidad. De seguir así asistiremos a una suerte de nanoliteratura donde no percibamos el texto en apariencia porque ya todo sea eso, apariencia, y ésta no puede verse a sí misma. La cosa parece espectral porque espectrales estamos. Teóricos del asunto no faltan. Sobre todo, ellos.

2 Comments
  1. Viviana says

    No podría estar más de acuerdo, salvo las honrosas e «inolvidables» excepciones. Enhorabuena por el artículo.

  2. batman says

    YO: Doctor, doctor, no puedo quitarme de la cabeza a Fernando Valls.
    DR. ESTEVE: Cante la canción Let it be de los Beatles 20 veces y Mierda de ciudad de Kortatu dos veces, y recuerde que de pensamiento también se peca.

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