A un centenario hay que felicitarle por su hazaña de resistencia, más, cuando se trata de editar libros, un milagro incomprensible que lleva siglos produciéndose en España. Pero –ay- también hay que aceptar la realidad, terca y malvada, de que envejecer cansa, como trabajar, que diría el amado Pavese, y que el oficio de vivir, por seguir en la advocación del turinés, no sale gratis, se paga.
La editorial Seix Barral ha atravesado etapas en sus cien años, más y menos brillantes. Como el pasillo de La familia, ese film de Ettore Scola, en el que se iban sucediendo las generaciones, las risas y los llantos, los silencios, las sombras, los ecos. De la empresa familiar preprofesional, como decía Carlos Barral, al acicale moderno que logró imponer, a duras penas, Jaime Salinas, el gran editor que no consiguió cumplir cien años, la historia de la editorial está repleta de camino recorrido
Eduardo Mendoza ha escrito una cosita de compromiso, muy en su línea de cortesía y buena educación, pero falsa como Judas. Falsa, sobre todo, porque de sobra sabe él que ni viento ni popa adornan ya a la editorial que le acogió en mejores momentos.
¿Qué queda de los premios Biblioteca Breve, reveladores de los grandes escritores que han sido? Aguantó impecablemente las diez primeras convocatorias pero después se desvaneció para resucitar años más tarde, como un pobre zombi sin aliento. No es que no haya premiado, después de eso, a escritores que lo merecieron, unos cuantos, pero esos escritores ya estaban consagrados, ya no había que descubrirlos. Hasta el Planeta ha premiado a algún buen escritor. Poco mérito tiene eso.
Esta deriva se ha repetido con otros premios memorables como el Nadal, tan brillantemente estrenado con Carmen Laforet para ir desmayándose hasta nuestros días. Resistir es vencer, cierto. Pero, como en esos recuerdos de infancia, en que los edificios eran más altos, los padres, más fuertes, los maestros, más sabios y de pronto, al cumplir los cincuenta se vuelven todos menos perfectos, más humanos, así también la resonancia de los premios literarios: valían tanto por unos cuantos nombres de escritores que de verdad han sido. Un puñado de nombres nada más, que dieron la gloria editorial a esos premios.
La editorial Seix Barral celebra su cumpleaños entre la nostalgia de imágenes pasadas y hasta ha publicado un librito bastante irregular, un tanto caprichoso, en el que olvida cosas sustanciales. Pero no importa, porque esas cosas ya están recogidas en libros inmortales de sus mejores autores.
Vientos huracanados, furiosos y despiadados se han llevado el eco de la gloria dejando en tierra solamente sombras y mucha miseria. Menos mal que quedan los clásicos, gracias a que aún no se ha producido esa amenaza incendiaria de los 451 grados Farenheit que borre de la faz de la Tierra el alimento espiritual necesario como el aire que aspiramos trece veces por minuto, según Celaya. No todo en la vida ha de ser ganar dinero, digo yo.
Felicidades a loa amigos de Seix Barral y gracias por los muchos libros que nos han regalado, aunque también los hemos tenido que pagar. Es broma, muchas felicidades y que vengan 100 años más.
http://revoltaalfrenopatic.blogspot.com/
Cuando de joven empecé a leer novelas notaba que las de esa editorial de nombre tan raro -luego supe de dónde le venía- eran todas muy buenas… Eso es lo que importa después de todo… ¿Quién se acordará de Planeta y sus premios dentro de unos años?
Saludos
¿No es un poco duro tildar de “falsas” las amabilidades de Mendoza? ¿Qué escritor no defiende en público a la editorial que lo publica (aunque se queje en privado, como entre familia, de la publicidad, la distribución, el diseño, la portada, y mucho más)? Tampoco parece tan despreciable el catálogo reciente de Seix Barral. En estos dos últimos años han publicado (dejando aparte a Mendoza) obras valiosas de Vila-Matas, Luisa Valenzuela, Juan Gelman, Gioconda Belli, Gimferrer, Elvira Lindo, Millás y clásicos como Neruda y Alberti. Todas las editoriales de este tipo pierden lo que tenían al comienzo—la voluntad de descubrir a autores nuevos. No debemos quejarnos cuando esos autores descubiertos se convierten en clásicos.