Gonzalo Rojas: Escribir después de Neruda

1
El poeta chileno Gonzalo Rojas, fallecido el pasado día 25, en una imagen de 2007. / Claudio Reyes (Efe)

Toda muerte lleva aparejada una sorpresa y, sobre todo, una extrañeza ante el hecho, de no ella, sino de lo que se acaba de ir, la vida. Nos lo recordaba Antonio Gamoneda nada más enterarse de la muerte del poeta chileno Gonzalo Rojas y, quizá como homenaje cabal al arte que en parte con él también se había ido, recordó con pertinencia sagaz un poema corto, breve, salido de la pluma del autor de Oscuro. Esa extrañeza, por lo demás, a diferencia del estupor, del dolor, lleva consigo la luz que consigue la media distancia, y con ella, una valoración más sagaz de la cosa. A pocas horas de la muerte de Gonzalo Rojas, una vez pasada la sorpresa, sobrevenida la extrañeza, que nunca nos abandona, cabría decir que el reto de Gonzalo Rojas, como el de Nicanor Parra, fue el de escribir poesía en tierras abonadas hasta la extenuación por Pablo Neruda y Vicente Huidobro. Rojas perteneció a esa generación que nació poco después de la muerte de Rubén Darío, una generación que cuenta con nombres como los de Octavio Paz, Blanca Varela, el citado Nicanor Parra, Álvaro Mutis, Emilio Adolfo Westphalen, y que ensancharon los límites dejados por gentes como César Vallejo, Huidobro, Borges, el propio Neruda… y que consolidó una de las tradiciones poéticas más felices y espléndidas del siglo XX.

José Emilio Pacheco resumió como pocos la labor de Gonzalo Rojas cuando dijo que se vio ante el dilema de no ser Huidobro ni Neruda. La frase ayuda a entender una posición determinada pero no agota el tema. Rojas fue un poeta construido desde el asombro, desde aquel internado jesuita donde aprendió justo lo que significaba la libertad, esas justas lecturas furtivas, a beber en el ejemplo dejado por los clásicos, desde Catulo a Ovidio, y con ese legado, más el de haber descubierto trazas esenciales para lo poético en la vida de mineros, ahí es donde aprendió lo que era el surrealismo antes que en André Breton, escribió obras tan hondas como Oscuro, obra de la que Octavio Paz , de juicios certeros, dijo que se contaba entre “el límite de los límites” para, luego, calificar a su autor de “ciego vidente”,  Materia de testamento, Zumbido o Río Turbio. De nuevo José Emilio Pacheco nos ofrece la clave para entender en gran parte la poesía de Rojas y que acaba de una vez con todas con los rastreadores profesionales de huellas, de deudas, de influencias sin fin: “Sólo se parece a sí mismo.

Hermosa definición de la obra de alguien para quien el primer asombro ante el mundo lo era todo y construyó una obra sin muchos parangones que se le igualen. Rojas, como en cierto modo realizó Nicanor Parra con sus antipoemas, hizo que la poesía en Chile saliera de la larga sombra proyectada por los gesto de Neruda, hizo que el lenguaje, de nuevo, fuera una fiesta y que ese tono festivo tuviera que ver todo con la vida. Eso fue lo único que le importó y siempre atribuyó a los premios una cuota tan poco preciada que los miró a todas horas con ojos irónicos. Por los años ochenta una generación de poetas españoles descubre el legado de Rojas y el escritor, entonces, no para de tener recitales, encuentros, debates… Le llegan los premios… el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1992, el Cervantes en 2003… y Gonzalo Rojas comienza a gustar de la enseñanza de sus clásicos a un público ávido y fervoroso, Rimbaud, San Juan de la Cruz, Paul Valéry, poetas que conformaron su querencia por el hecho de existir, del asombro ante tal misterio.

Este fue su legado. No es poco.

Leave A Reply