Tuve ocasión de ver cómo jugaba Severiano Ballesteros al golf, una primavera de cuando entonces, en el elegante y exclusivo Inverness Club, en la ciudad de Toledo (Ohio) donde me encontraba como estudiante becada en la Toledo University. Apenas sabía en qué consistía eso del golf, un deporte que me era ajeno, que parecía para señoritingos, para gente a la que no le gusta mucho lo de esforzarse, correr, nadar, etc. Pasado el tiempo, he ido encontrando motivos para que me interese; el más convincente, presenciarlo en directo, recorriendo con los jugadores, el escenario ajardinado donde evolucionan los golpes.
Esa mañana soleada y perfumada por las flores de los arbustos diseminados por el extenso green, parecía pensada para pasear, una jornada deportiva a la antigua, un paseo encantador, del que las fotografías pioneras del XIX han dado tantos testimonios, de ésos a los que –pensaba- habría que acudir vestida con largas faldas de seda siseante, parasol bordado de mango en forma de cigüeña y escarpines con lazos; bueno, vale, a lo que iba.
La vida de este deportista tan importante, que ha dejado el pabellón español en lo más alto tantas veces, empieza de la manera más humilde, hijo del jardinero del santanderino campo de golf de Pedreña, su pueblo. Comoquiera que su tío, Ramón Sota, era campeón de España de este deporte, a Seve se le hizo fácil ponerse de caddy, cuando tenía 9 años. Y desde entonces, fue un sin parar. Un fenómeno: ganó cinco campeonatos del mundo, dos veces, primer puesto en el Master de Augusta, que creo que es la monda de importante, tres veces, en el Open Británico, otro que tal, y en este plan, tropecientos mil opens, y classics y torneos por todo el mundo.
Aquel Severiano al que vi jugar por las onduladas extensiones verdes del Inverness, era un joven de 22 años, alto, moreno y apuesto, por lo menos para las jovenzuelas que asistían al torneo y que no paraban de jalearle: “Seve, Seve, Seve…”, entre grititos y saltitos y tapados de bocas por donde escapaban risitas y comentarios nerviosos. Algunas planeaban cómo toparse con él “accidentalmente”, en la cafetería del club o cerca de los vestuarios para pedirle un autógrafo o, quién sabe, si alguna otra cosa más comprometida. Severiano tenía esa cara casi infantil, limpia y abierta de los norteños.
A mis ojos de española fuera de casa, no me parecía tan irresistible, la verdad, pero ¿qué sabría yo? Además, en mi fuero interno, me enorgullecía tanto entusiasmo. Al final de la jornada, hubo ocasión de saludarle –mi condición de compatriota animó a mi huésped americana, socia del club de toda la vida, a que nos acercáramos al campeón- y así lo hice ante la admiración y la envidia de las chicas animadoras.
Si me animo a contarles esto, es porque me ha conmovido la lucha que el golfista ha mantenido con la muerte, sabiendo que ésta iba a ganar –siempre lo hace- y que iba a dejarse el alma en ello. Por eso, en homenaje y para desear que descanse en paz, dejo aquí esta hoja de papel electrónico.
Qué hoja de papel electrónico tan bien escrita…
Que casualidad, Elvira, que fuera por allí. Yo, también en EE.UU. lo veía jugar en la tele, su foto en las revistas; era un hombre con clase, atractivo, además se llamaba como mi hermano. Le cogí cariño sin que el golf en si me conquistara.