Blogs literarios, dietarios, queridos diarios

0
Foto de Sánchez Ostiz en su blog. / Javier Bergasa

Leo en  muchos suplementos culturales de diarios, en multitud de revistas y en ingentes dominios en la Red, en forma de supuestos debates, referencias continuas a los blogs literarios como una nueva forma de expresión que debería tenerse en cuenta a la hora de valorar la obra de ciertos escritores. Para cimentar tamaña afirmación se ofrecen una serie de razones que en la gran mayoría de los casos poco o nada tienen que ver con la valoración de la calidad de la obra de un artista y sí la de una serie de circunstancias que, en el fondo, tiene que ver todo con la promoción personal, con la pertenencia o no a un tipo de tribu cultural más o menos de moda, etc.

Me temo que aquí confundimos de nuevo unos géneros con otros, en esta suerte de carrusel poco exigente y un tanto inane en que se mueven las cosas culturales en la Red, donde se ha conseguido la, por fin, ansiada liberación del tutelaje paterno, fuera los mandarines y demás ralea, a cambio de… nada. Leo, repito, artículos supuestamente sesudos sobre blogs literarios y noto que meten en el mismo saco aquellos que son dietarios en su forma más canónica junto a los que sencillamente remedan en la Red el gesto adolescente y desmedrado de Mi querido Diario en el más puro estilo Mujercitas y otros a los que cabría calificar de meros soportes publicitarios para egos demediados y ansiosos cuando no meros trasuntos del patio de vecindad que las zarzuelas de finales del XIX reprodujeron con estricto y excelente tino.

Imagen de Facebook de Flavia Company.

Frecuento muchos blogs en la Red, la mayor parte literarios porque son los que más me interesan y puedo afirmar, contrariamente al valor fundamental que para la literatura tienen y han tenido los dietarios, que nada se pierde si desaparecen, nada se pierde, entiéndase, desde un punto de vista literario. Algunos son buenos, muy buenos, recuerdo así, a bote pronto, y citaré tres de ellos porque hay que citar algunos pero podría extenderse a otros muchos, el de Miguel Sánchez Ostiz, uno de nuestros grandes escritores españoles, autor de libros fundamentales de nuestra narrativa como Las pirañas o La flecha del miedo y escritor no lo suficientemente valorado en su excelencia, que mantiene un blog, Vivir de buena gana, que cumple punto por punto lo que se pretende de un dietario, siendo los textos que escribe ahí de una calidad literaria alta, casi, si se me permite, más intensos, por la brevedad, que los que nos tiene acostumbrados en los que publica de vez en cuando en formato papel, para emplear terminología en boga. Otros, más dados a curiosear, cumplen otro papel. El de Antón Castro, por ejemplo, se adapta con mayor fortuna a las exploraciones que permite la Red y así mezcla con hábil fortuna textos literarios suyos con pertinentes citas de otros, clásicos o  no, amigos o, sencillamente, escritores de los que gusta, junto a vídeos, fotos, adora el género, y recomendaciones de obras de otros en una suerte de generosidad que refleja bien a las claras su personalidad rebosante. En el mismo tono se muestra el de Flavia Company, por ejemplo, una escritora argentina radicada en Barcelona donde consigue un raro equilibrio entre información sobre su obra, análisis de la realidad e intimidad que no deja de ser un reflejo de su propia manera de entender la literatura misma.  Los más, sin embargo, se dedican a otras cosas, a recomendar presentaciones de libros de amigos suyos, a contarnos sus viajes, no con la intención propia de un escritor, sino como lo haría la vecina de enfrente si la preguntáramos, Dios no lo quiera, por sus vacaciones, a colgar fotos sin valor artístico alguno y cuyo única gracia consiste en que ha sido sacada por él mismo… es decir, son una suerte de pequeño pandemonio de Mi querido diario donde la característica propia de estos, la del secreto, ha sido echada por el balcón en aras de un exhibicionismo que tiene todo de promiscuo.

No hablo de los blogs que proliferan y que los escribe cualquier hijo de vecino en su perfecto derecho a dirigirse, quizá a nadie, quizás a sus amigos, a los que ve, además,  todos los días, quizá a él mismo, no, no hablo de esos blog, que son millones, hablo de los que escriben aquellos que pasan por ser poetas, narradores, editores, gentes del mundo de la cultura,  a los que, en gran parte, habría que aplicarles el término inglés de “relajado”, lazy, cuando se dedican a escribir en la Red, cosa que no hacen en sus respectivos oficios con los que se ganan la vida y el prestigio. ¿Qué sucede en la Red con los que se dedican a sus artes? ¿Por qué ese relajo, salvo las notables excepciones que, como se sabe, nada contradicen? Tengo para mí que la Red se ha convertido en un patio de Monipodio donde todos nos comportamos con cierta complacencia  en transmutarnos, aún sea por un rato, en un poco adolescentes, en el sentido que daban  a la palabra los antiguos romanos, es decir, alguien que adolece, que aún no es adulto, y que tiene que ver, es verdad, con el juego, pero con un juego un poco tonto, un poco inane, como de patio de recreo donde la vigilancia de la “profe” se ve burlada una y otra vez. Luego, como vivimos en un mundo de adultos, lleno de obligaciones, nos ponemos serios y mandamos manuscritos a los editores, obras plásticas a los galeristas, películas a los productores… mientras esperamos la hora de meteros de nuevo en la Red y jugar de nuevo, confesarnos a medias, disparatar, cotillear, en un pasatiempo un tanto perverso que recuerda un tanto a las actitudes de Vladimiro y Estragón en Esperando a Godoy. ¿Qué esperamos? Quizá nada. Sólo esperamos y en esa espera consiste nuestra satisfacción.

Leave A Reply