Esto es el espectáculo

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Aficionados del Madrid, durante el partido de la Champions que enfrentó a su equipo con el Barça, el miércoles. / A. M. (Efe)

Cuando uno leía hace años a los teóricos de la sociedad del espectáculo, situacionistas y demás compañeros de tiempos idos, algún que otro estructuralista, casi todos franceses aunque de vez en cuando se colara algún personaje de enorme peso como Günther Anders, no podía imaginar las dimensiones que tomaría el asunto pocos años después, sólo comparables a lo que imaginamos debía ser el apogeo del panem et circenses en la Roma Imperial o las fiestas en nuestra España de los Habsburgos: en poco más de dos semanas hemos asistido a un clásico de la Liga como el encuentro Real Madrid- Barça, para, pocos días después, repetir equipos contendientes en un Mestalla rebosante y vociferante en la final de una Copa del Rey, con la promesa añadida, expectante, de un próximo encuentro en las semifinales de la Champions.

Aunque sólo fuera por esto el espectáculo, que en cuanto a querencia lo quiere todo, quedaría satisfecho de momento. Pero es que a ello hemos añadido una Semana Santa tardía, rebosante de procesiones pasadas por agua y, por si fuera poco, un Sant Jordi en Barcelona lleno de escritores y rosas, ¿hay tantos escritores en España?, a lo que hay que añadir los eventos del miércoles día 27 con motivo del Premio Cervantes, Ana María Matute recibiendo el galardón de manos del Rey y pronunciando el consabido discurso, y, luego, ya por la noche, el fiestorro popular que la Comunidad de Madrid patrocina desde hace seis años bajo el título de La Noche de los Libros y que en esta edición parece incidir en el intercambio de libros con una inclusión de escritores y eventos que, literalmente, sobrepasa a cualquiera. Y no acaba aquí la cosa porque el evento importante del día, para la mayoría, es la semifinal de la Champions en el Bernabéu entre el Real Madrid y el Barça que comienza al atardecer. Parecería que cabe el mundo entero como espectáculo… y para todos los gustos. El espectáculo nos dice, sin decirlo, es su truco: Sí, es cierto, todavía quedan algunos reticentes a quienes no les gustan estas cosas, reniegan de ellas con excusas de altos vuelos, de alta cultura, incluso de cierta ética, pero deberían darse cuenta de que en este mudo en crisis, donde el empleo es para los privilegiados, el espectáculo crea una sensación de grupo que se muestra preciosa, por imprescindible y que, además, sólo como espectadores de algo no es dado hoy asir la realidad que se nos ofrece, como nos sermonean tantos filósofos de aspecto cool. Bien es verdad que una realidad un tanto evanescente y trocada, pero así es el mundo hoy día y así el espectáculo. Y en estas realidades ofrecidas… y demandadas, no caben los cenizos. No sea usted cenizo.

Seis años vengo deambulando hasta horas un poco altas el día que se cumple el aniversario de la muerte de Cervantes por las calles madrileñas, este año un poco retrasado. Unas veces como agente de la cosa, digámoslo así, y otras como paciente, curioso y un tanto aburrido paciente, todo hay que decirlo. Esta vez  pasé como un rayo por la Real Casa de Correos, la cosa empezaba a las ocho y media, un poco más tarde comenzaba el partido entre el Real Madrid y el Barça por lo que en la calle sólo se encontraban rezagados, rebeldes e indiferentes, es decir, poca cosa, para alcanzar oír a un Antonio Skármeta, un escritor que ha hecho del optimismo su bandera, aunar el mundo fantástico que le proporcionaban los libros en su infancia con el no menos que le ofrecía la realidad, y todo ello para que entendiéramos la razón de que coloque en sus libros siempre a un hombre humilde junto a uno grande, el cartero y Pablo Neruda, Salvador Allende y la chica del trombón, aunque antes, alcancé a entender algunas cosas que Juan Cruz, este hombre, cuyo don de la ubicuidad es legendario, apareció luego acompañando a Vargas Llosa al Bernabéu, Care Santos y Winston Manrique debatían en una mesa que se titulaba, La nueva crítica: los blogs. Fui porque me sentí aludido por aquello de escribir uno en cuartopoder.es aunque tengo que confesar que no acerté a distinguir lo que había de realidad y de especulación propia de la ciencia ficción en algunas cosas que por allí se dijeron. Lo achaqué a que uno no puede recibir tanta información de golpe y de tantos sitios a la vez. Tengan en cuenta los eventos mañaneros en Alcalá de Henares con motivo del Premio Cervantes. Cuestión de aturdimiento, me dije, y seguí.

Varios personas, en los puestos de venta instalados en la Gran Vía de Madrid, el pasado miércoles, con motivo de la celebración de 'La Noche de los Libros'. / Víctor Lerena (Efe)

Porque hay que decir que poco antes de la intervención de Skármeta, a poco menos de trescientos metros, en la calle Alcalá, y también poco después, cuatro escritores de cierto peso en nuestro país, Andrés Trapiello con el joven poeta Juan Marqués, eso fue a las ocho de la tarde, y, luego, Álvaro Pombo y Manuel Rivas, esto fue a las nueve, concibieron distintas maneras de enfrentarse al hecho literario. A estas horas, quizá por efecto del cansancio, consumir cultura cansa más que hacer el turista por alguna ciudad europea, tuve una epifanía un tanto extraña: creí ver en el debate entre Álvaro Pombo y Manuel Rivas un correlato del Real Madrid y del Barça que se jugaba en esos momento. El escritor gallego centra mucho la pelota y procura no elevarla y cuando habla baja un poco la cabeza, como Messi,  Pombo, por el contrario, romántico él, quiere emular la energía genialoide de ese héroe a medio camino entre  Aquiles y Curro Romero que para muchos es Cristiano Ronaldo. Todo es uno, sobre todo a ciertas horas.

Las epifanías, tan espirituales ellas, tienen la cualidad de despertar el apetito. También la hora que era. Así que intenté cenar de literaria manera en la calle Ventura de la Vega, muy cerca de la calle Alcalá, donde había algunos restaurantes que te hacían un 25% de descuento si acreditabas un ticket de compra de un libro ese día. Opté por una cena muy castiza a base de morcillo, la noche era larga, en Casa Hilogui. En esa calle no se veía un alma. Todo el mundo estaba atento a un deprimente partido. Después de reponer fuerzas y, cansado ya del barrio, decidí cambiar de aires y largarme  a otro sitio donde la literatura cambiara de aspecto. Necesitaba caras nuevas.

En Madrid hay ahora un lugar en Malasaña, la verdad es que puede recorrerse en cinco minutos a pie, donde han surgido librerías de cierto calado, no más de dos o tres, pero que representan una suerte de Greenwich Village  para jóvenes letrados, o así lo quieren ver ellos porque cada generación reinventa de nuevo la bohemia, que siempre es la misma, por otro lado. Estos lugares son el Bukowski Club, la librería Tres Rosas Amarillas, Tipos Infames y el Café Bistro Max Estrella, de la incombustible Librería Fuentetaja, a la que cito por ser nombre histórico ya para dos o tres generaciones, lo que hoy día es una eternidad. En estos sitios, a pesar de que en el Bukowski se recitaban poemas y relatos cortos por parte de aspirantes a escritor, lo que siempre es algo parecido al infierno en la tierra, parafraseando a Sartre, uno se relaja un poco más, a ello contribuye también la hora, y termina dándose cuenta que la diferencia entre oír a Skármeta o a cualquiera de estos ilusionados poetas noveles es mínima: lo que dominaba esa noche era el espectáculo concedido a la literatura y todos los que participaban de una u otra manera andaban en el mismo juego, el juego de la aceptación de las reglas, eso sí, con un ojo puesto en lo que sucedía en el Bernabéu, a esas horas dos goles de Messi. De ahí que todo se pareciera tanto, en el fondo.

Y aunque esa sensación predominara, sabía que en el espectáculo lo importante es la ansiedad perpetua y que aunque uno tenga la sensación de que viendo uno ya lo ha visto todo, algo le avisa de que se está perdiendo algo si no acude al mayor número de eventos posibles. El número aquí es importante porque la oferta es inabarcable. La frustración, por tanto, para quien juegue, es segura. Aunque siempre, siempre puede conformarse con participar en la última partida, formar parte del Bookcroissing, el canje de libros en sitios predeterminados, había buzones diseminados al efecto por toda la ciudad. Uno no sabe lo que se va a encontrar, pero tiene que leerlo. Una metáfora de nuestro tiempo.

No hubo fiesta en la Cibeles.

2 Comments
  1. paco otero says

    chapeau, maestro JURISTO

    «si cogemos esta cronica diurno-bohemia y la pasamos por los espejos concavos del callejon del gato» podemos encotrarnos con un genial y esperpentico guion de teatro para sala (por supueto) de teatro alternativo…lastima que mi pluma no sea util para tales menesteres…

  2. Pallarés says

    Imagina un pueblo de Castilla donde el único espectáculo es un rebaño de ovejas a las que tienen prohibido pasar por delante de la escuela, porque cuando lo hacen los niños cogen pulgas; imagina que eso, el horizonte y el paso de los trenes son el único espectáculo. Te tirarías al la televisión, a la radio, al twiter, al facebook, a la copa de coñac, a la maría, temiendo desaparecer bajo la lana de las ovejas.

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