Vamos a por la luna

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Varios jóvenes exhiben carteles durante una concentración del Movimiento 15-M en Barcelona. / Efe

Esta semana me he acercado varias veces a la Puerta del Sol de Madrid por simpatías hacia ese movimiento un tanto informe, como todos los movimientos no sujetos a ninguna reglamentación venida de arriba, lo digo por aquellos que han reprochado el aspecto líquido de la cosa y nostálgicos quizá, sin saberlo, de movimientos de masas rígidos, bellos en su estructura geométrica como los que se prodigaban en el Santiago Bernabéu hace años, bastantes años, que ha puesto en solfa muchas cosas que se suponían consustanciales a la realidad política de nuestro momento y consideradas un tanto inamovibles y que ha puesto nerviosos a tirios y troyanos. Como síntoma de lo que está por ocurrir merece toda la atención que podamos darle y como metáfora del estilo que predomina en nuestros días no tiene precio. Conservo un ejemplar de Atelier populaire, un librito que se publicó por Usines Universités Union y que recogía todos los afiches, unos 350, que habían hecho los estudiantes de Bellas Artes de París cuando ocuparon la sede  de la misma el 14 de mayo de 1968. Ni que decir tiene que aquí se encuentran la mayor parte de aquellos carteles que se han repetido hasta la saciedad desde aquel mayo francés que fue una suerte de Waterloo para toda una generación occidental, aunque falten algunos famosos, rotundos, como aquellos ,”La imaginación al poder” o  “Seamos realistas, pidamos lo imposible” que, curiosamente, hechos sin una base profesional como estos de la Escuela de Bellas Artes, han pasado a ser los lemas tópicos que han definido aquellos días de 1968 en el imaginario colectivo..

Recordaba esos carteles mientras veía los que se prodigaban ahora por la Puerta del Sol y, haciendo un esfuerzo de memoria, repenticé algunos de los movimientos revolucionarios habidos en el siglo XX, la Revolución de Octubre, los regulares eslóganes fascistas, los de uno y otro bando en la Guerra de España, aquellos excelentes de Josep Renau o los casi déco de Tejada, en fin, algunos que llamaban a la movilización en Estados Unidos o el Reino Unido al estallar la guerra con Alemania. Procedí, entonces, a la inevitable comparación. Todos tienen algo en común, su eficacia propagandística, pero a partir de ahí, si nos fijamos bien, comenzamos a distinguir pequeños detalles que nos inundan en un mar de diferencias, las mismas, exactamente las mismas, que se encuentran en la publicidad comercial de cada momento. Asombra comprobar aunque es algo sabido, la correspondencia casi exacta entre un cartel de Josep Renau llamando a estar atento al pueblo contra el quinta columnismo y alguno que anunciaba un perfume, Gal, sin ir más lejos, o, por ejemplo, la perspectiva en que estaba tomada una columna de tanques en el frente en un cartel del frente de Aragón y el anuncio de un coche Ford con su ligero aire expresionista en un periódico del momento.

Lo mismo sucede con los afiches de las Usines Universités Union y los anuncios gráficos de la época de los sesenta y principios de los setenta: su apelación a lo racional, muy acorde con el arte conceptual tan en boga, unen en un mismo plano narrativo la llamada a la rebelión de los obreros de la Renault y el anuncio de un bolígrafo Bic donde el plano inclinado del lápiz deja ver bien claro las infinitas filigranas de los trazos de la tinta, y casi, casi igual al de los anuncios de Air France con sus promesas escapistas hacia playas exóticas sitas en las costas españolas. El mismo trazo minimalista, la frase corta, cortísima, que nunca alude a lo sentimental, que es muy concreta en sus planteamientos y en sus fines… las frases que parecen órdenes, sin apelación posible: “Abajo las cadenas infernales”, “Llegaremos hasta el final”, “Toda la presa es tóxica”, “Omo lava más blanco”, “España es diferente”.

Carteles durante una de las acampadas nocturnas en la Puerta del Sol. / Efe

Y ahora los carteles que se prodigan por esta Plaza, otrora mentidero de la Villa,  convertida por unos días en mentidero global por la Red y las televisiones internacionales allí asentadas, unos carteles que en su mayoría reproducen los rasgos publicitarios de nuestros días, con esa llamada a la emotividad a toda costa, a la caída en lo flojo, lo suave, frente a lo enérgico de otros tiempos, que se toma como síntoma de agresividad, de confrontación, de lucha, un gandhismo que da lugar a lemas que quieren ser poéticos pero que muchas veces caen en un ladino kitsch. Desde luego que el cartel en que se distingue apenas a Paz Vega, de L´Oreal, está bellamente irreconocible, como un collage de pervertida factura, pero es producto del azar. Al lado, con unos rasgos expresionistas, curiosamente muy a lo Heartfield, un retrato de Himmler de cuya cabeza sobresalen las orejas de Mickie Mouse. Este recuerda viejos tiempos y es perturbador frente a otros más acorde con la tendencia actual al chiste: “¡La Banca siempre gana y no me da la gana!”, que tiene el defecto de que el ingenio prevalece sobre lo que se dice, o “Rebeldes sin casa”, de la misma factura pero esta vez felizmente contundente. Por el contrario, “Yes, we camp”, aun derrochando supuesto ingenio, se me cruza con la camiseta que vi el otro día que portaba una bella rubia en la calle Fuencarral, “Yes, we Cannes”, con lo que queda anulado por convencional, por repetido, por banal. “No somos antisistema, el sistema es antinosotros” es, me lo parece, muy semejante por su finalidad, por su manera de manejar los significados, por esa llamada a la orden bien definida, susceptible de ser cumplida sin miramiento alguno, a los que hacían los jóvenes del mayo francés. “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir” sigue la antigua estela de la confrontación con un ligero toque anarquista, inquietante siempre para los bienpensantes, lo que me place. “PSOE y PP, la misma mierda es”, “No hay pan para tanto chorizo” revelan el lenguaje directo del barrio, otro tipo de ingenio, más basto pero revelador de un pensamiento generalizado en la sociedad española frente a los políticos que les representan y a sus banqueros.

Frente a la estética presente en aquellos tiempos idos, uniforme, que daba lugar a que mirándolos se constituyese una época bien definida, precisa, los lemas que he logrado atisbar entre tan abigarrada multitud de mensajes me ha parecido de una variedad muy acorde con los tiempos posmodernos en que estamos, en esta suerte de popurrí ecléctico en que sobrevivimos. Sin embargo la variedad de lo expuesto no lograba ocultar lo unánime, el sentimiento que movía  a la gente a dirigirse hacia esta plaza convertida otra vez, de nuevo, como muchas veces en su historia, en emblema, el sentimiento de protesta, suprema ilusión. También el ambiente festivo, claro, o la sospecha de que con happenings se consiguen pocas cosas de verdad. Pero esto ya es otra cosa.

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