Con la llegada de la primavera parece haberse producido un despertar general de poetas que son convocados aquí y allá para desentumecer los músculos cerebrales y cordiales a quienes quieran escucharles. A mí me gusta: es como desempolvar la bicicleta para ponerla a punto, después del encierro obligado por el duro invierno, y con la vista puesta en el mar –aquellos afortunados que lo tengan cerca- para figurarse el primer chapuzón veraniego. El tiempo vuela, es sabido.
Con fino instinto viviseccionador, comenta en cuartopoder.es Ignacio Echevarría la puesta en escena del CCCB (Centro de cultura contemporánea de Barcelona) bajo el muy sideral título de Kosmópolis, en la que participan escritores que andan de gira de promoción de sus libros. Eso no es óbice para que haya logrado reunir un ramillete que tiene su interés, flor por flor, unas más que otras. No es lo mismo Claudio Magris que Eduardo Lago, por ejemplo.
Me ha parecido curioso el énfasis que ponen en defender la oralidad de la literatura, lo que, junto con el recuerdo que dedican a Stanislaw Lem, me ha traído a la mente la afamada novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, en la que los personajes memorizan obras geniales de la literatura para evitar su olvido. Pero, bueno, Josep Ramoneda, cabeza visible del CCCB, debe de ir por otro lado, porque, además, “La Fiesta de la Literatura Amplificada”, título de la convocatoria, sugiere que pretende dejarse oír más que los susurrantes memorizadores. Una metáfora paradójica, la de literatura amplificada.
La cosa es que se ha producido una coincidencia sideral de este encuentro barcelonés con el que se anuncia para el 6 de abril en Córdoba: Cosmopoética, así se llama, reunirá a poetas del mundo, supongo que de nuestra galaxia. Aquí sí que es de esperar que se produzca la oralidad que exige la poesía para que se aprecie la musicalidad de la palabra. Porque hay que ver lo malos que son algunos poetas cuando leen sus propios poemas. Me estremece recordar los pesados lamentos de Alberti o la cantinela pasmada de Neruda. Perdonen la blasfemia sus adeptos.
En Córdoba, por otra parte, aunque bajo la invocación de Maimónides y Góngora, las pretensiones son mucho más modestas que lo anunciado en Barcelona, y hasta se proponen airear la poesía en los centros de enseñanza para desasnar los jóvenes oídos. Un dato tontín es que los cordobeses llevan ocho años convocando al cosmos y los de Barcelona, sólo seis. Es por si los piques.
Poetas son, y no almas en pena, por más que se quejen a menudo de que nadie les escucha, quienes se convocan en las citas que están manteniendo en la calle Recoletos de Madrid, organizadas por la Fundación Mapfre, y que están a punto de terminar. Todavía se puede asistir a escuchar a Blanca Andreu (martes, 29), Clara Janés (miércoles, 30) o el exministro de Cultura, César Antonio Molina, que cierra el ciclo, el jueves, 31.
Ya que me ha entrado este afán de convocar a escuchar de literatura gratis, los de Mapfre han organizado también un encuentro - del 5 al 14 de abril- para hablar del ambiente cultural de Barcelona en los años sesenta, cuando esas alegrías se llevaban en toda España casi de incógnito. No solamente escritores (Félix de Azúa, por ejemplo) y poetas (Ana Mª Moix) sino algún arquitecto (Ricardo Bofill), periodistas, editores (Jorge Herralde), y hasta un escultor (Javier Corberó) se pondrán a recordar y analizar detalles de aquellos años del despertar cultural.
En mayo, a quien le guste la novela de aventuras tiene ocasión de escuchar a Eduardo Mendoza, Alicia Giménez Bartlett o a Martin Casariego, también en la Fundación Mapfre. Hay quien hablará de Karl May y de Fenimore Cooper, qué bonito.
Así que quien no se literaturiza -como se ve- es porque no le va la cuestión. Le irán otras cosas, digo yo, que igual tampoco son malas.