Hace años, no muchos, parece mentira, si uno leía un titular de prensa donde restallaba en grandes caracteres “Ezra Pound, agente doble”, de inmediato entendía que habría alguna información nueva que había hecho llegar a la conclusión a algunos que el famoso poeta había hecho doblete en la Guerra. Si conocía la obra de Pound y, además, sabía algo de su vida, todo eso de las alocuciones por la radio fascista y su posterior encierro en una jaula en Pisa por las tropas norteamericanas, seguro que leería el artículo con ánimo de saber las razones del titular. Si, por el contrario, desconocía la historia de Pound, tampoco la obra del poeta, ni siquiera su nombre, es probable que se interesara -por aquello del género de espionaje que las películas de Hollywood han llevado hasta el paroxismo en determinado momento- en el contenido del artículo, porque la condición de agente doble nos traslada a capas profundas de nuestro inconsciente, de ahí su interés, pero lo que en uno u otro caso estaría claro es que nadie habría puesto en duda el contenido del titular, es decir, lo que ese titular significaba, quería dar a entender.
Estas cosas ocurrían en la prensa escrita, en los medios de comunicación hace años, no muchos, parece mentira. Ahora, si uno lee “Ezra Pound, agente doble”, puede encontrarse, de seguro, con otra cosa, con cualquier cosa. En alguna página de cultura de más de un diario de tirada nacional me he topado en estas dos últimas semanas con este titular, el mismo en los dos periódicos, por otra parte, y leyendo los artículos, casi idénticos, se nos decía que un escritor, Justo Navarro, había publicado una novela donde se jugaba con la idea de que el autor de los Cantos hubiera podido ser un agente doble, utilizado por los norteamericanos en la figura de James J. Angleton, discípulo de Pound y futuro dirigente de la CIA. La conjetura se basaba en que agentes de los servicios de inteligencia italianos vigilaban a Pound porque pensaban que los discursos que el poeta dirigía por la radio musoliniana a las tropas norteamericanas con ánimo de socavar su moral eran mensajes cifrados ya que su contenido era tan disparatado que tenían que ocultar necesariamente alguna otra intención. La conjetura se basa también en algo más intuitivo: el novelista se pregunta la razón de que después de que el poeta fuera encerrado en una jaula en Pisa acusado de alta traición se le llevara de inmediato a Estados Unidos y se le recluyera en un sanatorio mental y poco después se le concediera el Premio Bollingen, un premio vinculado al Congreso norteamericano. Justo Navarro ve en los acontecimientos posteriores a Pisa un trato pactado, quizá por el citado James J. Angleton, hombre ya poderoso en Washington, con las autoridades norteamericanas donde bajo la convicción plena de que el poeta era un extraviado mental se le concedería una libertad escalonada hasta su completa liberación. La información de los diarios llega hasta aquí, con el añadido de que preguntan incluso al novelista sobre las fuentes utilizadas para llegar a tales conclusiones. Lo curioso es que el novelista recalca, una y otra vez, que era una conjetura con suficiente calado como para trasladarlo a una novela, pero en ningún caso se atrevería a afirmar que Ezra Pound hubiera sido un agente doble.
Es decir, tanto al lector interesado en la figura y obra de Pound, como al lector interesado en las tramas de espionaje, se le ha escamoteado una información que se suponía estaba implícita en el titular de la noticia y, por otro lado, se le ha ofrecido una suerte de publicidad, a estas alturas no sé si calificarla de encubierta, de una novela recién publicada, de una alta calidad literaria, todo hay que decirlo, pero que no se corresponde con ningún dato nuevo sobre lo que ya se sabía de la historia de aquellos acontecimientos en la vida de Pound. Es cierto que a Lord Haw Haw, un inglés delirante, convencido nazi, que desde Berlín radiaba para sus compatriotas unas soflamas donde, sobre todo, ponía a caldo a Churchill y a la conspiración plutocráta judía, se le ahorcó por parte de las tropas británicas sin miramiento alguno y que a Pound, que se comportaba como el Lord How How de la Italia fascista, se le terminó concediendo el premio Bollingen y, posteriormente, la libertad. Es cierto, también, que Ezra Pound nunca se arrepintió de su condición de fascista convencido y que vió a Mussolini como una suerte de padre fundador a lo John Adams de la Europa moderna, como una suerte de condottiero de nuestros días con una visión fuera del alcance de la mayoría hasta el fin de sus días, lo que incidiría en el agravamiento de culpabilidad del poeta, sí, pero por otro lado daría lugar a que tamaño fanatismo fuera un componente añadido a una trama de manipulación sutil de los servicios secretos, y que sólo por estos ingredientes cualquier novelista sabría que ahí se escondería una historia capaz de fascinar a los lectores. Pero lo que aquí se resalta no es una noticia literaria sino la constatación de una agonía periodística, lo que de hecho es grave. He leído la novela de Justo Navarro, El espía, y creo que es un juego literario con grandes dosis de fascinación sutilmente llevada y una excelencia literaria rara y que el autor ha jugado hábilmente, mediante la alusión a guiños cervantinos, con el concepto de personalidad única, de qué sea eso de la verdad, poniendo en solfa gran parte de las endebles bases en que se asientan nuestras grandes realidades mediante la alusión al juego de los espejos y a la relación entre los personajes de ficción y la autoría, un poco al modo en que Orson Welles en La Dama de Shanghai, Pirandello en su Seis personajes en busca de autor y Unamuno en su no menos celebrada novela plasmaron con lúcido saber. Todo lo dicho cabría en el espacio reservado a la cultura en un diario, es decir, un espacio donde se ofrecieran noticias culturales, no relativas a la seguridad del Estado. Lo que no es de recibo es el manido señuelo de ofrecer gato por liebre. A estos actos hace años se les hubiera tachado de fraude informativo. Hoy día da lugar casi a una apertura en las páginas de cultura de diarios de renombre. Saquen sus conclusiones. Para mí vale como un diagnóstico de por donde se mueve la calidad informativa de la cultura en nuestros diarios.